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El no de Sánchez

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

Ruth Toledano

Parecía que Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, no tendría el fuelle suficiente como para enfrentarse a la caverna de su partido, cuya representante máxima es una Susana Díaz escoltada por viejos barones territoriales. Parecía que Sánchez tendría que rendirse a los intereses espurios de esa buena parte de su partido que prefiere mantener a Rajoy en el gobierno para conservar su oposición bipartidista. La dignidad política y los intereses generales del país parecían secundarios.

Sin embargo, parece ahora que Pedro Sánchez podría sacar unas fuerzas de flaqueza que lo engrandecerían: decir no a la investidura de Rajoy no le garantiza en absoluto mejorar sus propios resultados en unas terceras elecciones, pero dota de una cierta altura a un partido que ya ha avergonzado bastante a muchos de sus tradicionales votantes. Sánchez demostraría con el no una valentía que hace tiempo abandonó el PSOE, acobardado por el natural nacimiento de fuerzas políticas alternativas, es decir, de Podemos y las formaciones confluyentes. El PSOE ha dado en los últimos meses (como poco) un triste espectáculo: el de considerar prioritario su rédito político frente a las necesidades de los ciudadanos, sean o no sus votantes. En esa huida hacia atrás, se ha ido dejando en el camino los presuntos principios socialistas, que habrían de estar siempre por encima de la eventualidad del poder. De hecho, ese abandono de los valores, ese desprecio por la ideología le está pasando su mayor factura.

El no de Sánchez a la investidura de Rajoy supone responsabilidad de Estado y permitirá al PSOE recuperar un poco de su maltrecha credibilidad. Más aún, abre la posibilidad de un pacto de izquierdas que debiera haberse logrado hace mucho tiempo. Un pacto imprescindible para evitar que siga gobernando el PP, partido que está imputado, algo que resulta inconcebible en cualquier democracia desarrollada. Si el PSOE permite que vuelva a gobernar Rajoy, legitimará la política de recortes del PP, la corrupción generalizada, la reforma laboral, la reforma educativa y leyes como la Mordaza. Si ese llega a ser el mensaje que el PSOE lance a los españoles, será al tiempo la nota de su propio suicidio.

El no de Sánchez a Rajoy debería abrir un nuevo capítulo que hiciera posible un gobierno alternativo. No vale solo con el no. Hay que sentarse después con Podemos y sus socios confluyentes, y establecer, con todas las diferencias pero con generosidad e inteligencia, una estrategia común que desbloquee la situación. Todos deberán ceder, todos deberán mover sus líneas rojas, teniendo claro que no se podrá contentar a todos pero que existe una posibilidad de cambio y están moralmente obligados a facilitarla. En particular, permitir que Cataluña celebre el referéndum que reclama, teniendo en cuenta que el PP de Rajoy ha sido la mejor fábrica de nacionalistas y que un partido no puede llamarse socialista si se opone al derecho de un pueblo a expresarse y a decidir su destino. Con el PP fuera del gobierno nacional, es más que posible que Cataluña no tenga tanta prisa en salir por patas.

Que Pedro Sánchez mantenga su determinación de votar no a la investidura de Rajoy supondrá una altura de miras políticas que devolverá algo de la dignidad perdida al contexto político general y al PSOE en particular. Después, Sánchez tendrá que dar otro paso al frente. Y si llega a ser capaz de formar un gobierno alternativo, precisamente por la dificultad que conlleva (tanto en lo que se refiere a los números parlamentarios como en las negociaciones que habría de emprender), su impronta podrá ser histórica, tanto en lo personal como en lo político. Para ello, debe neutralizar a esa parte de su partido que parece estar más cercana a la derecha que a la fuerza progresistas, única esperanza de salir de este humillante hoyo.

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