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Recuerdos de Chernóbil y otras lecciones de la historia

Pripiat, de ciudad modelo a ciudad fantasma por el accidente de hace 30 años

Jesús López-Medel

Hay hechos que deben forman parte de una memoria colectiva y que para los más jóvenes hay que enseñar o recordar pues de la historia hay mucho que aprender. Y también algo fundamental: relacionar acontecimientos que tienen elementos comunes, en este caso el nuclear con los muy variados efectos concatenados que contienen.

Uno de los hechos de hace más de setenta años y que constituyó uno de los hitos del siglo XX fueron la bomba atómica de Hiroshima lazada por Estados Unidos en las postrimerías de la Segunda Guerra mundial, el 6 de agosto de 1945, casi cuando el conflicto estaba terminado. A muchos nos sugiere una venganza devastadora (140.000 muertos) de lo que había supuesto al orgullo de EEUU el sorpresivo ataque aéreo japonés al puerto de Pearl Harbour. Las consecuencias de ese ataque nuclear fueron inmensas.

Hace muy poco el secretario de Estado norteamericano estuvo allí en el G7 y aunque no pidió las pendientes disculpas, se abrió paso la posibilidad de que en junio pudiese acudir Obama, meses antes de su salida de la Casa Blanca.

No puedo en este momento dejar de recomendar vivamente el libro El Piloto de Hiroshima. Más allá de los límites de la conciencia sobre la correspondencia epistolar entre quien dirigió a la fuerza aérea norteamericana para el lanzamiento de las bombas en Japón y el filósofo austriaco Günther Anders. Es apasionante cuando, tras ser recibido en su país como un héroe, se convierte en villano tras ir reconociendo interior y luego de modo público la maldad que hizo. Acabó recluido en un hospital.

Más recientemente debe recordarse, también en Japón, la tragedia nuclear de la central nuclear de Fukushima de hace seis años con unos efectos devastadores que se extendieron incluso por Europa. Pero ni siquiera este reciente accidente llega ni mucho menos al nivel de la tragedia acontecida hace hoy 30 años en Chernóbil sobre el cual me centraré en este artículo.

Tras la explosión acontecida del reactor número cuatro, 4.000 km cuadrados en territorios de Ucrania y Bielorrusia quedaron gravísimamente contaminados, produciendo inmensos daños inmediatos y también futuros a los territorios y las personas. Para que alguien se pueda hacer una idea, la potencia radioactiva de la explosión fue de entre 100 y 500 veces la de la bomba atómica de Hiroshima.  

Hay sin duda una dimensión humana, de salud, medio ambiental, política, etc. de este desastre. Las dos primeras vienen relatadas en un tono conmovedor y brillante por la última premio Nobel Svetlana Alexievich en Voces de Chernóbil, libro de esta escritora bielorrusa que recomiendo también con fervor.

En todo caso, por mi parte lo que quiero es destacar lo que supuso Chernóbil como anticipo de la desintegración de la URSS solo cinco años después, aunque las gritas de la central nuclear (llamada curiosamente “Vladimir Illich Lenin”) ya existían, al igual que las que tenía todo el sistema de la Unión Soviética.

Solo un año antes, en abril de 1985, se había producido un cambio político de relieve en la máxima dirigencia del PCUS. Un joven Mijaíl Gorbachov, comparado con la gerontocracia dominante hasta entonces, asumió la Secretaría General del partido. Quien mandaba en el partido, mandaba en el imperio. El sistema comunista que el intentaría reformar para salvarlo presentaba ya numerosas fisuras. La URSS estaba inmersa  desde seis años antes en una guerra sin sentido invadiendo Afganistán (de ese absurdo no aprendimos después). La economía empezaba a estar colapsada y revelaba que estaba construida, como todo el sistema, sobre unas bases muy antiguas. Los nacionalismos internos iban adquiriendo gran fuerza como elemento de desintegración en un país fuertemente centralizado donde muchas decisiones se tomaban desde Moscú. Entre ellas, por supuesto, cómo debía actuarse sobre lo acontecido en Chernóbil. Ese fue, dentro del elenco de problemas que tuvo que enfrentarse el joven dirigente, el de más impacto político y social.

El nuevo líder intentaba introducir abundantes reformas en un sistema anquilosado y con metástasis. Su idea, como anticipamos, era conservar el modelo comunista. Para ello impulsó ideas como la perestroika en un intento de apertura de un sistema tan cerrado y la glasnost o transparencia.

Esto, necesariamente, como la reacción frio-calor, habría de producir en un sistema muy cerrado, frente a su deseo, resultados explosivos y fatales para la propia URSS. A ello, sin duda, contribuirían los más ortodoxos del Partido Comunista que con su intento de involución definitiva en el golpe de estado de agosto de 1991 producirían unas consecuencias fatales e inauditas cual es que fracasado el golpe de Estado, el resultado fue precisamente que el Estado, que querían mantener en un estado solidificado, desapareciese por desintegración.

Pero a ello precedió, como metáfora, lo que aconteció en Chernóbil hace justo ahora treinta años. Diez años después Gorbachov afirmaría que “nadie me avisó del Apocalipsis”. ¿Qué había acontecido? Sencillamente que la estación nuclear en su reactor número cuatro se había agrietado provocando la explosión. Eso era consecuencia de la obsolescencia de la tecnología soviética (como de todo). Ellos lo sabían pero callaban pues querían mantener un ficticio, o mejor dicho falso, progreso industrial. Pero aún peor, llevaron con gran secretismo lo que había sucedido y las consecuencias del hecho.  

Para evitar que fuesen aún más intensas, se construiría un sarcófago a toda prisa pero con muchas imperfecciones y no ha podido impedir que siguiese la radioactividad. Ahora está en construcción un segundo sarcófago con una inmensa cubierta de acero que duraría 100 años y que está prevista para año y medio, aunque sigue sin conseguirse los 185 millones que cuesta.

Entonces, en 1986, todo valía para mantener una economía diseñada al servicio del aparato productivo y del sistema comunista. Junto a ello, debe reseñarse (es anterior) uno de los mayores desastres de la economía soviética y del medio ambiente del gran imperio que fue la degradación y desaparición del antaño muy rico mar Aral, hoy convertido hoy en una extensa salina. En ese caso, fue una decisión humana económica disparatada de anular ese mar para producir, por irrigaciones, producciones de algodón. Existe sobre ello un precioso documental de Isabel Coixet que también recomiendo.

Debe reseñarse que una expresión de la nueva línea de apertura del recién llegado entonces  Mijaíl Gorbachov fue la rehabilitación de importantes disidentes que habían sido reprimidos. Entre ellos de alguien emblemático como el científico físico nuclear Andrei Sajarov, premio Nobel de la Paz que, tras abominar del uso de esta energía armamentística, había sido deportado en Gorki.

En diciembre de 1986, recibiría una llamada personal del Gorby de esa primera etapa, comunicándole su liberación. Es también paradoja que un año antes de la muerte (1990) del prestigioso científico, este fuese muy crítico con un Gorbachov distinto que, acosado por los reaccionarios (dícese de estos quienes pretenden oponerse al avance de la historia), pactó con ellos, dando alas a los más conservadores comunistas quienes le rodearon en esta etapa postrera y le traicionasen. De ahí al fallido golpe de Estado en agosto de 1991 – pronto hará veinticinco años- y la aceleración de lo que supuso el estrepitoso derrumbe del mayor imperio surgido precisamente en ese siglo. Pero todo había comenzado con su elección como secretario general del PCUS en abril de 1985.

Como se ha expuesto, un año después de esta designación acontecería la tragedia de Chernóbil. La frase antes trascrita expresada por Gorbachov acerca de su ignorancia parcial de lo que supuso este desastre, no es sino manifestación de la mentira que rodeó a este hecho y, en general, al propio sistema. En efecto, además de mostrar la obsolescencia de la industria soviética y del propio sistema comunista, este desastre fue abordado con una gran censura por la nomenclatura. El partido destinó trenes hacia Moscú con las familias de sus dirigentes y separó a los más afectados (como el bombero de la novela de Alexievich).

Sin embargo, no se informaba a la población por qué tantos camiones echaban agua por las calles de Pripiat. Y lo que es peor: la evacuación de los habitantes no comenzó hasta dos días después de la explosión nuclear. Hace ahora siete años tuve la oportunidad de conocer esa desoladora ciudad fantasma ubicada entre esos dos países, Ucrania y Bielorrusia que he visitado diecisiete veces.

Algunos consideran que este desastre contribuyó a la caída del sistema soviético, aunque, como John Meyer ha escrito, ello no fue sino un síntoma de dicha crisis y confirmó a Gorbachov en su convicción de que había que “hacer algo”. Chernóbil es, pues, un anticipo y una metáfora de lo que después acontecería, la caída estrepitosa del sistema soviético.

Ahora, al tiempo de los 30 años de la tragedia nuclear, se cumplirán en agosto y en diciembre respectivamente 25 años del golpe de Estado contra el impulsor de la apertura y, en segundo lugar, del acta de defunción de la URSS.

Muchas lecciones tenemos siempre que aprender de nuestra historia y, entre ellas, siempre, la larga conquista de valores como la libertad o la trasparencia. Gorbachov las impulsó y fue víctima de sus errores pero, sobre todo, de quienes quisieron, sin éxito, parar el reloj de la  historia. Pero esta no se detiene y nos deja metáforas clarividentes.  Chernóbil es una de las más expresivas.  

Jesús López-Medel es autor de The long quest for Freedom. Fiifteen ex SovietCountries in search their Individual Identities (2010) y expresidente de la Comisión de Derechos Humanos, Democracia y Ayuda Humanitaria de la OSCE.

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