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Es falso

Javier Gallego

“Solo dos palabras necesito, es falso”, dijo el telepresidente Rajoy para autoexculparse del cobro de dinero negro en el que le incriminan los papeles de Bárcenas publicados. Curiosamente, solo necesitamos esas dos palabras para describirle a él como presidente: “Es falso” (incumple sus promesas, miente, se esconde). Y solo necesitamos esas dos palabras para resumir a su partido: “Es falso” (engaña, manipula, no llama a las cosas por sus nombre). No lo pretendía Rajoy pero nos dejó las dos palabras que condensan todo un sistema político, todo un tinglado, todo un tiempo de mentiras y corruptelas que ahora se viene abajo: “Es falso”. Rajoy nos dio las dos palabras que necesitábamos para definir este momento: “Es falso”.

Todo es falso. Suena falso. No es creíble. No se sostiene. Apesta a mentira. Y la mayoría ha empezado a ver el cartón piedra y el decorado. Hay un acuerdo abrumador sobre las instituciones, sobre la casta dirigente, sobre el sistema en vigor, sobre el periodismo proselitista, sobre la crisis, sobre el discurso de la clase dominante: son falsos. La mayoría piensa que el sistema es falso. Podría parecer una conclusión aterradora pero creo que, al contrario, es un punto de partida. Por fin casi todos estamos de acuerdo en algo.

Me vais a llamar aventurado pero creo que al régimen anterior le quedan dos telediarios. Ni el telediario de La Primera puede hacer ya nada por evitarlo. No tienen escapatoria. PP, PSOE, CiU, los tres grandes partidos que han reinado, la monarquía que caza y la familia real que ha esquilmado, la Justicia que se ha politizado, se ha vendido o ha robado, el periodismo que es la voz de su amo, no pueden seguir engañando por mucho más tiempo ni a mucha más gente. Están acorralados por sus propias mentiras. Demasiadas durante demasiado tiempo. Ya da igual lo que digan, ya casi nadie les cree: suenan falsos.

No tiene escapatoria Rajoy. Su comparecencia fue un timo. Fue falsa. Necesita mucho más que palabras porque su palabra no es creíble. La ha traicionado demasiadas veces en este último año. Y la patética, cobarde y lamentable puesta en escena de su discurso, apareciendo a través de un televisor para no enfrentarse a las preguntas de la prensa, no hace sino acrecentar la sensación de que tiene miedo y algo oculta. Rajoy apareció en un plasma convirtiéndose en Plasmariano, un presidente que no es real, es solo una imagen en una pantalla, un reflejo, una sombra o como dijo él: la sombra de una sombra de una duda.

Los papeles completos de Bárcenas en los que aparece reiteradamente su nombre año tras año son una losa casi imposible de levantar. Aunque presente papeles, Rajoy ya no es creíble. Probablemente la portada de la revista Mongolia de este mes sea cierta: Rajoy ha muerto. Es un cadáver político. Sus falsedades anteriores y sus huidas que le hacen parecer mentiroso fueron cavando una fosa a la que ahora le ha empujado Bárcenas y a la que se va a llevar a toda su cúpula. Aquí los presidentes mueren matando. A los suyos.

Que se lo digan a Rubalcaba. Que se lo digan porque no se entera de que murió con Zapatero. Tampoco tiene escapatoria el líder de la oposición por más que se empeñe en creer que la muerte de su rival le dará la vida. Las encuestas le dan menos pulsaciones que a Rajoy después de Bárcenas. Es para hacérselo mirar. Como todos estos cadáveres que se desmoronan, Rubalcaba no sabe que la gente solo necesita dos palabras para definirle: “Es falso”.

La plaga de falsedad se ha extendido. Hablas con la gente y en distintos términos, repiten las dos palabras de Rajoy: “Es falso”. No es creíble. Es falso que Urdangarín no supiera lo que hacía. Es falso que la Infanta no supiera lo que hacía su marido. Es falso que el rey no supiera lo que hacían su hija y su yerno. Es falso que el tesorero de las infantas no tenga nada que ver en los negocios del duque empalmado. Es falso que la monarquía sea ejemplar. El rey es falso, su familia es falsa, Rajoy es falso, Rubalcaba es falso, el Parlamento es falso, los líderes de todos los partidos son falsos, ni uno solo aprueba. Es falso que la Justicia sea igual para todos. Es falso que vivamos en un Estado de Derecho. Es falso que la policía defienda al ciudadano. Es falso que los políticos representen a los votantes. Es falso que esto sea una crisis. Es falso que esto sea una democracia.

Es todo tan falso que dudamos de que la Justicia haga prevalecer la verdad y castigue la mentira. No confiamos en nuestros tribunales. Pues seamos justos y sinceros: también nosotros somos falsos como sociedad. Cuando menos, hemos permitido la falsedad durante mucho tiempo. No hemos hecho lo suficiente para erradicarla. Alguna responsabilidad tenemos. Hemos dejado que nos engañen, no hemos perseguido con suficiente ahínco a los que trapichean, mienten o estafan no solo a gran escala sino a pequeña escala, en nuestro ámbito cotidiano. Seamos sinceros: pocos han afeado la conducta de los que mienten, pocos tienen el valor de enfrentarse públicamente a la corrupción que campa a sus anchas a todos los niveles de nuestra sociedad.

No es la Justicia y evidentemente no son los políticos los que tienen que sacarnos del atolladero. Somos nosotros como colectivo los que tenemos que demostrar que no somos falsos y que estamos dispuestos a hacer lo que haga falta para convertirnos en una sociedad más justa, más limpia y más sincera. Es la hora de la Verdad.

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