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¿Quién gobierna?

Miguel Roig

En El amo bueno, el libro que esta semana presentó el escritor argentino Damián Tabarovski en Madrid, el autor evoca algunos hechos y sucesos que acontecieron en la calle 14 de Julio de Buenos Aires, una pequeña calle ubicada en un barrio, Villa Ortuzar, que alguna vez fue fabril, alojando fábricas y obreros con un ideario anarquista. Nada queda, ni en la calle 14 de Julio ni en el barrio, ni fábricas ni obreros ni idearios, solo el fantasma de la fundación de la modernidad, la Revolución Francesa aludida por el nombre de una calle perdida en un suburbio de la ciudad de Buenos Aires.

El fantasma del progreso, de la igualdad, la libertad cobra forma en aquel amo bueno que podría representar la socialdemocracia en la actualidad, en un marco referencial más amplio, la matriz del sistema, el fantasma madre, la democracia. Fantasma por ausente.

Todo lo sólido se esfuma en el aire, todo lo sagrado se profana, y finalmente se fuerza al hombre a enfrentarse con talante sereno a sus condiciones reales de vida y a sus relaciones con su congéneres decía Marx. Lo actualiza Sigmunt Bauman con su idea de liquidez e insiste en ello Gilles Lipovetsky, quien en su ensayo De ligereza afirma que «tanto la oferta política como las actitudes ciudadanas son ya representativas de la civilización de lo ligero». Y remata, en una entrevista publicada estos días: «Antes los revolucionarios venían a cambiar el mundo y ahora nadie cree que los políticos puedan cambiar nada».

Es en Francia, justamente, donde el socialismo vive la tensión propia de una representación fallida. Manuel Valls, el primer ministro, utiliza los decretos para sortear a la Asamblea Nacional y eludir el voto en contra de sus propios diputados. No solo eso: en un acto de pragmatismo ha pedido cambiar el nombre al partido, sustituyendo socialismo por otro término que se ajuste a estos tiempos. Valls, incluso, renuncia al fantasma.

Emmanuel Macron es un liberal que desde la banca llego de la mano de Manuel Valls al ministerio de Economía francés. Fue quien redactó la ley para liberalizar la economía que los diputados socialistas se negaron a votar. Hoy, Macron, después de renunciar a su cartera, se ha pasado a la oposición al frente de un nuevo partido, En Marche!, –es obvio, incluso infantil, la coincidencia de sus siglas, EM, con el nombre y apellido del político– desde el que Macron se reivindica, al contrario que Valls, como socialista sin pertenecer al partido y pretende disputar el espacio de la izquierda. Macron, exsocio de la Banca Rothschild, ve claramente al invisible fantasma suspendido en la plaza pública.

Ese es el fantasma al que apela Pedro Sánchez ante al pragmatismo corporativo del último affaire de la calle Ferraz. El último relato posible. Decía Alberto Garzón que el discurso de investidura que leyó Pedro Sánchez en las Cortes es el discurso que a Íñigo Errejón le hubiera gustado que leyera Pablo Iglesias. También es posible que por ese camino hoy tuviéramos un gobierno de izquierdas. Pero el del fantasma de la izquierda que recorre bajo la mirada de Tabarovski la calle 14 de Julio en el barrio Villa Ortuzar de Buenos Aires.

Si miramos con detenimiento los hechos de los últimos diez meses, nos encontramos que la única piedra que alteró la quietud del espejo de agua del Gobierno en funciones ha sido el toque de rebato emocional que dio Felipe González, la ejecución operativa de Susana Díaz y la consecuente abstención.

Pero la pregunta no está centrada en los pliegues de la trama de esta operación que ha dado salida a los diez meses de entretenida calma. La cuestión se centra en como ha sido posible que el país estuviera casi un año a la deriva y prácticamente no se haya alterado el funcionamiento de las instituciones ni la vida cotidiana. Hemos escuchado, hoy como ayer, la voz del fantasma de la democracia.

¿Quién gobiernó? ¿Quién gobierna? Nosotros, no.

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