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Paciente Suicida Obrero Español

Pedro Sánchez en una imagen de archivo

Carlos Hernández

El paciente termina el año en coma profundo. Los analistas que observan su evolución no hablan de situación irreversible, pero sus gestos de preocupación auguran un terrible desenlace. “No morirá, al menos inmediatamente, pero las secuelas serán enormes, permanentes e incapacitantes”. El diagnóstico responde a lo ocurrido: aunque logres sobrevivir, nunca vuelves a ser el mismo después de haberte pegado un tiro en la cabeza; y eso es, exactamente, lo que ha hecho en este 2016 el Paciente Suicida Obrero Español.

A estas alturas resulta estéril debatir sobre quién es el máximo culpable del suceso. Unos dirán que fue Susana Díaz la que apretó el gatillo; otros seguirán señalando a Pedro Sánchez. Lo cierto es que todos los actores ayudaron, en mayor o menor medida, a que el PSOE empuñara la pistola, la situara a la altura de la sien y terminara accionando el percutor. Los barones, los susanistas, los sanchistas, los jarrones chinos que se resisten a permanecer en la vitrina, los jurásicos a los que tanto les gusta aparecer en los medios de comunicación de la extrema derecha… Todos, salvo los militantes, participaron activamente en este peculiar talent show de políticos retrasmitido en directo por televisión y que podría haber cautivado a la audiencia con el llamativo nombre de ‘OS’, ‘Operación Suicidio’.

Se diga lo que se diga, el principal error de Pedro Sánchez fue la fontanería. Ni él ni su equipo supieron hacer amigos dentro del partido. A la animadversión y el desprecio infinito de Susana Díaz o Eduardo Madina se fueron sumando algunos dirigentes y exdirigentes que se sintieron agraviados por el Secretario General. Zapatero nunca le perdonó que renegara de la modificación del artículo 135 de la Constitución; Ximo Puig, Javier Fernández, Emiliano García-Page o Javier Lambán siempre pensaron que no les daba el trato preferencial que supuestamente merecían, como presidentes regionales que eran. Son muchos, demasiados como para estar todos equivocados, los que definen como prepotente y autoritaria la actitud del número 2 de Sánchez, César Luena. El líder se fue creando enemigos sin compensar la balanza con nuevas alianzas. Con este panorama ya afrontó las primeras elecciones del 20 de diciembre de 2015. Es más que significativo el hecho de que el entorno de la presidenta andaluza dejara caer que la misma noche electoral, cuando se consumara el demoscópicamente anunciado sorpasso de Podemos, ella comenzaría su asalto al poder. Contra todo pronóstico, Sánchez ganó en votos y escaños a la formación de Pablo Iglesias dando paso al año del suicidio.

Ni siquiera el Zapatero líder de la oposición, que sufría día y noche el fuego amigo de Bono y de Rodríguez Ibarra, fue nunca tan desautorizado como el Pedro Sánchez del primer semestre de 2016. Barones y no barones le ningunearon desde el principio marcándole la estrategia a seguir, dándole órdenes desde los medios de comunicación y fijando unas gruesas líneas rojas que le imposibilitaban alcanzar los, ya de por sí difíciles, acuerdos que abrieran la puerta a un Gobierno de cambio. En esos meses escuchamos a quienes son presidentes autonómicos gracias al apoyo de Podemos, decirle a Sánchez que era una locura intentar gobernar con… Podemos. Vimos ya como Felipe González y otros jurásicos dejaban caer la opción de permitir que Rajoy siguiera en la Moncloa. Contemplamos, finalmente, a un Sánchez que se sometía a la investidura sin los votos necesarios; y lo que es más grave, sin el respaldo de los poderes fácticos de su propio partido.

Las posiciones se radicalizaron tras la repetición de unas elecciones en las que, muy a pesar de sus críticos, Sánchez volvió a evitar el sorpasso. La operación derribo inmediato tuvo que quedar aparcada por la eterna indecisión de Susana Díaz y, al fin y al cabo, porque el candidato había salvado los muebles. Durante los tres meses siguientes los barones intentaron que el Secretario General se comiera el sapo de pasar del “No es No” al “No es Sí”. Ante la negativa de Sánchez a incumplir su principal promesa electoral, llegó el golpe de Estado ferraziano que provocó un triple efecto letal para el PSOE: liquidar a un líder elegido por los militantes, traicionar la palabra dada a sus cinco millones y medio de votantes y entregar el Gobierno al partido de los recortes y la corrupción. El gatillo había sido apretado.

Si el Paciente, a estas alturas, sigue teniendo un hilo de vida es únicamente por el demérito de Podemos. Los bandazos ideológicos de la formación morada, sus patéticas peleas internas y la renuncia explícita de Pablo Iglesias a captar al votante socialista desencantado son, a día de hoy, la única medicina que permite a los incondicionales del PSOE albergar algunas esperanzas. Aún así no lo tendrán fácil, sea cual sea el camino que elijan para afrontar la dolorosa convalecencia.

Lo lógico, que en política no tiene que ser lo más probable, es que el largo trayecto hacia la recuperación no lo lideren quienes tuvieron los papeles estelares en el suicidio. Ya pormenoricé los déficits de Susana Díaz en un reciente artículo; los de Pedro Sánchez se resumen en dos: la enemistad beligerante de una parte esencial de los dirigentes socialistas y la debilidad política que ello conllevaría, aunque recuperara el poder gracias al apoyo de la militancia. Es cierto que esta debilidad perseguirá a cualquier rostro que aparezca en los carteles junto al puño y la rosa. ¿Quién va a creer, a partir de 2016, a un candidato socialista, sea el que sea? ¿Qué votante progresista no va a pensar que, prometa lo que prometa, diga lo que diga el supuesto líder o lideresa, los poderes fácticos (también los del partido) acabarán doblándole el pulso o deponiéndole en cuanto amenace seriamente al establishment. El PSOE es, hoy en día, el partido del descrédito.

Un descrédito que también alcanzará a quien se aventure a encabezar una tercera vía. Muchos miran hacia Patxi López como opción de futuro. Su figura, sin duda, es una de las pocas que pueden minimizar las secuelas del intento de suicidio. Pero solo supondrá eso, un cuidado paliativo cuya eficacia dependerá de lo que hagan sus enemigos políticos. La vida o, al menos, el grado de recuperación del Paciente depende del oxígeno que le dé el Partido Popular y de que Podemos siga creyendo o no que el éxito de su estrategia política se mide por el número de retuits y de trending topics.

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