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Protégeme de lo que quiero

Fedetaxi denuncia en el Ayuntamiento de Madrid el servicio de UberVAN

Elisa Beni

El capitalismo es una bestia que se transforma pero que no cambia. Aún persisten personas capaces de ver, a través de sus disfraces, dónde esconde ese germen de avaricia y de explotación que forma parte de su cara más amarga. Esa que siempre se esconde tras el éxito innegable de sus mejores galas. Esta vez han sido los jueces de Luxemburgo los que, a instancias de un juez español, le han quitado un velo de su nueva máscara. La sentencia dictada sobre Uberpop no es sino el primer velo caído en esa danza que desviste a la bestia del empleo precario y la explotación que se cobija bajo empresas cínicamente consideradas de economía colaborativa. Con el último gesto, nos presentará la verdad desnuda del neocapitalismo salvaje.

Vivimos en ese mundo en el que la dominación, la explotación, ya no son violentas ni forzadas, sino que, simplemente, suceden y se bautizan como libertad. ¡Qué seductor es Byung-Chul Han! La nueva avaricia inteligente se viste de seda y no tiene prurito en adornarse con plumas que la travisten con valores opuestos, siempre y cuando el producto que resulte nos sea agradable. Agradar. Conseguirnos sin forzarnos. Un neoliberalismo salvaje en el que el capitalista ya no precisa ni arriesgar el capital, tal es el caso de las aplicaciones como Uber o Deliveroo, y en el que los trabajadores se aprestan a producir su plusvalía, asumiendo todo el riesgo, felices y contentos de no ser ya obreros sino emprendedores.

Como bien dice Han, el último escalón para conseguir extraer el máximo beneficio apropiándose del trabajo ajeno, ha supuesto una especie de mercantilización del comunismo. La economía colaborativa, surgida como una opción de los ciudadanos ante el mercantilismo para ampliar la oferta, ahorrar y conseguir un desarrollo sostenible, ha sido transformado por los tiburones en el nuevo cuerno de la abundancia. Una fórmula originalmente casi altruista, de vuelta al sentido solidario del trueque de bienes y servicios, se convierte así en el último mazo liberal para atraparnos en las garras del capital inteligente que ya no nos somete, sino que amablemente se nos ofrece como una nueva vía de libertad.

Ni siquiera sirve para esta nueva mutación el argumento sempiterno de los neoliberales de que sin empresarios no se crea riqueza ni empleo y de que es preciso mimarlos para conseguir que nos den un puesto, como si ellos pudieran construir empresa alguna sin la fuerza del trabajo. No sirve porque en este caso sí lo han conseguido. Las empresas de apps llamadas “colaborativas” sí han conseguido prescindir de crear empleo. De facto, según los datos disponibles de 2014, entre las 17 más importantes que funcionan en España sólo habían creado 96 puestos de trabajo y ni siquiera todos eran fijos. Y gracias. No significa eso que no creen beneficios para sus ultramodernos, hípster y avariciosos creadores. Travis Kalanick, el padre de Uber, tiene una fortuna personal de 6.300 millones de euros. Los milagros de colaborar.

“La finalidad de la técnica de dominación neoliberal no es sólo explotar el tiempo de trabajo sino también a toda la persona. Descubre al hombre y lo convierte en objeto de explotación”, explica Han y para ello no duda en convertirnos a la religión de la autosuperación y la optimización de la productividad personal. “La optimización personal es la explotación total”, nos descubre el pensador.

Queda, no obstante, un lugar para la esperanza. Lo más importante de la sentencia del Tribunal de Justicia Europeo no es sólo el nuevo panorama que abre al conflicto entre estas empresas y los taxistas sino el hecho de que se está desenmascarando a ese monstruo que pensaba devorar un bocado más de nuestros derechos contando con nuestro cálido aplauso. Lo mismo que esos mil españoles “a los que les sobra tiempo” y lo utilizan para pedalear kilómetros con tus encargos a cambio de 3 euros, han despertado del letargo y han iniciado protestas y huelgas además de acciones judiciales para que Deliveroo asuma que son más bien la fuerza productiva que permite poner en marcha ese negocio de distribución.

Hemos de luchar contra esa sensación de oferta y de comodidad. Hemos de precavernos ante la perspectiva de consumir más y más barato a consta de este engaño. En el capitalismo del “me gusta” sólo nos queda elevar un rezo: “protégeme de lo que quiero”.

* Byung-Chul Han, Psicopolítica, para conocer mejor estas teorías

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