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El cuerpo en un puñado de ‘bytes’

Miguel Roig

  • El experto en tecnologías digitales Jochen Doppelhammer afirma que al vivir convertimos la información del código genético en energía y que esa información puede tener un soporte genético y bioquímico en células y carne de nuestro cuerpo, o ser información en 'bytes' en la nube: ser nuestra identidad virtual

En nuestra cultura, cristiana, hay un ícono dominante: el cuerpo de Cristo. Un cuerpo que tiene la virtud de haber surgido de otro cuerpo, el de la Virgen María, sin que mediara ningún contacto carnal para su concepción. En ese sentido, María está en sintonía con una de las tendencias dominantes de la posteconomía. Entre vientres de alquiler y relaciones a través de la red de cuerpos que no se rozan, la historia de María y su vínculo con el Espíritu Santo resulta más cercana que nunca. Pero volviendo a su hijo, a Jesús, su cuerpo sufrirá todo tipo de flagelos. Se le crucificará y se acabará al fin con su vida y antes de subirlo a la cruz se le impondrá el Vía Crucis. Cuando todo esto ha terminado y el desdichado finalmente muere, al tercer día, ese cuerpo resucita y vuelve a vivir. Si María puede ser actual por ser capaz de engendrar sin haberse aferrado a otro cuerpo, Jesús lo es simplemente por resucitar y reinventarse una vida nueva, que es el mandato que impone la posteconomía en nuestras caídas cotidianas. Alcanza el paroxismo del emprendedor: Es capaz de remontar su cuerpo desde la muerte y volver a ponerlo en circulación. Es más, lo torna intangible, inaccesible, porque así como los valores de la economía global se mueven en el ciberespacio, el suyo asciende y circula en el cielo. Pero el cuerpo de Cristo también ejecuta una vía de acceso virtual. Durante la misa, el sacerdote lee un pasaje bíblico que evoca algún momento de la vida de Jesús antes de pasar al eje de la ceremonia: el instante de la comunión, que consiste en alimentarse literalmente del cuerpo de Cristo, ingiriendo una oblea que representa su carnalidad.

El experto en tecnologías digitales Jochen Doppelhammer afirma que al vivir convertimos la información del código genético en energía y que esa información puede tener un soporte genético y bioquímico en células y carne de nuestro cuerpo, o ser información en 'bytes' en la nube: ser nuestra identidad virtual. La información se manifiesta en la carne o en 'bytes' que bajan de la nube a manifestarse en diversas pantallas: “ya estamos en tránsito de la vida biológica a la digital”. En tránsito, como Cristo: hemos alcanzado el mito a través de un puñado de 'bytes', un 'tattoo' virtual que nos da identidad en la piel del ciberespacio.

¿Qué es un cuerpo tatuado sino un intento de singularidad, un balbuceo de la piel para diferenciarse de la manada, ser diferente, otro distinto a la matriz? El 'tattoo' viajó de los cuerpos carcelarios y portuarios del siglo pasado a una generación urbana que necesita significarse con una marca distinta. Un pequeño flagelo –se accede al 'tattoo' a través del dolor– para establecer una identidad mínima. ¿Cuál es el paso siguiente en esta producción de identidad?

Chloe Jennings White, una mujer inglesa de 58 años, tiene como máxima ambición ser parapléjica. Chloe Jennings es una mujer físicamente sana, que trabaja como investigadora en la Universidad de Cambridge, pero que no ha conseguido vencer su ansiedad mediante las terapias disponibles y, por lo tanto, va a pagar a un médico 19.000 euros para que le paralice las piernas. La mujer, que usa siempre una silla de ruedas, incluso intentó ser víctima de accidentes para perder las piernas, pero no lo consiguió. Además, sobrevivió a un accidente en 2009 donde su vehículo volcó dos veces. La mujer ha confesado que el día que lo consiga será el día más feliz de su vida. Se supone que padece una patología denominada “trastorno de identidad de la integridad corporal”, en la que uno no percibe una parte de su cuerpo como si fuera suya. Resulta curioso que no haya tratamientos capaces de frenar la pulsión de esta mujer. En otro registro y con un propósito terapéutico, también ha sido inquietante la doble mastectomía a la que se sometió Angelina Jolie como medida preventiva para evitar una enfermedad oncológica. En este último caso llamó la atención el ruido mediático impulsado por la propia actriz sobre la intervención en su cuerpo, para incitar, basándose en estadísticas del cáncer de mamas, a las mujeres a realizarse una automutilación. Al parecer, el tránsito del cuerpo se acelera paralizando o mutilando sus partes.

¿Vamos camino a la digitalización definitiva del cuerpo? ¿Se trata de un movimiento inconsciente hacia su privatización?

Sasha Grey es una joven 'porno star' que se reinventó como actriz en la película 'The Girlfriend Experience' de Steven Soderbergh y en 'Open Windows' de Nacho Vigalondo y como escritora de literatura erótica, tratando de capitalizar el éxito del 'bestseller' '50 sombras de Grey' y su saga. Sasha Grey, como mujer perfectamente adaptada al tiempo que le toca vivir, maneja un discurso de corrección política para defender su oficio: “El porno en EEUU no es una industria que nos explote. Es la única rama del cine donde las mujeres cobran más que los hombres”. En el reportaje que sobre Grey publicó la revista Rolling Stone se afirma, “lo que hace diferente [a Sasha Grey] es que ha sido capaz de trasladar el cerebro a la entrepierna y de convertir su cabeza en un órgano sexual” (sic). Aunque la frase puede parecer desafortunada, construye cierto sentido. Por un lado, desbarata el cuerpo sustituyendo funciones y, por otro, confunde lo genital con lo conceptual, pero, tal como los concibe la industria del porno, es decir, como órganos de producción –que no de reproducción ni goce–, la conceptualización es acertada. Insiste en la idea de privatizar el cuerpo y entregarlo sólo en aquellos casos que garanticen un beneficio. El cuerpo de Sasha Grey no se flagela ni tatúa ni sufre ningún tipo de mutilación. Simplemente se proyecta en productos pornográficos, películas comerciales y libros. No pone en juego su cuerpo, ya que ha entendido qué hay que hacer para meterse en las aguas del postcapitalismo: desnudarse y guardar la ropa.

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