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¡Turista serás tú!

Turistas paseando por Las Palmas de Gran Canaria ©Flickr LPA Visit

José María Calleja

De acuerdo que nos han arrebatado las Ramblas de nuestra adolescencia, con sus andares sin camiseta y las maletas que unidas al mogollón parecen el ruido de un avión en el tímpano. En Pinocho te clavan. Cada uno sabe en su sitio dónde y cómo se ha sentido violentado por la llegada de “los otros” en masa. Podemos decir con razón: que vengan, pero no tantos y no tan tirados; no con esa estética infame, pero me temo que no es eso lo que se ataca.

Los ochenta millones de turistas al año, el casi 12% del PIB, el hecho de que lleguen, en no pocos casos, después de haber sido expulsados de Egipto, Turquía, Túnez… Son datos que hablan de ingresos económicos, de riqueza, de seguridad, y de puestos de trabajo, muchas veces fatalmente temporales y precarios, cierto. ¿Queremos prescindir de ellos? ¿No queremos, como se pinta en las paredes, que vengan turistas? ¿Queremos que se vayan a su casa?

Se pueden hacer muchas criticas al turismo, hasta el punto de llegar a la conclusión de que son preferibles menos multitudes y más calidad, menos invasión y más euros per cápita. También más Románico y menos playa. Bien. Pero que sigan viniendo.

Es costumbre que los adjetivos que empleamos para describir a los demás suelen ser el reverso de nuestra autoestima. De manera que si tildamos a los turistas de brutencios, adocenados y cutres es porque pensamos que cuando viajamos nosotros somos pura calidad, hotel de cinco estrellas, no piso particular más o menos guarro, comida ajena al menú turístico, cultura y lectura del poeta local en lengua vernácula con el libro debajo del brazo; nada de ruido ni manadas. El turista critico de aquí, se diría que no ocupa espacio allí.

El turista propio de aquí se cree viajero, turista accidental, explorador, no te digo si se pone alguno de los ingredientes del kit de coronel Tapioca. Gente con mucho mundo interior, en cualquier caso.

Uno, que es adicto al románico palentino, así en agosto como en diciembre, se siente invadido por la riada humana en tantas ciudades, pero no piensa que los que vienen de fuera sean el mal absoluto. Mucho menos que el turismo mate; todo lo mas, nos deja heridos.

Otra cosa es que el tonto de guardia se dedique a pinchar ruedas de bicicletas, a poner silicona en las cerraduras, a asaltar buses conducidos por trabajadores y ocupados por trabajadores. Como no queremos turismo, les metemos miedo a los currantes. Gran conclusión.

¿Hay que hacer un debate sobre el turismo que tenemos? Afirmativo. ¿Resulta endemoniado regular el turismo? Afirmativo. Pero atacar a turistas, decir que se vayan, pintar que no vengan, es una estupidez, que, como todas las estupideces, se contagia a la velocidad de la luz. También esto es evidente.

Hay miles de puestos de trabajo que dependen del turismo, de acuerdo que muchas veces precarios, pero no creo que si consultáramos a los trabajadores que dependen para subsistir del turismo dijeran al unísono: que no vengan. Más bien parece el rechazo violento una pose propia de quien no depende de esos euros para vivir. ¿Y plantear los ataques como lucha de clases? El desparrame. Cuanto menos dinero tienen los turistas, más en masa vienen.

Luego esta el debate sobre qué es ser turista. ¿Lo son los miles de vascos que históricamente han viajado y se han instalado en Benidorm —casi cuarta provincia vasca— hipertrofia de edificios voluminosos, masas de gentes hasta el punto de obligar a los partidos políticos nacionalistas a llevar antaño sus autobuses hasta esa ciudad para que los vascos votasen por correo? En Benidorm hay zonas de poteo, pintxos, txapela y están pensando en llevar el xirimiri. ¿Son turistas a los que hay que pinchar el autobús, o la bici, o pintar que se vayan? ¿O son fuente de riqueza? Benidorm es el mogollón por excelencia: costa devastada, una línea de edificios que parece Nueva York y una densidad de humanos por metro cuadrado de arena y hamaca propia del metro de Japón en hora punta. ¿Qué hacemos? ¿les pintamos las casas? ¿Le gritamos alde hemendik? (que se vayan).

El turismo es una industria nacional, una fuente de riqueza y también un deterioro, una invasión. Esos cruceros que parecen torres de ocho pisos. En un día, en Cádiz, se bajaron 17.000 humanos. ¿Qué te dicen los hosteleros de la ciudad? Que el ideal no es que se bajen un día muchos miles, que ya dejan dinero, que lo fetén es que los cruceros salgan en origen o lleguen como destino a Cádiz, para que dejen más dinero todavía. Es un incordio ir por la calle Pelota con los mil turistas de San Luís; lo es, pero es dinero. Hagamos un debate sobre qué turismo queremos, pero, mientras tanto, no asalten buses conducidos por currantes.

¿Cuándo vamos a Venecia, los españoles somos admiradores de Canaleto con la ceja enarcada cotejando los perfiles del cuadro con la realidad? ¿No ocupamos espacio? ¿No miramos los precios más baratos? Nuestra maletas rodantes, ¿son pura armonía?

Me irrita la invasión, pero creo que yo también soy un invasor cuando voy a Praga, llena ahora de toldos frente a la sobriedad de cerveza templada de hace 30 años.

Hace falta debatir y regular el tipo de turismo, cuanto antes, pero de ahí a pinchar las ruedas de las bicis, atacar autobuses y pintar “que se vayan”, hay un enorme trecho que no debería traspasarse con esa frivolidad infantiloide y violenta.

Lo del Románico palentino, que no se entere nadie, que se llenará de turistas, no de gente como yo.

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