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El arrepentimiento

Javier Gallego

Todos somos contingentes pero 'Salvados' es necesario. El programa que conduce y dirige Jordi Évole se ha convertido en imprescindible cronista de nuestro tiempo y de sus verdades más incómodas. Cada domingo consigue que se hable de lo que realmente importa y de aquello de lo que no quieren que hablemos. Este fin de semana despidieron una nueva temporada sobresaliente con la entrevista al etarra arrepentido Iñaki Rekarte. La historia no es nueva pero sí lo fue mostrar en el prime time televisivo un testimonio tan escalofriante sin el maniqueísmo o el apasionamiento que aún hacen imposible que enfrentemos nuestro pasado más escabroso. Los ojos de Rekarte buscaban furtiva, casi desesperadamente, la redención de un Évole que se mantuvo en todo momento en su sitio de periodista, dejando que fuese el espectador el que tomase partido.

'Salvados' rompió un tabú y un silencio que han caído como una parálisis sobre el llamado conflicto vasco desde que ETA anunció que dejaba de matar. Ha habido un cese permanente de la violencia pero también casi un cese permanente del proceso de cicatrización de la herida. Es indiscutible que el primer paso lo tienen que dar los asesinos pidiendo perdón a las víctimas del terrorismo por las vidas que segaron. Tendrían que tener la valentía que no tuvieron cuando pegaban tiros por la espalda, extorsionaban o ponían coches bomba y reconocer el daño causado. Ellos y quienes les amparan, protegen o jalean tendrían que tener el valor que ahora muestra Rekarte –el que no tuvo cuando mataba– para admitir el miedo y el dolor que provocaron a sus vecinos. El etarra arrepentido reconoció que ignoraba los nombres de sus víctimas, hasta ese punto llegaba su ceguera. Va siendo hora de que los verdugos abran los ojos al horror que dejaron.

Dicho esto clara y contundentemente, no se puede reducir el problema a una de sus partes, por más que la sangre derramada nos impida ver más allá de los cadáveres. Pero en toda historia hay otro lado del que Rekarte es la muestra palpable y negarlo es cerrar el problema en falso. En ETA había asesinos y soldados. Los dos mataron, los dos son responsables de sus crímenes, los dos deben cumplir sus condenas, pero este antiguo miembro de la banda es el ejemplo de que hubo muchos jóvenes que fueron reclutados en edad inmadura para una lucha que ni comprendían, como tantos en todo el mundo que son enviados por otros a matar o dejarse matar sin saber muy bien por qué. Esto no les redime ni les justifica pero revela una realidad que preferimos negar porque es demasiado indigesta: todos los asesinos no son psicópatas.

Nos resulta más soportable creer que son monstruos pero, como explicó Hannah Arendt, el mal es más banal de lo que nos gusta pensar. La mayoría no eran más que el resultado de un adoctrinamiento y unas circunstancias de las que era muy difícil escapar. En Euskadi ha habido un clima de odio y violencia no solo etarra, también policial, que fue una fábrica de terroristas. Para que se cierren todas las heridas y nos convirtamos en una democracia adulta y sana, el proceso no termina cuando los asesinos y sus cómplices pidan perdón a las víctimas. Después será necesario que se admita que hubo una parte de la sociedad vasca que fue reprimida y perseguida por la maquinaria del Estado.

En España ha habido torturas, aún las hay. Están de sobra acreditadas por peritos tan prestigiosos como Francisco Etxeberría, han sido denunciadas por organizaciones como Amnistía Internacional y condenadas por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, pero los jueces españoles y el aparato lo han ocultado reiteradamente. Reconocer que sus fuerzas de seguridad cometieron brutalidades impropias de un Estado de derecho no es dar la razón al terrorismo, es tener la honradez suficiente para admitir los errores y para reconocer que ha habido mucha gente que también ha sufrido la violencia solo por ser independentista. No es equidistancia, es justicia. Una verdadera democracia solo se construye sobre la ley y la ética, no sobre el odio y la venganza.

Los problemas solo se resuelven cuando se conocen todas sus variables y se asumen las más incómodas. Durante décadas el ruido de las bombas y los tiros, pero también de la propaganda nacionalista española, nos ha impedido escucharnos a unos y otros. Y así seguimos. Como dice Luis Aizpeolea, el PP contra ETA vive mejor y juega con las víctimas electoralmente aunque luego las abandona. Una parte de la izquierda abertzale también vive mejor en esta indefinición del fin inacabado de la banda. Incluso han abandonado la reivindicación de libertad de Otegi porque representa la vía dialogada que no quieren remover de momento.

De la durísima, a ratos insoportable declaración de Rekarte, me quedo con el momento en el que reivindicó la palabra “arrepentido”, que para los etarras es sinónimo de “traidor”. Para que esta sociedad se cure de esta enfermedad lo fundamental no es que crea a los arrepentidos y los perdone, eso va en cada uno y no se puede exigir, lo fundamental es que quienes tengan que arrepentirse lo hagan. El arrepentimiento no es solo pedir perdón a otros, es pedirse perdón a uno mismo por haber traicionado el valor supremo de la vida. Para eso, más que agallas, hace falta humanidad.

Javier Gallego es el director del programa de radio de eldiario.es, 'Carne Cruda', que se emite los martes y jueves a las 12 h en www.carnecruda.es. Hoy entrevistan al periodista de 'El Intermedio', Gonzo. www.carnecruda.es

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