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Tomatina en el Congreso

Mariano Rajoy

Jesús Cintora

España, agosto de 2017. Un presidente del Gobierno resiste sin explicar la corrupción que le rodea. Esta vez, Rajoy se excusa afirmando que lo ha explicado “cincuenta y dos veces”. Su portavoz, Rafael Hernando, lo eleva al doble: “En más de cien ocasiones”. Difícil creerles si, de entrada, hasta en lo más básico, hasta ellos se contradicen.

Ninguno está en lo cierto. Mariano Rajoy y Hernando saben que habrán podido intervenir hasta un millón de veces, pero vuelven a dejar sin responder las preguntas sobre la financiación irregular del PP, el cobro de comisiones por obra pública, los sobresueldos, los pagos en negro, las campañas adulteradas con dinero B… Otros se pondrían rojos como un tomate, pero Rajoy sigue cambiando de tema sin ponerse colorado.

Como buen lector del Marca, el presidente sabe que si el partido se pone cuesta arriba, conviene dar cuatro patadas, provocar al rival y embarrar el campo. Ahí es donde Rajoy agarra unos cuantos tomates y, con la inestimable ayuda de su “portacoz”, recurre esta vez a Venezuela, Irán, Lasa, Zabala y, lo más preocupante, mezcla los atentados islamistas de Barcelona con un pleno para hablar sobre la corrupción.

Al verlos pringados hasta las cejas, les dicen que, más allá de expresar las condolencias, queda irresponsable, oportunista y provocador que enarbolen repetidamente la bandera de la lucha antiterrorista en una sesión así. Como si los demás no quisieran también acabar con el terror. Pero Rajoy y Hernando afirman saber cuáles son las prioridades de los ciudadanos y siguen a lo suyo sin hablar de Gürtel o Suiza, como si Bárcenas fuera venezolano.

El presidente hace una pirueta más y chapotea para intentar diferenciar las responsabilidades del Gobierno y las de su partido. Como si él no hubiera estado allí. Como si ambos no se financiaran con dinero público y exigieran cuentas claras y legales. Ahí está la raíz de la tomatera, en que sigue sin aclararse la presunta trama y no se devuelve el dinero.

Pero pasan los años y Rajoy afirma que la sociedad ya no está preocupada por la corrupción, faltando a la verdad y ocultando lo que sabe: que cada vez más gente piensa que esa corrupción no será castigada, que se desmoraliza y lo da por perdido. Un presidente debería tener en cuenta el coste que esto tiene para la calidad de una democracia: la falta de confianza en el sistema judicial, en la política o en esa libertad de prensa de la que Rajoy presume desde la tribuna, mientras TVE corta el discurso de la oposición para informar de la última hora en “La tomatina de Buñol”. Así continúa la fiesta. Tomándonos por tontos y sin ponerse colorados.

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