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El fantasma de Suárez ilumina este cementerio político

Zapatero, González y Aznar, en las escalinatas del Congreso, donde se instaló la capilla ardiente de Adolfo Suárez. / Efe

Suso de Toro

Lo que podía decir de Adolfo Suárez ya lo dije, pero intentar decir lo que estamos viendo y viviendo, describir estas ruinas políticas, eso es una tarea tan desesperante como inacabable. Precisamente Adolfo Suárez era, ya desde hace años, un fantasma que rondaba y se aparecía en una apartada torre por las noches para denunciar su asesinato.

¿Quién liquidó a este intruso que creyó que tenía derecho por los votos a gobernar? Todos los que conspiraban, desde el Ejército y el rey, hasta los partidos que aceptaron a Armada formar un Gobierno de concentración nacional presidido por él. En aquel tiempo le podían poner la pistola en el pecho a un presidente de Gobierno, Suárez sabía que las pistolas ya estaban cargadas (Gutiérrez Mellado, también; casi nadie recuerda aquella figura enjuta siempre al lado de Suárez).

El miedo del que nadie habla ahora. Aquel tiempo criminal es el origen de esta democracia, una democracia que nació amedrentada y con pánico a la libertad. El propio Suárez, tan sincero, desnudaba en 1980 la realidad de una sociedad rehén del miedo: “Y yo no opino, como muchos, que el pueblo español estaba pidiendo a gritos libertad. En absoluto, el ansia de libertad lo sentían sólo aquellas personas para las que su ausencia era como la falta de aire para respirar. Pero el pueblo español, en general, ya tenía unas cotas de libertad que consideraba más o menos aceptables... Se pusieron detrás de mí y se volcaron en el referéndum del 76, porque yo los alejaba del peligro de una confrontación a la muerte de Franco. No me apoyaban por ilusiones y anhelos de libertades, sino por miedo a esa confrontación; porque yo los apartaba de los cuernos de ese toro”. Esta democracia y la reiteradamente calificada de “modélica” Transición son hijas del miedo, el miedo a un monstruo llamado “Ejército”. Y el miedo, ni entonces ni ahora, puede parir la libertad.

Entierran a Suárez, además de su hijo torero, aquellos que fueron dueños de estas décadas. Su figura compleja, discutible, pero apasionada, sincera y con algunas convicciones de fondo retrata por contraste a los protagonistas de la política española de ahora. Observen quién preside el Gobierno, observen al Gobierno, observen a la oposición formal... Observen el tiempo de Rajoy y Rubalcaba, fantasmas en un cementerio político.

Suárez no era un profesor constitucionalista, era un político. Se le acusó y acusa a Suárez de haber sido demasiado versátil, oportunista, poco fiable, poco serio, arribista..., pero, partiendo de sus orígenes y de su punto de vista, lo que le interesó fue conseguir un marco para la convivencia. Los científicos de la cosa política le acusan también de indocumentado y falto de preparación o cosas por el estilo, como si la Constitución y todas sus leyes fuesen una obra de valor científico, cuando fue una consecuencia de ese intento de dar con algo que fuese aceptable para unos y aceptado por otros. Dependiendo de las circunstancias y de la correlación de fuerzas, de la demanda social, la Constitución habría sido de otra manera. No fue una verdad revelada, no era la palabra divina, fue el apaño que les pareció posible a sus redactores entonces.

Hablando en plata: la Constitución y sus leyes fue lo que permitió el Ejército. Y lo sabíamos todos, absolutamente todos. Aquello, la Transición, no fue un ejemplo de nada, fue pura supervivencia en circunstancias adversas, fue hacer política institucional cuando no había libertad sino tolerancia. En realidad, redactar una Constitución que se quiere democrática bajo la amenaza del Ejército es una vergüenza, pero quien defienda la democracia y también haya vivido aquello quizá concuerde en que probablemente no era posible otra cosa en aquel momento. O quizá sí, quizá hubiésemos conseguido más, pero habríamos pagado un precio mayor en sangre. Ésa es la realidad.

Suárez, ese intruso arribista, incómodo para todos, ese mutante político, reconoció a la Generalitat en su exilio y legalizó al PCE y a todas las organizaciones de ideología comunista y anarquista. Muchas organizaciones legalizadas entonces y que pudieron participar en la vida política, con los límites que se quiera, hoy serían acusadas de terrorismo o de cualquier otra infamia y probablemente ilegalizadas: esa fue la deriva que tomó aquella democracia que nacía bajo la sombra del miedo y que continuaron hasta hoy generaciones que siguen amedrentadas. Esa etapa democrática acabó aquí, con un Gobierno presidido por quien entonces hacía campaña contra esa Constitución que ahora esgrimen contra las aspiraciones democráticas y lo hacía desde el franquismo.

Así acaba aquella etapa, quienes piden política social, quienes piden democracia y quienes piden libertad son ilegales o ilegalizables. Todos terroristas, menos los dueños de la Constitución, del Tribunal Constitucional, del Gobierno, de la policía...

Este vacío político. Suárez utilizó la política para dialogar, pactar e integrar en un proyecto compartido; hoy este Gobierno hace política policial. La utilización de la policía que hace Rajoy y sus ministros es de libro, de libro franquista. En lugar de escuchar a quienes reclaman lo que creen que es justo, criminalización y palo. Eso se completa con unos medios de comunicación que son la voz del Ministerio del Interior. Acabamos de ver la actuación de la prensa madrileña con las marchas sobre Madrid, dieron las cifras y la versión de la policía. Gracias a que existe internet, si no habría que volver a tirar panfletos y arriesgarse, como entonces, a ser juzgados por propaganda ilegal, organización ilegal y, si aplican el estado de excepción del que ya hablan para Catalunya, por terrorismo.

Desengáñense, en España hay que seguir siendo antifranquistas. Esto es una maldición que se prolonga por generaciones.

Una imagen que es un recuento y un final. Seguramente nadie había previsto la fotografía de cuatro presidentes del Gobierno y el rey ante el féretro de Suárez, pero esa imagen desnuda el vacío político de este momento: es una involuntaria coincidencia que narra las décadas pasadas y también es un intento de llenar el vacío político que ha creado esta etapa de Rajoy, la reducción de la política a gobernación policial. Una vuelta al miedo, una vuelta al origen. A dónde, si no, nos podrían conducir los franquistas.

Hablan de reformar la Constitución. No, ya no bastará una chapuza para encontrar una salida a esta crisis del sistema político.

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