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Rajoy cree que la crisis griega le viene muy bien

Carlos Elordi

“La crisis griega es un regalo para Rajoy”. Eso dice un titular del Financial Times de este viernes. Porque, añade, puede utilizar electoralmente, y lo está haciendo, la idea de que España estaría como Grecia si no se hubiera aplicado la política del PP; y porque la crisis helena le sirve para que la corrupción pase a un segundo plano. Aceptemos que algo de eso pueda pasar. Pero el conflicto entre Atenas y Bruselas puede también ser muy malo para Rajoy. Porque salga como salga el referéndum, lo más probable es que al mismo le siga la inestabilidad en los mercados financieros, mayor o menor según cual sea ese resultado. Y un país como el nuestro, que tiene una deuda externa de 1,78 billones, se verá seriamente afectado por la misma. Hasta el punto de estropearle la campaña electoral al PP.

El gobierno ha debido apostar a que ese efecto negativo no va a aparecer con claridad suficiente antes de que se celebren las elecciones generales, es decir, antes de noviembre. Y si la inestabilidad financiera aparece antes, decretaría un adelanto electoral, que tendría en el temor a la subida de la prima de riesgo su principal motivo, frente a otros con los que se ha especulado.

Mientras tanto, Rajoy hará lo que haga falta para mejorar sus posibilidades electorales y sacar, por lo menos, un escaño más que el PSOE en el futuro gobierno y seguir gobernando. Aunque un eventual acuerdo con Ciudadanos, y quién sabe si con algún pequeño partido más, no le confiera la mayoría absoluta. El recordatorio obsesivo por parte de los dirigentes populares de que los pactos PSOE-Podemos han quitado, “ilegítimamente” dicen algunos, el poder al partido más votado en muchos ayuntamientos y regiones no tiene otro objetivo que el de ir preparando el terreno para que, en su día, se acepte ese hipotético gobierno de minoría. Que sólo una mayoría absoluta de signo contrario al mismo podría impedir.

Rajoy ha empezado por decretar una rebaja del IRPF, con efecto retroactivo. 1.500 millones de menores ingresos para las arcas públicas. Aunque el déficit público, que a final de este año tendría que bajar al 4,2 % del PIB, siga en el 5,7 % y lleve meses sin descender salvo alguna décima. Y aunque desde Bruselas le hayan llegado en las últimas semanas varias fuertes críticas en este sentido. Porque debe creer que en medio de la conmoción provocada por Alexis Tsipras, nadie de los que mandan en la UE, y en concreto Alemania, va a ser en estos momentos demasiado estricto con el gobierno español, por mucho que esté violando sus compromisos. A principios de año, en los meses previos a las municipales y autonómicas, ya hizo una jugada electoralista parecida, aumentando la inversión pública en construcción y servicios varios, y nadie le dijo nada.

Es muy posible que en las próximas semanas lleguen nuevas medidas de ese mismo corte. Al menos hasta que el cierre vacacional lo permita y quién sabe si también entonces. A un Rajoy hundido políticamente no le queda otra. Además de reunirse con el Rey y los expresidentes, más para reivindicarse a sí mismo que al abdicado monarca. Y de seguir pintando a Podemos como el mal absoluto, haciendo como si se hubiera olvidado del PSOE, que sigue siendo su principal rival electoral.

A la espera de que el partido de Pedro Sánchez haga algo para recuperar protagonismo -y podía haber sido menos tibio, aun manteniendo su oposición, en torno al referéndum griego-, el terreno del juego político-electoral está marcado por esos elementos, entre los que destaca, claro está, el descrédito del PP.

Pero si el fantasma de la deuda pública -que ya ha asomado en estos últimos días- hace acto de presencia, cualquier cálculo esperanzado por parte del PP puede quedar reducido a cenizas. ¿Puede ocurrir? Ningún experto medianamente serio, español o extranjero, lo descarta. Algunos, incluso, lo ven como muy posible. Pero nadie se atreve a hacer afirmaciones tajantes. Ni sobre cómo puede terminar lo de Grecia, aun en el caso de que gane el “no”, ni sobre qué impacto va a tener en los mercados. Lo peor es que da la impresión de que las instituciones que deberían haberlo hecho carecen de previsiones actuación muy definidas para unas u otras eventualidades.

El hecho de que el FMI salga ahora con un informe que concluye que Grecia necesita 51.000 millones más de ayudas de aquí a final de año y de que habrá que restructurar –o sea perdonar- una parte de la deuda griega, indica que en esas instituciones hay mucho más desconcierto del que parece. Porque si eso lo hubiera dicho hace dos semanas, puede que Tsipras no hubiera convocado el referéndum. Queda también la duda de que la inspiradora de ese texto no haya sido Christine Lagarde, hasta ahora intransigente sin paliativos con Grecia, sino algún directivo norteamericano del FMI, una institución que sigue dominada por Estados Unidos. Porque Obama –temeroso de que el caos griego termine acercando Atenas a Moscú y a China y también de que un eventual desbarajuste financiero afecte a su país- ha denunciado abiertamente la incapacidad negociadora de la UE, o sea, de Angela Merkel.

Sea como sea, la incertidumbre va mucho más allá de lo que pueda ocurrirle a Alexis Tsipras. Doblegarle, o hundirle, ha sido seguramente la intención prioritaria de muchas de las iniciativas que la UE ha tomado en estos últimos meses. Pero detrás de esas voluntades u obsesiones políticas está la realidad financiera y económica. Gane el “no” o lo haga el “sí” Grecia seguirá siendo un problemón el lunes. Agravado o no por el resultado de la consulta, el riesgo de la inestabilidad de los mercados podría obligar a los dirigentes europeos a tomar algunas de las medidas que los dirigentes griegos han pedido sin éxito. Tanto si lo hacen como si no, el mensaje que recibirán los inversores internacionales es que la UE no tiene las ideas muy claras. Eso puede llevarles a buscar otros destinos para su dinero. Y nuestra prima de riesgo puede sufrir por ello. Y también Rajoy.

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