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¿Quiere Podemos tener sus “Marhuendas”?

Pablo Iglesias dice que Piketty ha dado a Podemos una "válvula de oxígeno"

Carlos Hernández

Independientemente del partido al que pertenezcan, los miembros de la clase política comparten algunos defectos. Uno de los más frecuentes es el deseo incontenible de controlar a los periodistas. Este objetivo, obviamente, nunca se reconoce abiertamente. Las acciones encaminadas a criticar o condicionar el trabajo de los informadores se perpetran con la excusa de alcanzar fines tan nobles como la defensa de la libertad de expresión, la lucha contra el sectarismo o la necesidad de liberar a la prensa del control de los poderes económicos.

En estos años de democracia hemos visto muchos ejemplos del ADN censor que portan nuestros políticos. En los años 90, el PSOE de Felipe González veía en cada periodista independiente un fiel mercenario de una derecha ávida de poder. Era verdad, como reconoció el “ilustre” Luis María Ansón, que un grupo de influyentes directores de medios conservadores se conjuraron para derribar a Felipe González; pero no era menos cierto que la inmensa mayoría de los periodistas estaba al margen de las conspiraciones y se limitó a hacer su trabajo. Un trabajo que, en aquellos momentos, pasaba por denunciar los numerosos casos de corrupción de la administración socialista y la implicación de esta en el terrorismo de Estado de los GAL.

Necesitaría diez artículos como este para desgranar la forma en que el Partido Popular ha maniobrado y lo sigue haciendo para controlar férreamente a los medios. Aznar utilizó Telefónica para comprar, literalmente, televisiones y radios; amenazó a empresarios de la comunicación hasta conseguir el cese de directores de periódicos; persiguió a quienes no le doraban la píldora, hasta el punto de utilizar jueces prevaricadores para intentar encarcelar al entonces presidente de PRISA… Rajoy no se quedó atrás y jugó con la amenaza de reinstaurar la publicidad en TVE para domesticar a las televisiones privadas; negoció con las licencias de la TDT e incluso se preocupó en perseguir a periodistas de a pie, hasta conseguir que su periódico los enviara al otro lado del Atlántico.

Al lado de todo esto, la estrategia que desarrolla Unidos Podemos puede parecer un juego de niños; pero lo preocupante es que esos niños apuntan las mismas maneras que sus mayores. Si la maestra de la censura que es Esperanza Aguirre llama públicamente “La Secta” a la cadena que más denuncia sus “mamandurrias”, el aprendiz Pablo Iglesias denuncia conspiraciones en su contra o señala con su dedo acusador en Twitter cada vez que alguna información no es de su agrado. No deja de llamar la atención que en solo siete días, los portavoces de la formación morada y del Partido Popular hayan coincidido en utilizar el mismo término para definir la actitud que algunos medios de comunicación les dispensan: cacería.

Es lícito que Unidos Podemos, al igual que cualquier otro partido político, denuncie los errores y excesos que pueda cometer un diario, una radio o una televisión. Más aún cuando el movimiento político que lidera Iglesias cuenta con la oposición visceral y, por tanto, nada profesional de numerosos medios informativos y de poderosos empresarios de la comunicación. Lo que ya no es de recibo es que use esa circunstancia como excusa para hacer tabla rasa y descalificar cualquier información u opinión que vaya en su contra. Por decirlo más claramente, el hecho de que existan mercenarios de la información como Marhuenda, Rubido o Rojo no legitima a UP para mantener un ataque global y sistemático contra cualquier periodista crítico; y mucho menos para esconder sus errores y responsabilidades bajo una capa de victimismo.

Esa es la estrategia que han adoptado Iglesias y los suyos frente a las noticias incómodas. Ocurrió al desvelarse la plusvalía obtenida por Ramón Espinar por la venta de un piso de protección oficial; o cuando se descubrió que Pablo Echenique había tenido un asistente al que no dio de alta en la Seguridad Social; o al destaparse que Tania Sánchez había apoyado como concejala en Rivas los contratos entre su hermano y ese ayuntamiento. Ninguno de estos tres casos, ni algún otro que ha salpicado a la coalición de izquierdas, representa una milésima parte de la corrupción que cubre a otros partidos; sin embargo, no hay duda de que los tres casos eran políticamente reprobables y periodísticamente interesantes. ¿Qué habrían dicho los portavoces de UP si los protagonistas de estos escándalos hubieran sido dirigentes del PP? No me cabe duda que habrían hablado, y con razón, de la necesaria ejemplaridad de los servidores públicos y de la necesidad de asumir responsabilidades políticas.

Un penúltimo ejemplo de esta estrategia lo vivimos el martes. Una periodista de la Cadena SER interpretó que la explicación de Iglesias sobre la necesidad de feminizar la política no había sido afortunada. Unos minutos después de emitirse esa información, dirigentes de UP empezaron a hablar de “manipulación”, “cacería” y enmarcaron la crónica dentro de una gran conspiración dirigida por Juan Luis Cebrián. Sin duda la emisora no tuvo su mejor día; pero de ahí a la criminalización que se hizo del trabajo de periodistas honestos va un enorme abismo. Aunque Iglesias no sea machista, yo también mantengo que explicó tan mal el concepto de feminización de la política que llegó a parecerlo. No digo que mi interpretación de sus palabras tenga por qué ser acertada, pero sí afirmo que mi opinión crítica no está teledirigida por Juan Luis Cebrián, como tampoco lo estaba la información de la SER.

El último capítulo es de este mismo miércoles. La persona que lidera la oposición, por desistimiento del PSOE, se dedicaba a poner en el disparadero a un periodista. Lo hacía citándole en un tuit despectivo que dio pie a que algunos de sus 2 millones de seguidores le tacharan de “títere”, “manipulador” o “perrodista”. A Iglesias no le había gustado que el informador destacara en un tuit que llevaba una mano en el bolsillo mientras interpelaba al presidente del Gobierno. No era la primera vez, aunque ojalá sea la última, que Iglesias señalaba públicamente con su dedo acusador a un periodista. Le pregunto humildemente al líder de UP: ¿qué pensaría si Rajoy, Sáenz de Santamaría, Susana Díaz o Albert Rivera hicieran algo parecido? De hacerlo, mi opinión sería la misma que expresé ayer en Twitter ante un ataque similar que lanzó Juan Carlos Girauta a Jordi Évole: es un comportamiento injustificable en un representante político. El dirigente de Ciudadanos tardó segundos en bloquearme.

No creo que Girauta sea el espejo en el que Iglesias se quiera ver reflejado ni que Unidos Podemos desee copiar el modelo censor del PP; pero si quieren demostrar que no es así deberían cambiar de actitud y hacer algo más de caso a Íñigo Errejón. Solo así los españoles, y especialmente los periodistas, podremos estar seguros de que su deseo oculto no es el de disponer de un ejército propio de “Marhuendas”.

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