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Última estación: Esperanza

Javier Gallego

Nadie hablará estos días de la huelga de transporte público y ferroviario que el lunes colapsó Madrid y Barcelona. Nadie hablará de la huelga indefinida de la “marea verde” que acaban de iniciar algunos profesores de la Enseñanza Pública. Nadie hablará de las bajadas de sueldos, las subidas de tasas y tarifas y los despidos y otras desesperantes medidas que han provocado esas acciones desesperadas. Nadie hablará de la desesperanza de la gente. Todo el mundo habla, hablamos, de Esperanza.

Se habla, sí, de la mujer que desespera a los maestros, médicos, funcionarios y bomberos. Pero no se habla de lo que ha hecho sino de lo que va a dejar de hacer. No se habla tanto de su gestión como de su dimisión. Hasta su último aliento como gobernante ha sido una acción de Gobierno.

No quería que se hablase demasiado de las huelgas que provoca y salió justo a tiempo para acaparar las portadas de los periódicos, las aperturas de los telediarios y los TT de Twitter. Y con sus lágrimas logró borrar de los principales titulares a todos los huelguistas. A ella siempre le ha gustado decidir cuándo tienen que estar las cámaras presentes. Conociéndola es difícil pensar que escogiese el momento a la ligera. Tiene el don de la oportunidad y del oportunismo. En eso es insuperable. Y otra vez ha vuelto a llevarse El Gato al Agua.

La culpa también es nuestra, de los periodistas, que estos días sólo hablamos de las razones de su dimisión, de lo que no sabemos, en lugar de hablar de lo que sabemos. La culpa es nuestra porque hablamos de sus “hijoputa”, de sus accidentes aéreos, de tiroteos en Bangkok y de calcetines con sandalias manchados de sangre en lugar de hablar de los tiroteos políticos que ella ha perpetrado en Madrid, de los accidentes que ha provocado en la gestión pública y de cómo ha desangrado al personal tratándolo como calcetín usado. La culpa es nuestra por hablar de mamandurrias en lugar de hablar de lo importante.

Esperanza nos dijo hace poco que se iban a acabar las mamandurrias, es decir, las sueldos que se reciben sin merecimiento. Parece que por su parte va a cumplirlo. Pero antes nos ha dejado una buena colección de mamandurrias de las que no se habla estos días. No se habla de que ella le ha regalado a la Escuela Concertada en exenciones fiscales 90 millones de euros que es casi lo mismo que le ha recortado a la pública en el último presupuesto (80 millones). No se habla de que en el último presupuesto gastó más dinero, 111 millones, en publicidad institucional para hacerse autobombo.

Tampoco es probable que se hable de que este año le ha dado 130 millones más que el año pasado a la sanidad privada de su comunidad mientras le ha recortado casi 40 millones a la Sanidad Pública. Ni creo que se recuerde que este año decretó subidas de hasta el 30% en transporte público después de haber prometido que no lo haría. Ni se habla de la publicidad que ella encargó en la que se vendía con datos engañosos que Madrid tiene el Metro más barato del mundo. Como tampoco creo que se hable de que le ahorró 630 millones de euros a las grandes fortunas al no cobrarles el impuesto de Patrimonio que tienen que pagar en el resto del Estado (excepto Baleares, por cierto). No se habla de esto ni de los contratos millonarios que el gobierno que ella presidía dio a los imputados del Gürtel, ¡la trama que ella afirmó haber destapado! Ni se habla de la manipulación de Telemadrid, ni de sus luchas por manejar Cajamadrid, ni de la trama de los espías en la que estuvo implicado su Gobierno, ni de otras muchas razones que había para que Doña Esperanza Aguirre dimitiese.

Se habla de los motivos personales que ha alegado para dimitir. Habría que hablar de los motivos personales que tienen médicos, enfermeros, profesores, alumnos y funcionarios para aplaudir su dimisión. Se habla del cáncer que “presuntamente” ha superado y que le ha hecho darse cuenta de que quiere pasar más tiempo con su familia. Deberíamos hablar de los miles de enfermos y familias cuya atención sanitaria se ha visto mermada por sus decisiones políticas liberales. Se hablará de esta mujer que deja su trabajo voluntariamente. En lugar de eso, deberíamos hablar de los trabajadores que esta semana han hecho huelga precisamente porque pueden perder su puesto de trabajo por culpa de las decisiones de Esperanza Aguirre.

De hecho, es la primera vez que esos trabajadores aplauden una medida de la ex presidenta: su dimisión. Pero el aplauso será corto porque Aguirre ha dejado al mando a su vicepresidente, Ignacio González. Más de lo mismo. El vice es sospechoso de adjudicaciones públicas a dedo a amigos y familiares. Tanto él como su jefa llevan años demostrando con sus políticas que disponen de lo público para sus propios intereses privados. Aunque a Rajoy no le gusta González es posible que se lo tenga que tragar porque no está el patio para trifulcas sucesorias. Aguirre es como el Cid: hasta muerta, vence.

En su despedida, la ex presidenta ha dicho que siempre pensó que la política era una dedicación temporal. Pues para ser temporal, el huracán Espe ha durado un Rato: más de 30 añitos. Y no estoy muy seguro de que no vuelva a tronar porque todo en esta despedida tiene una aire de repentino que no permite asegurar que sea definitiva. Todo en esta despedida ha sido raro, raro. Ha ocurrido sin aviso, sin amagos previos, sin enfrentamientos recientes con Rajoy que hayan trascendido, sin Gallardón de por medio. Al menos que se sepa. Lo único que hemos sabido es que al presidente del Gobierno y líder de su partido no le ha salido ni una cana en la barba con su retirada. Una enemiga menos en casa. Pero precisamente porque están enemistados puede que Aguirre se quite de en medio un tiempo por el desgaste y espere a ver pasar el cadáver de su enemigo para volver con fuerzas renovadas y triunfante. Ella siempre ha hecho bueno el dicho: la Esperanza es lo último que se pierde. En su caso, la Esperanza es la última que pierde. No suele perder.

No en vano su última jugada ha sido ganar Eurovegas para Madrid. Ése es su modelo sanitario y educativo, su modelo económico: especulación urbanística, recalificaciones de suelo, agresiones al medio ambiente y liberalizaciones salvajes que dejen indefenso al ciudadano frente al todopoderoso e intocable inversor. Miedo me da que exporte el modelo al resto del país ahora que va a ocupar un puesto de funcionaria en el consejo de Turespaña. Ha conseguido trabajo en la empresa pública tan rápido como otros lo pierden por sus medidas ultraliberales. Antes se quejaba de que los funcionarios eran unos privilegiados pero poco ha tardado ella en aprovechar esos privilegios. No le gusta lo público excepto cuando sirve a sus intereses privados. Ahora no dirá que su sueldo es una mamandurria y los funcionarios unos vagos. Ahora no. Ahora lee a la escritora Sara Mago.

Por confusiones como aquella que la hizo famosa, los humoristas están tristes porque pierden a una aliada. Pero mucho más triste es la que hay liada por su culpa. Hablemos de eso. Lo demás son mamandurrias.

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