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¿Para qué carajo sirve el periodismo?

Gumersindo Lafuente

Los mismos políticos que durante años han intervenido en medios públicos y privados utilizando el dinero de nuestros impuestos para vender sus mentiras, son los que ahora echan la culpa a los periodistas de la muerte de Rita Barberá. Quizá por mala conciencia se rasgan la vestiduras, echan balones fuera y miran al “monstruo” mediático que ellos mismos han ayudado a construir.

Ni PP ni PSOE, los dos partidos hegemónicos desde la Transición, tienen las manos limpias en esto. Tampoco algunos periodistas. Unos por acción, otros por omisión, han embarrado un oficio hermoso, delicado, fundamental para la democracia, y que muchos ejercen con honor y humildad.

Pero la historia reciente es tremenda.

En los últimos días hemos hablado de las declaraciones hasta hoy no publicadas en las que Adolfo Suárez afirmaba que nos había colado al rey en la Ley para la Reforma Política ante el temor de que la monarquía fuese derrotada en un referéndum. Victoria Prego, la periodista que recibió la confidencia, no pudo publicarla, por aquello del off the record, todo correcto. Pero después de escuchar a Suárez, probablemente el político más maltratado en vida por todos, recuperamos la inquietante sensación de que ni la Transición fue como nos la han contado, ni sabemos aún -o preferimos no enterarnos- quién era el elefante blanco que nunca llegó al Congreso el 23F.

Hemos pasado meses contemplando cómo El País se lanzaba a la yugular de Pedro Sánchez, hasta lograr hacer blanco en el objetivo, por encima de la voluntad de los militantes de su partido, pero sin duda en nombre de un puñado de barones y baronesas que no tenían la gallardía de dar la cara.

Escuchamos los vergonzosos comentarios del hasta hace poco ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, presumiendo de cómo iba a filtrar a sus periodistas de cabecera una historia para destrozar la carrera política de un nacionalista catalán.

Llevamos más de dos años presenciando cómo una orquesta de medios, periodistas y tertulianos se han dejado intoxicar por el poder para echar mierda sobre Podemos, sus dirigentes y sus aliados -que no son unos santos, sin duda, ni creo que lo pretendan-, pero que han sido sometidos a una operación de desprestigio en ocasiones estrambótica -busquen la portada de La Razón en la que se acusaba a Manuela Carmena de haber cortado una flor protegida durante sus vacaciones de verano en Cádiz-.

Durante el 15M, los que vivieron en la Puerta del Sol y alrededores lo que allí estaba ocurriendo, debieron alucinar con los intentos de criminalización de una parte de la prensa, que se afanó en publicar en sus portadas imágenes de violencia, cuando lo que sucedía en la calle era todo lo contrario.

Todos fuimos testigos y algunos la sufrimos en primera persona, de la mayor campaña de intoxicación periodística de la historia reciente de España puesta en marcha a raíz de los atentados del 11 marzo de 2004, en Madrid. Algunos de los periodistas que la encabezaron, entonces desde sus puestos directivos en El Mundo y la COPE, -muy singularmente Pedro J Ramírez y Federico Jiménez Losantos, pero no solo ellos- siguen presumiendo hoy de su independencia y profesionalidad.

Son solo algunas píldoras. Hay muchísimas más historias que deberían avergonzarnos y que sirven para entender por qué la prensa y los periodistas hemos ido perdiendo la credibilidad y, como oficio, salimos tan mal parados en las encuestas.

Nuestra cercanía al poder nos está matando. Durante años no había alternativa. La impostura era sostenible. Hoy, la gente tiene la capacidad de auditar permanentemente nuestro trabajo, incluso de mejorarlo. El periodismo, si no lo cuidamos, está en serio peligro de extinción. Pero no por las majaderías que pueda decir Celia Villalobos, los problemas son más serios.

Escribo desde Colombia y, en una reunión para reflexionar sobre ética y periodismo, acabo de escuchar la mejor receta para los males de nuestro oficio de la mano y la experiencia del gran periodista Javier Darío Restrepo, director del consultorio ético de la Fundación Gabriel García Márquez: “La esencia del periodismo es ser un servicio público, lo demás es paja”. 

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