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La eficacia

Pablo Iglesias, en el escenario de Vistalegre en la Asamblea fundacional de Podemos. / Marta Jara

Francisco Jurado Gilabert

La larga Asamblea #SiSePuede de Podemos sigue su curso. Después de hacer cima en uno de los picos señalados en el calendario, una congregación presencial de miles de personas, individuales y en equipo, han presentado, discutido y evaluado una gran cantidad de propuestas, destinadas a la “definición” de un sujeto que ha sacudido el tablero de juego, que amenaza seriamente con redefinir las posiciones y relaciones de poder en el terreno institucional, la dimensión política que, tras el acontecimiento 15M, vuelve a tomar preeminencia en los medios, en la calle, en los bares y en las redes.

La cita de Vistalegre ha sido un encuentro y una contienda. Encuentro entre gentes venidas de todos los rincones del Estado. Catarsis propiciada por tocarse, hablarse, compartir emociones y aplausos, por el “conocerse” de muchas personas que, desde Asturias a Andalucía, han sido participes en la construcción de un objetivo.

Y este es uno de los conceptos fundamentales que pretendo tratar: el objetivo. Porque la asamblea, las propuestas, los debates, el propio Podemos, están concebidos con una intención que parece clara: ganar las instituciones y echar a “la Casta”. Un objetivo que en realidad son dos, pero simultáneos. Un objetivo que, mal que nos pese, relega a otros fines a un segundo escalón. El derecho a la vivienda, la sanidad publica y universal, el impago de la deuda ilegítima o la Renta Básica Universal son variables dependientes... de ganar. Primero, lo primero, después, lo que tenga que llegar. De hecho, y hasta que Podemos no alcance posiciones de gobierno, los “objetivos de segundo orden (cronológico)” no son más que argumentos retóricos para conseguir el objetivo principal.

Ese objetivo se convirtió, durante estos dos días, en el marco de debate principal. Para conseguirlo, una premisa: la efectividad. Así, la eficacia se ha convertido en el criterio principal para avalar las propuestas en torno al modo en el que se ha de estructurar y funcionar Podemos. La eficacia, por definición, es la capacidad que se tiene para conseguir unos objetivos. Pero el criterio de eficacia suele ir acompañado, en disciplinas como la economía o la ingeniería, de la eficiencia: intentar reducir al máximo los costes y recursos empleados para conseguir ese objetivo.

Si el debate del pasado fin de semana hubiese tenido el rigor lógico de las ciencias exactas, se habrían puesto encima de la mesa relaciones exhaustivas de esos costes, sociales o materiales, se hubiesen hecho análisis detallados de debilidades, fortalezas, amenazas y oportunidades, se hubieran explorado prospectivamente -incluso simulado- los diferentes caminos para llegar a conseguir el objetivo. Pero el debate político no es lógica, es retórica, y en ese juego discursivo parece que “vale todo”, desde la aplicación de analogías poco exactas hasta golpes de efecto escénicos, llenando los huecos vacíos del auditorio con no pocos hombres de paja.

Una de estas cabriolas lingüísticas consistía en apelar a la fórmula que ha convertido a Podemos en una amenaza real para el Régimen del '78 y para “la Casta”. Si ha funcionado bien la cosa hasta el momento, ¿por qué cambiarla?. Pero, si entramos en el fondo de ese argumento, veremos que su valía es sólo parcial, que ciertamente existe unanimidad en que el equipo promotor es el más indicado para seguir pilotando la nave por preparación, por legitimidad, por repercusión mediática y, en definitiva, por influencia. Pero seguir con la fórmula que ha funcionado hasta ahora no sólo consiste en mantener a la actual dirección, supondría, además, conservar otros de los rasgos que han permitido a un partido, que no cuenta ni un año de edad, impactar muy fuerte en la realidad política del Estado. Quizás, uno de esos rasgos era funcionar bajo una lógica de desborde, sin estructuras rígidas, sin burocracia, sin jerarquías formales. Lo que está claro es que, se aprueben los borradores que se aprueben, Podemos ya no funcionará más como lo ha hecho hasta ahora, ¿o sí? 

Jerarquía, estructuras y burocracia han existido desde el principio, pero no formalizadas, no consagradas en papel, no selladas, no constituidas. Las jerarquías, estructuras y burocracias del Podemos preAsamblea eran consuetudinarias y estaban basadas en una legitimidad informal, en tiempo real, que, de facto, otorgaba al Equipo Técnico prácticamente las mismas prerrogativas que tendría de aprobarse su borrador. Era (y es) una legitimidad fundada en la cultura del hacer y de los resultados, de la eficacia, de la consecución de unos objetivos. Justo todo aquéllo a lo que se apela, ahora, para transformarlo.

Me resisto a pensar que la formalización de ese liderazgo, su materialización en forma de estatutos y cargos, lo prevenga y vacune frente al pensamiento crítico y vigilante que lo perseguirá día a día. Ese es un rasgo de “nueva política”, trascender los tiempos y las formas que, hasta ahora, regían a una formación clásica.

No es mi intención, en este texto, evaluar si las nuevas fórmulas propuestas son las más indicadas para lograr las metas establecidas, pero sí haré un par de matices que, espero, ayuden a deleccionar las decisiones que estamos llamados a tomar.

En primer lugar, me gustaría señalar una diferencia importante, notable, que por el momento he visto pasar desapercibida. No es lo mismo organizar y regir un partido político que un Gobierno. Aunque el partido tiene una naturaleza jurídica especial, que le otorga una relevancia reconocida en la propia Constitución, no deja de ser una construcción privada, una suma de acuerdos individuales, poco o nada vinculada a los principios rectores de las Administraciones Públicas. Por tanto, no es del todo justo (en sentido jurídico) pretender aplicarle a un partido los mismos requisitos que se exigen -en teoría- para la gestión de recursos y fondos públicos, la composición de organismos del Estado o para la toma de decisiones. Que podría ser deseable, sí, pero no es imprescindible.

Es en esa “libertad”, bajo las premisas del pragmatismo, la eficacia y la emergencia, donde se mueven los argumentos que pretenden validar una forma-partido más alejada de lo radicalmente democrático de lo que, por el discurso de Podemos, se podría esperar. Ya lo he dicho con anterioridad: primero, ganar, después, la Democracia.



Así, el “ganar” se ha importado también dentro del propio proceso de definición de Podemos. Se ha configurado un juego entre diferentes actores, donde el equipo de Pablo Iglesias y el de Pablo Echenique parten como los jugadores más fuertes. Y aunque con algunas palabras se pretenda camuflar una realidad apabullante, lo cierto es que la estrategia dominante es la competitiva, convirtiéndolo en un juego de suma cero, donde los votos que obtenga una propuesta no los obtendrán las demás. Y es aquí donde convendría aparejar el concepto de eficiencia al de eficacia, y ver si los métodos propuestos para conseguir el objetivo, incluyendo esta misma competición, no suponen, a la postre, unos costes tan desmesurados que lo hagan imposible.



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