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O nosotros o el caos

14 personas han sido detenidas este martes al intentar parar un desahucio. El Tribunal de la UE considera que la ley de desahucios vulnera la legislación

Olga Rodríguez

Las elites tradicionales se inquietan y sus referentes se descomponen. La semana postelectoral fue de nervios. Esperanza Aguirre puso el grito en el cielo y propuso todo tipo de combinaciones -contradictorias entre sí- para excluir a Manuela Carmena. En pasillos aumenta la preocupación por la estabilidad mental de la lideresa. Trías no se quedó corto. Intentó un pacto a la desesperada para arrebatar la alcaldía a Ada Colau, y lo hizo público.

Artur Mas saca pecho mientras 15 sedes de su partido están embargadas para cubrir la fianza por el saqueo del Palau y se atreve a decir, en la estrategia de “o nosotros o el caos”, que le preocupa el futuro de Barcelona con Ada Colau. En Madrid aparecen bolsas de basura repletas de papeles triturados procedentes del Ayuntamiento, el ABC y La Razón formatean la realidad a base de portadas, las radios de las elites suben sus decibelios y la prensa económica lanza alarmas injustificadas.

La corrupción y los recortes han hecho a este país líder en aumento de la desigualdad entre los integrantes de la OCDE. Ya hay 13,6 millones de pobres, pero que vayan a gobernar Ada Colau o Manuela Carmena o que haya gente que intenta parar desahucios es preocupante. En fin.

Incluso reaparece en escena Ana Palacio, la defensora a ultranza de la guerra de Irak, comparando a Podemos y a Ada Colau con el ISIS, el Califato y “la arcadia comunista”. A Palacio, quienes vivimos la ocupación de Irak sufriendo los bombardeos diarios desde Bagdad, la recordamos bien por frases como la de “las bolsas han subido, el petróleo ha bajado, esos son datos”. En 2003, en los hospitales de la capital iraquí se acumulaban los heridos y los muertos. Pero el petróleo bajaba, las bolsas subían y había que alegrarse por ello. No está de más recordar que el Estado Islámico se enmarca en un contexto de infierno que tiene uno de sus primeros capítulos en la guerra que Ana Palacio defendió a ultranza como ministra.

Tras los gritos de la primera semana postelectoral ha llegado un cierto silencio en el escenario del PP, quizá conscientes de que estaban perdiendo los papeles. Alguien ha dicho “todos callados”. Pero desde aquí, desde el patio de butacas, se escucha el susurro nervioso procedente del fondo, entre bambalinas. No es para menos. A los resultados electorales hay que sumar la apertura de juicio oral por la caja B del PP, con la reclamación de 1,2 millones de euros, y el arresto del delegado del Gobierno de Valencia por presunto soborno, previo vaciado de documentos de la conselleria en la que ejerció como conseller de Gobernación. Solo eso da para una serie negra de tres temporadas.

El batacazo del PP supone, entre otras muchas cosas, que el partido de Rajoy ingresará 5 millones de euros menos en subvenciones, lo que se traducirá en despidos, más nervios y la apertura de nuevas grietas de las que podrían salir nuevos escándalos. Además, la entrada en ayuntamientos y asambleas regionales de nuevas agrupaciones aportará detalles sobre la gestión pública del PP, que ha generado más deuda a base de externalizaciones, de obras megalómanas con dudoso rendimiento para la ciudadanía y de adjudicaciones de lo público a empresas privadas.

Hay mucho dinero en juego. La entrada en las instituciones de gente que representa los intereses de la ciudadania amenaza con detener el aumento del enriquecimiento de unos pocos a costa de la desposesión de muchos. Intolerable.

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