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¿Queremos ver un debate Rajoy-Iglesias?

Pablo Iglesias en el acto de Podemos sobre el debate del estado de la nación. / Marta Jara

Isaac Rosa

¿Qué interés tendría un debate televisivo entre Pablo Iglesias y Mariano Rajoy? Lo pregunto muy en serio, no me miren así. Mi primera reacción cuando escuché la propuesta de Iglesias fue la misma de ustedes: frotarme las manos, salivar, mirar la programación televisiva para ver a qué hora lo echaban, y luego correr a comprobar si ya había un change.org al que sumar mi firma para pedir ese cara a cara.

Pero una vez pasado el calentón, me pregunté: ¿qué interés tendría un debate así? Vaya pregunta, dirán algunos: claro que tendría interés. Sería el partido del siglo. Las teles se darían tortas por emitirlo, reventarían los audímetros, veríamos calles desiertas, arderían las redes sociales, cientos de corresponsales extranjeros, batiríamos el récord de memes, no hablaríamos de otra cosa durante semanas... Y va este bobo y pregunta si tendría interés un debate Iglesias-Rajoy…

Todo lo anterior es cierto. Pero más allá del espectáculo, ¿de qué serviría un combate televisivo Podemos-PP?

A Podemos le serviría de mucho, es evidente, por eso lo piden: porque sacan beneficio incluso si no se celebra, con la mera propuesta, solo con crear ese imaginario en los ciudadanos. Con o sin debate son ellos los que toman la iniciativa, marcan agenda, muestran al presidente acobardado, se sitúan como única oposición, y crean el marco interpretativo deseado: esto es cosa de dos, PP y Podemos, Rajoy e Iglesias, la casta y la gente, el poder y la calle, los de arriba y los de abajo. Y nada más.

También el PP saca beneficios, no tantos como Podemos pero también gana algo. Marcar la confrontación PP-Podemos puede movilizar a su desencantado electorado, que teme más un Gobierno del demonio con coleta que uno del inofensivo Sánchez. Iglesias gana brillo cuando tiene al lado al gris Rajoy, y el presidente recupera relieve entre los suyos cuando anda cerca su antagonista.

Pero volviendo a la pregunta inicial: para mí, para usted, ¿qué interés tiene un debate así, más allá del mero interés deportivo? ¿Sacaríamos algo en claro? ¿Algo que no sepamos ya de Rajoy o de Iglesias? ¿Tiene esta espectacularización de la política algo que ver no ya con el empoderamiento, siquiera con el debate ciudadano?

Parece que la nueva política ha decidido que solo puede ganar usando las armas de la vieja política de toda la vida: televisión, omnipresencia mediática, rueda de prensa semanal, pabellones llenos, vídeos, storytelling, emoción, golpes de efecto, cartelería, argumentario, máquina electoral, eficacia, pero también perfil institucional, bipartidismo y llamamiento al voto útil. Sí, ya sé que eso no es todo, que hay también círculos, militancia, propuestas, gente muy valiosa; pero cada vez pesa más lo otro. Desde el momento en que has decidido volcar todos tus esfuerzos en lo electoral, esto es lo que hay.

Ya sé que en el grupo dirigente de Podemos sobra inteligencia, lo han demostrado sobradamente en el último año. Y también reconozco que ese manejo de las viejas armas, actualizadas pero viejas armas, desconcierta aún más a sus rivales, desbordados en campo propio.

Pero también me pregunto, y de ahí la duda con que empecé, si la aceptación de ese terreno de juego, de la política espectáculo, epidérmica como es, más emotiva que racional, sirve para cambiar las cosas. Si consigue un cambio de mentalidad en los ciudadanos, imprescindible para conseguir algo más que ganar en las encuestas, incluso para algo más que meter un buen número de votos en las urnas. Que “la gente” quiere ver un cara a cara televisivo Rajoy versus Iglesias está claro. Uno a la semana, si puede ser. Que esa misma gente queramos de verdad cambiar las cosas, cambiarlas drásticamente, y dejando el cambio en manos de Podemos, necesita más, mucho más que debates televisivos.

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