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Por favor, dejemos al fútbol tranquilo

Andrés Gil

El fútbol es un juego. Nada más. Dejémoslo al margen de las cuestiones políticas que nos dividen. Hagámoslo un punto de encuentro entre los que pensamos diferente, basado en la pasión por un deporte y unos colores que no son políticos, sino que son los que llevan los once jugadores que salen cada domingo al césped en pantalón corto.

El domingo por la tarde el Barça-Madrid se convirtió en un acto de reivindicación de la independencia de Cataluña. En el minuto 17 y 14 segundos de cada tiempo se produjo un éxtasis independentista inspirado en la Guerra de Sucesión de hace 300 años. Pero el fútbol es otra cosa. El fútbol divide aficiones, sí, porque es la excusa para amargarle el café al compañero el lunes por la mañana, es la alegría que produce vencer al vecino, son los mensajes y los vídeos de Youtube en los que se disfruta de los éxitos propios y, en muchos casos, de las derrotas del rival. Pero nada más. No entiende de querellas políticas.

El fútbol es una pasión, pero trivial, en torno a una pelota. Son los regates de Messi, la explosividad de Ronaldo, las paradas de Casillas, los cambios de sentido de Xavi, la magia de Iniesta, las locuras de Pepe y las polémicas arbitrales.

Ni los éxitos de la selección arreglan los males del país, como sugería Mariano Rajoy, ni un partido como el del domingo puede convertirse en una representación de los enfrentamientos entre Cataluña y el Estado. Por favor, dejemos al fútbol tranquilo.

La grandeza de este deporte maravilloso reside en que pueden amar los mismos colores aficionados de toda procedencia, condición y pensamiento político. El Madrid no es sinónimo de España (no todos los españoles son madridistas) ni del franquismo y sus herederos, como muchos quieren hacer ver. El Madrid también es Javier Marías y Jorge Valdano, por ejemplo. Y, el Barça, entre millones, tiene la voz de alguien como Juan Cruz, periodista canario residente en Madrid. Esta es la riqueza de este deporte.

Es cierto que los ultras madridistas, consentidos de manera imperdonable por todos los presidentes blancos, son ostensiblemente de extrema derecha, y que muchos aficionados madridistas profieren insultos anticatalanes, racistas y antivascos. Todo esto es verdad. y deplorable.

Pero estamos en unos momentos en los que demasiada gente busca puntos de discordia más que de acuerdo, en los que se dinamitan puentes, se levantan muros, se renuncia al diálogo y la discusión, nadie escucha a nadie más que a sí mismo, y esa voracidad totalitaria está devorando todos los ámbitos de la vida, incluido el deporte. Se huye de los matices, se cultivan los lemas de trazo grueso y se cae en peligrosas generalizaciones. El Madrid no es sinónimo de derecha centralista españolista. El Madrid es un club de fútbol seguido por todo tipo de personas.

Igual le ocurre al Barça. Evidentemente, el Barça es muchas cosas, y también Cataluña. Muchas más que las que veremos ante el Madrid en el Camp Nou. El Barça ha trabajado su aspiración de ser más que un club, de erigirse en la representación de una nación sin Estado, de un pueblo durante muchos años reprimido, ha querido encarnar unos valores que van más allá del ámbito meramente futbolístico. Y lo ha conseguido, sobre todo tras las presidencias de Joan Laporta y Sandro Rosell. Pero, ¿toda Cataluña es independentista? ¿Todos los culés son independentistas? ¿Todos los catalanes son culés? Seguramente, no. Y la imagen que se dará será un eco de la ola independentista expresada en la Diada.

Una cosa es representar la cultura de un pueblo, de una nación sin Estado, si queremos decirlo así, y otra es definirse claramente hacia una opción política. El Barça lo está haciendo, y por el camino excluye a los que no sean independentistas, y se enfrenta al Madrid, no en clave futbolística, sino en clave política. Pero, digámoslo de nuevo, del mismo modo que la final de la Copa del Rey no es un plebiscito sobre la Corona, sino un mero partido de fútbol, el Barça-Madrid no debería ser una batalla España opresora-Cataluña oprimida. Ese debate es para el 25-N y lo que venga después.

El enorme mosaico con la senyera que desplegó el Camp Nou, ¿por qué no es con una bandera blaugrana? ¿Qué se diría en Barcelona si los mosaicos en el Bernabéu en lugar de ser blancos fueran rojigualdos? Estamos ante un evidente acto de reivindicación nacionalista aprovechando un partido de fútbol, estamos ante la apropiación de unos colores futbolísticos para defender una idea política, estamos ante la enésima profundización de puntos de desacuerdo en lugar de buscar puntos de encuentro.

Si Cataluña ha de ser independiente o no se dirimirá en otros escenarios, en los que, inevitablemente, mediará algún tipo de pacto. Pero un estadio es un campo de fútbol. Ni más ni menos. Dejemos al fútbol tranquilo.

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