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Spanish Shame

Rajoy y Puigdemont se ven hoy en Oporto tras anuncio de referéndum unilateral

Antón Losada

Empezamos la semana post 1-0 con el independentismo llenando las calles, convencido que la independencia estaba la vuelta de la esquina porque a Europa no le iba a quedar más remedio que intervenir ante la imagen brutal ofrecida por el Estado español y la innegable demanda de la sociedad catalana.

Por su parte, en el otro lado cundía el desanimo y el desconcierto por las imágenes de los antidisturbios contra las urnas y la desesperación ante la inacción de un Mariano Rajoy que, una vez más, tenía las horas contadas por cobarde y pusilánime.

Hoy renace el mito de la mayoría silenciosa, las calles rebosan de banderas de España y las estaciones y notarias de empresas que huyen de Catalunya, sin complejos se llama golpismo a la gente votando y Mariano Rajoy vuelve a ser ese líder imbatible, maestro de los tiempos, inigualable en su habilidad para maximizar los errores del adversario. Entre el independentismo cunden la división y el desanimo ante la constatación de aquello que no veía sólo quien no quería verlo: ni Europa va a intervenir en su ayuda, ni se puede declarar la independencia en el corazón de la UE y esperar que todo siga igual.

¿Qué ha pasado? ¿Quién tiene razón? Ha pasado aquello que inevitablemente tiene que pasar cuando unos se empeñan en negar la realidad y la demanda mayoritaria de votar, mientras otros se obstinan en declarar la independencia sin contar con un indispensable y abrumador respaldo social. Los dos relatos se equivocan y hacen una lectura errónea de una realidad que se empeña en seguir su propio camino y no plegarse a las conveniencias de unos y otros.

La gente y el dinero no huye de la independencia, escapa de la incertidumbre. No es que quieran quedarse en esta España, sólo les asusta la incapacidad manifiesta de unos y otros para buscar soluciones. La unidad de un Estado no puede fiarse únicamente a las amenazas y al miedo del dinero, tampoco a la estrategia marianista de agotar al rival hasta que se equivoque. La independencia de nueva nación en la Europa de hoy sólo puede llegar de manera acordada, no por la vía unilateral; por muy duras que puedan resultar las imágenes de los telediarios.

Sólo existe un dato común a ambos relatos: la vergüenza de muchos y el asombro de toda Europa al comprobar la incapacidad de la democracia española para resolver sus dilemas políticos como hacen las democracias avanzadas: por la vía de la negociación y el compromiso.

Seguramente la Unión Europea puede decirlo más alto, pero no más claro. Ni el gobierno español puede seguir por la vía de la violencia legal y la represión policial como única respuesta a una legitima demanda política, respaldada por un apoyo social tan evidente como amplio, ni la Generalitat puede empeñarse en seguir forzando la vía de los hechos consumados declarando una independencia que ningún Estado de la Unión va a reconocer.

Ahora pueden escuchar y empezar a negociar un compromiso o pueden seguir abochornándonos a muchos hasta el infinito y más allá.

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