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Rajoy y el drama de preparar su investidura fallida

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, en la tribuna de oradores del Congreso. /EFE

Euprepio Padula

Rajoy es un político que no está acostumbrado a perder, que tiene especial rechazo a situaciones de conflicto y suele eludirlas con sus habituales silencios, delegando los problemas a sus colaboradores más fieles o esperando.

Desde el pasado 18 de agosto y obligado por las presiones de Ciudadanos para dar una fecha para la investidura, su frustración ha ido aumentando, su tradicional paciencia se va quebrando y es consciente que no podrá dar rienda suelta a su enfado ni siquiera en el debate de investidura. Las últimas comparecencias ante la prensa han sido duras, broncas y algo desagradables, con tono áspero y un rostro desencajado que refleja un malestar evidente.

Rajoy se ha visto acorralado por la situación, y ahora sus mejores cualidades como líder político de repente ya no sirven, al no poder esperar el error del adversario. Además, tampoco tiene mucho más tiempo para poder convencer a quien, como muy bien sabe, no va a cambiar de idea para hacer de su debate de investidura un triunfo. Rajoy se ha visto forzado a presentarse sin los apoyos suficientes y pese a su hermetismo y falta de comunicación, es evidente que vive el momento con especial dramatismo y cierta resignación. Al fin y al cabo todos sabemos que llegó a declinar la propuesta del rey de presentarse como candidato tras el 20-D para evitar el fracaso y la vergüenza de una derrota sin precedentes.

Este verano Rajoy no ha podido disfrutar de las vacaciones, sigue recibiendo muchas presiones de Bruselas y la no invitación a estar en Ventotene en la reunión de Merkel, Hollande y Renzi ha supuesto un indiscutible fracaso de nuestra diplomacia, al no estar presente en una cumbre clave para redistribuir los poderes dentro de la Union Europea tras el Brexit.

Pero por encima de todos estos problemas veraniegos, si hay algo que sin duda saca de quicio a Rajoy es la actitud pasiva y desafiante de Pedro Sánchez, que se negó a reunirse con él para abordar cuál debía ser la fecha de la investidura. El líder socialista sigue manteniendo un enfrentamiento que va más allá de lo político y que ya es claramente personal. El PSOE sigue inflexible, enrocado en su NO, y Rajoy vislumbra las terceras elecciones como una posibilidad cada vez más real. La fecha del 25 de diciembre, elegida para presionar todavía más al líder socialista, demuestra que volver a las urnas más que un fantasma es una realidad cada vez más probable. Estoy seguro de que si pudiera y fuera impulsivo, Rajoy haría un discurso durísimo contra Sánchez. Sin embargo, en lugar de ser víctima de ese rencor, estoy seguro de que planteará el debate en el Congreso con formas conciliadoras, tendiendo la mano a Sánchez, aún sabiendo que el líder del PSOE seguirá en su no rotundo.

Rajoy perderá, será un fracaso, pero es la oportunidad para decirle a los diputados y a todos los españoles lo que propone para gobernar. El desprecio y el rencor no le ayudarían, mientras que un tono solemne y sereno puede ser la oportunidad para ser, al menos, el ganador moral. No es el momento de atacar a nadie y menos a Sánchez, y si como esta previsto fracasará en su intento, entonces si tendrá que sacar uñas y dientes frente a un enemigo que propondrá ya lo que quiere hacer, suponemos, una vez acabado su forzado silencio veraniego.

Si el próximo 2 de setiembre Rajoy no logra la investidura, estoy seguro de que comenzará su precampaña electoral de forma inmediata. Ahora, tanto PP como PSOE saben sobradamente que puede haber un nuevo intento de investidura tras las elecciones gallegas y vascas. La fecha electoral puede ser clave dependiendo de los resultados, y si el PSOE saliera debilitado podría abrirse en Ferraz un debate interno sobre las perspectivas y los posibles resultados de unas terceras elecciones. No se puede descartar que en ese momento se ponga en discusión el liderazgo de Sánchez.

Está claro que para Rajoy, Pedro Sánchez ha sido su pesadilla de verano y todo su debate estará influido por los guiños y las dudas sobre los planes del líder socialista. Pero si es evidente que el silencio y la ausencia de Sánchez nos llevan a pensar que tiene un Plan B. Nadie sabe cual, pero es plausible que, ante la amenaza de aparecer como responsable de las terceras elecciones, empuje a su comité federal a permitir que negocie con Podemos y los independentistas o que pida la cabeza de Rajoy a cambio de una abstención.

En fin, nunca como en este caso un debate de investidura se presenta con tantas incógnitas de todo tipo, y con un futuro inmediato donde es muy complicado encontrar una respuesta segura sobre el futuro gobierno de España.

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