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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

¿Esto que yo hago es delito?

Cristina Fallarás

Esta sociedad, como todas, está basada en la posibilidad de ganarse la vida. Ganarse la vida es un concepto tan viejo que cuando tengo que recuperarlo se me van cayendo las lágrimas. A veces, también pienso en asuntos muchísimo más violentos que una lágrima. Y luego pienso en el delito.

Cientos de miles de personas aquí no tienen posibilidad de ganar dinero para un techo, ni para comida, ni para suministros.

¿Usted cree que la gente que no puede pagar la luz vive sin luz?

¿Usted cree que la gente que no puede pagar el agua vive sin agua?

¿Y la comida, y el jabón, y los tampones, y los pañales?

C. me mira con el desconcierto que siempre carga en los ojos. “Hace mucho frío ahora, mi marido dice que bajemos ya la estufa, pero creo que no podemos permitírnoslo, nos cortaron la calefacción, y la luz… no sé, creo que puede saltar todo”. C. tiene dos hijas, es fotógrafa internacional. Su marido trabajaba de ingeniero, dice que ya no sabe si lo es. C. tiene 40 y su marido casi 46.

Aseguran las encuestas que ya hay en España un millón 834 mil familias con todos los miembros en paro, seis millones de parados en total. Son más, pero da igual. Nadie dice el número exacto de personas que no puede ganarse la vida de ninguna manera. En esta sociedad que hemos levantado, vivir resulta un lujo carísimo y ganarse la vida, un ejercicio al alcance de unos pocos. Qué fracaso, amigos, qué monumental fracaso.

N. hace tiempo que se mudó a casa de su madre. De nuevo, a los cincuenta y cuatro, bajo el techo paterno. Su hija viajó con la madre a tierras lejanas, hace un par de años que las perdió de vista. N. trabajaba de periodista. Dice que no es periodista ni una carajo, ya. “No me jodas, roja, yo no volveré a currar en mi puta vida. ¿Qué soy? Un despojo viejo”.

El de servicios jurídicos me dice: “Eso que usted hace es delito”. Como si una no supiera dónde está el delito, cómo decide cometerlo y cuándo. Ah, el delito, qué bonito concepto líquido, que diría aquel. “¿Sí?”, le respondo, “¿esto que yo hago es delito? Repítamelo, que me voy a olvidar”.

R. sigue organizando su batallón de madres desahuciadas para okupar un antiguo edificio en la zona ex industrial de Barcelona. “El problema son los críos, mira tú si se enteran y los de la pasma se ponen violentos en el desalojo, imagínate sacando a los críos a las cinco de la mañana a punta de porra”. Estoy con ella, a lo que suceda.

Quienes hace tiempo que dejamos de ganarnos la vida, quienes caímos entre 2007 y 2009 en ese paro criminal que ahora les asusta tanto, ya hemos perdido el miedo al delito, a lo que ustedes llaman delito. Y no me vengan con idioteces, que después de meses y meses con 300 euros mensuales como todo ingreso en casa sé de qué hablo. Usted también sabría. Dentro de nada, porque el tiempo del hambre vuela, los seis millones de ciudadanos de los que hablaba ayer la EPA estarán como nosotros. Todos igual, sin miedo. Y ganarse la vida, con o sin lágrimas, se habrá convertido en leyenda de aquellos abuelos, otra más.

Porque esta bonita sociedad ha fracasado. ¿Cuántos de esos seis millones de ciudadanos habrán vuelto a encontrar trabajo en los próximos diez años? ¿Cuántos parados escupirá la EPA de 2013? Quienes tienen responsabilidades pueden seguir tocándose la prima, a riesgo, eso sí, de que se nos acaben las lágrimas.

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