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¡No me deis la chapa!

Chapa decomisada en los Sanfermines de 2017. Foto: LilithFeminista

Elisa Beni

¡No, no me deis la chapa! Sois pesados como los que no llevan razón, exhibicionistas como los que saben que lo que propugnan es vergonzoso y os escondéis en la masa y en la fiesta porque tenéis claro que la mierda que puebla vuestros cerebros no puede tener otro lugar.

No voy a dejar que me moláis la cabeza con esa chapa pesada y anacrónica y os voy a negar vuestro momento de gloria. Doscientas chapitas que no superan el número de vuestras neuronas. “Para ser tonta no eres muy guapa”, “Tu culo será mío”, “Chupa y calla” o “Ser virgen no te hace una santa”. Hasta ahí llegáis. No os gusta el sexo, os gusta la humillación y eso os convierte en sádicos. Imbéciles y sádicos. Pobres hombres. Os ponéis eso en la solapa, o una camiseta que ridiculiza y transforma en humillante una práctica sexual gozosa e igualitaria, como es el sexo oral, y os creéis los reyes del mambo. Es tan patético que me daría compasión si no me produjera asco.

No aciertan los colectivos feministas que se apresuran a llevar estos comportamientos ante la Fiscalía. Es evidente que no estamos ante un delito. Todo lo que nos asquea no es delictivo, a Dios gracias. Sucede que cualquier penalista medianamente bueno les hubiera dicho esto y nos hubiéramos ahorrado que ahora los machistas rijosos nos exhibieran la negativa de la Fiscalía como un triunfo. ¡No es delito, hemos ganado!

He insistido cientos de veces en que el hecho de que una conducta no sea correcta o merezca un inmenso reproche no la convierte en un delito. Aquí tenemos otra muestra de ello. No significa que haya que desestimar todas las posibilidades de expresar el rechazo, yo creo que generalizado en la sociedad, a estas acciones oprobiosas. Creo que los colectivos de defensa de los derechos de la mujer deberían explorar otras vías legales, fundamentalmente civiles y de protección de derechos fundamentales, para dar salida a la lógica repulsa que estos hechos producen.

Puedo sugerir que se intente una figura de protección del honor del colectivo femenino. Es difícil, cierto, pero podría explorarse puesto que existe jurisprudencia respecto a la consideración de colectivos como sujetos del derecho al honor. El Tribunal Constitucional ha considerado en otras ocasiones tanto al pueblo catalán, de forma colectiva y genérica, como al pueblo judío, como sujetos del derecho al honor. ¿Por qué no las mujeres como colectivo? También podríamos intentar recorrer la vía de la publicidad ilícita. Las chapitas y las camisetitas son objetos de lo que denominamos “merchandising” y la Ley General de Publicidad considera publicidad ilícita “la atentatoria contra la dignidad de la persona o vulnere los valores y derechos reconocidos por la Constitución, especialmente en lo que se refiere a la infancia, juventud y a la mujer”. No sé. Hay que intentar acudir al Defensor del Pueblo para que proteja los derechos de las mujeres frente a la denuesto y la humillación pública. Intento reflejar el hecho de que el delito no es la única barrera legal que existe para protegernos. Estoy en contra de los delitos de opinión y el hecho de que la opinión en concreto me produzca indignación y vómitos no cambia mi criterio.

Cuestión distinta es la de por qué se reiteran ahora este tipo de comportamientos. Si alguien se pone en San Fermín a ofrecer estas chapas es porque cree que las va a vender. Entiendo que aquí la demanda hace a la oferta y no al revés. ¿Hubiera existido esa demanda en esas mismas fiestas hace treinta años cuando yo estudiaba mi carrera en Pamplona? Sinceramente creo que no. No digo que no hubiera seres con gónadas masculinas que en el fondo de su escroto, dudo que usen el cerebro, no estuvieran animados por esos principios primitivamente animales. Es posible que eso haya existido siempre. El heteropatriarcado no ha nacido ahora. Lo cierto es que la presión social evitaba que tales excrecencias ideológicas tuvieran mucho espacio en la vida pública. Si un tío de mi época se hubiera colocado a guisa de gracieta una camiseta estigmatizando la felación como un acto de humillación o mandando a las mujeres a la cocina, ese acto hubiera tenido para él una consecuencia fatal: no se hubiera comido un colín. Los testosterónicos acerebrales que se han colocado estos símbolos en San Fermín 2017, no buscaban, desde luego, ser lanzados a un estigma que creara un vacío de mujeres a su alrededor, ergo debo suponer que si se las colocan es porque consideran que no van a perjudicar a su tarea depredadora. O que, si creen que les perjudica, piensan que esto no será un obstáculo porque están dispuestos tomar lo que desean aun mediando violencia. Y todas estas posibilidades que menciono sí que deberían movernos a la reflexión. ¿Cómo hemos vuelto hasta aquí? Esa es una pregunta a la que todos debemos responder.

Mientras escribo son 37 las mujeres que han sido asesinadas por la violencia de género en nuestro país en medio año. Sólo me queda desear que a la hora en que lean esto la cifra no sea mayor. Más de mil violaciones son denunciadas en nuestro país cada año. La cifra de las violaciones ocultas es aún mayor. De la chapa a la puñalada hay un camino que no se recorre tan lentamente. Debemos exigir que toda la fuerza de nuestro Estado de Derecho se vuelque en defender a más de la mitad de la población de este país. Somos una mayoría discriminada y masacrada. No podemos seguir consintiéndolo.

Construyamos muros en torno a esos mensajes. Evitemos que las propias mujeres se conviertan en aliadas y difusoras de la causa de la violencia de género. Venzamos a los y las negacionistas a fuerza de realidad. Recordemos que, en la lucha contra el patriarcado, la posverdad también es la antesala del fascismo. Sumámoslos en la espiral del silencio con nuestra opinión mayoritaria respecto a la dignidad esencial de las mujeres. Hagamos que dejen de darnos la chapa con su primitivismo.

No delinquen, apestan.

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