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Solo nos salvará la belleza colateral de su inútil confianza

Cuatro de las mujeres congoleñas que murieron ahogadas ante agentes de la Guardia Civil de España y de la Marina Real de Marruecos.

Ruth Toledano

Se tiraron al mar como quien escapa a tierra de nadie. No sabían nadar porque jamás las llevaron de niñas a un cursillo de natación, como hacemos aquí con nuestras pequeñas más queridas. Eran del Congo. Sus jóvenes cuerpos acabaron, hinchados, en la morgue del hospital marroquí El Hassani, en Nador. Todos sus sueños se ahogaron. Donde dice sueños debemos leer un simple horizonte en el que el miedo, la miseria y la violencia se vean desde el otro lado. Sueños que fueron huida, supervivencia, derrota. Oscuridad anterior y oscuridad final. Las siete mujeres ahogadas eran negras.

Mientras los supervivientes aseguran que la Guardia Civil “bloqueó” la patera en la que a duras penas flotaban 45 personas, las fuentes oficiales españolas aseguran que los agentes trataron de “intermediar” para impedir su entrada a Melilla. Los entrecomillados son términos, cuando menos, confusos, que se convierten en escalofriantes al confirmar la muerte por ahogamiento de esas siete mujeres. Por su parte, las ONG cuentan que la Marina Real de Marruecos llegó con una embarcación, enganchó a una cuerda aquella cáscara de nuez donde ya tiritaban los sueños y se la llevó a rastras para devolverla a sus costas. Tiró sin miramientos, como se hace con lo que no merece cuidado, hasta hacerla volcar. Con ella se hundieron quienes aún no se habían lanzado al agua huyendo de unos y de otros, de españoles y de marroquíes, de guardias reales y de guardias civiles.

Aún se desconoce el número de muertos, que Caminando Fronteras y la Asociación Marroquí de Derechos Humanos calculan de momento en 14. La Delegación del Gobierno en Melilla, que tiene el cuajo de asegurar que intervino para rescatar a las personas que había en el agua tras su “intermediación”, dice que sacó a 13 y no reconoce la existencia de muertos. Total, están en morgue mora, allá se las apañen. En la operación de “bloqueo” e “intermediación” colaboraron uniformados españoles y marroquíes, en una escena que no es difícil imaginar: dos forzudos contra una enclenque; interceptándola, cercándola, acorralándola, embistiéndola. Un abuso de poder que acabó en crimen.

Detrás de esta película de terror marino hay un contexto de indefinición de fronteras marítimas, que la Guardia Civil dice, como si fuera poeta, querer “impermeabilizar”. Un oxímoron. Y hay cotidianas devoluciones en caliente, que, por impermeabilizada que esté el agua, son ilegales allá donde se produzcan. Según la ley, la moral y la tradición, todo buque tiene la obligación de socorrer a quien precisan de ayuda en el mar, siguiendo el propósito universal de salvar vidas humanas. Se conoce como deber de auxilio. Al “bloquear” e “intermediar” frágiles embarcaciones, como hace la Guardia Civil de España en connivencia con la Marina Real de Marruecos, no solo se incumple ese deber sino que se provoca una necesidad de auxilio aún más grave que la anterior al “bloqueo” y la “intermediación”: te vuelcan al agua y te ahogas; te tiras al agua a la desesperada y te ahogas.

Imaginamos que, al lanzarse al agua o al volcar, a las siete mujeres congoleñas les quedaba un resquicio de confianza en la humanidad. Confiaban en que aquellos hombres fuertes de las grandes embarcaciones las rescataran de esa gélida inmensidad que las tragaba. Aquellos hombres que las habían “bloqueado”, aquellos hombres que “intermediaron” entre su vida y su muerte. Hay una película en la que Helen Mirren se atreve a decir a una joven madre, devastada por la muerte de su hijita de seis años, que incluso de una circunstancia así llegará a descubrir la “belleza colateral”. Cuando he imaginado a esas jóvenes mujeres hundiéndose sin remedio, me he atrevido a pensar que su confianza última en la salvación tuvo algo de esa belleza colateral. Su fe terminal en la vida. Su lucha por el aire. La ráfaga de los recuerdos contra la imagen, cada vez más alta, más borrosa, de los brazos que te van a elevar. Creer en ello. Porque sin esa confianza, que fue belleza en ellas e identificarla es nuestra única salvación, la humanidad será solo una gran morgue de espanto y de traición.

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