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Más complejidad, por favor

Antón Losada

Tras la campaña más vacía, frívola y simple que uno es capaz de recordar, la gente contestó votando el 24M por la complejidad, la sutileza y los matices. Frente a las propuestas para dummies sobre escoger entre conmigo o contra mí, o viejos o nuevos, o casta o plebe, o corruptos o puros, o rojos o azules, o Venezuela o Dinamarca, los votantes se decantaron por enseñarles a todos los candidatos y todas las fuerzas que la política debe practicarse igual que se conforma la realidad: diversa, poliédrica y a veces contradictoria.

Parece como si cuánto más se empeñasen los partidos en reducirlo todo a marketing y publicidad, tratando a los ciudadanos como consumidores que solo saben digerir productos rápidos y baratos de usar y tirar, más se esmerasen esos mismos ciudadanos en obligarles a elevar el nivel, viajar, leer, visitar museos, ver mundo y conocer gente. Frente a quienes se angustian y pronostican el advenimiento de una lóbrega era de inestabilidad, promiscuidad y regreso de la música disco y los pantalones de campana, conviene transmitir un poco de fe y esperanza.

Nos habíamos acostumbrado a la facilidad y la comodidad mental que aseguraba el bipartidismo y ahora todo lo que no sea elegir entre papá y mamá nos produce pereza o pánico. Todo cuanto pasa de dos opciones nos parece demasiado complicado e inestable. La complejidad se ha convertido en un problema y la única solución que parece servir pasa por volver a meter esa realidad tan incómoda en una práctica cajita que solo disponga de dos opciones: abrir o cerrar.

Somos muchos, pensamos diferente, queremos cosas contradictorias y no queda otro remedio que negociar y llegar a acuerdos porque nadie tiene fuerza o votos para imponer su agenda y sus prioridades a los demás. Bienvenidos a la vida real. ¿Cuándo fue que la realidad se convirtió en un problema? ¿Desde cuándo la mejor solución para la democracia pasa por ir simplificando hasta ser pocos, querer todos lo mismo y obtener mayoría para imponerse al resto?

Frente a ayuntamientos y parlamentos desconectados de la vida real y desequilibrados, donde había más gente que se sentía más fuera que dentro, ahora renacen instituciones reconectadas a la vida real y más equilibradas, donde seguramente vuelve a haber más gente dentro que fuera y donde ejercen voz y voto un espectro más amplio y bastante más parecido a la pluralidad de las personas que eligen y pagan esos ayuntamientos y autonomías.

Frente a un debate público donde solo parecía haber una agenda y solo existía una alternativa porque todo lo demás era testimonial o era pecado o estaba prohibido o resultaba imposible, retornamos lentamente hacia una deliberación democrática donde compiten con posibilidades efectivas de éxito diversas agendas, prioridades diferentes y políticas alternativas.

No sé por qué tantos se alarman tanto y pulsan compulsivamente el botón del pánico. Yo no aprecio más que ventajas y las historias de terror solo me las tomo en serio en el cine, o cuando las cuenta Iker Jiménez.

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