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Prefiero a El Fary

Barbijaputa

Una vez que la palabra “feminismo” parece estar haciéndose un hueco en prime time y hasta podemos escucharla en un programa como El Hormiguero, parece que lo que está viniendo a continuación es que ahora hasta los machistas más irrecuperables se definen como “feministas”.

Es el caso, por ejemplo, del escritor y miembro de la RAE Javier Marías (entre muchos otros, ya se habrán dado cuenta) con perlas como ésta que escribe en El País: “Los feministas deberíamos combatir (me incluyo, claro que me incluyo) la discriminación laboral y salarial. Ese es el terreno fundamental en el que las supuestas ultrafeministas deberían estar librando una batalla sin tregua, en vez de perder el tiempo y la razón con dislates lingüísticos”.

El neomachismo, liderado precisamente por hombres como él o su compañero de aventuras, Pérez Reverte, ha adecuado entonces su lenguaje y su prosa para moldear algo más peligroso hasta lo que ahora era un simple discurso misógino: un intento de separar el feminismo bueno del feminismo malo, que vemos últimamente con más frecuencia que nunca. Como ya habrán imaginado, ellos pertenecen al bueno, y las feministas que no son Cathy Young (una mujer que se gana la vida diciendo que las feministas tratamos mal a los hombres), el malo.

Si el feminismo hace siempre hincapié precisamente en la necesidad de que seamos nosotras las que lideremos esta lucha, no es porque esté decidido a “tratar mal a los hombres”, como asegura Cathy Young, sino porque antes de darnos cuenta tenemos a hombres ondeando la bandera feminista y guiándonos en lo que ellos creen que debería ser nuestra lucha. Como Javier Marías, sin ir más lejos.

Hombres que nos ridiculizan desde la RAE porque peleamos para que nuestra lengua sea inclusiva, mientras nos dicen a la vez qué otros temas deberíamos estar tratando. Dan así a entender que no tenemos en agenda cuestiones importantes como la mencionada brecha salarial. Simulan estar guiándonos por nuestro bien, pero lo que hacen realmente es señalar el cadáver mientras ocultan el arma. Un arma que quieren seguir usando sin que les molestemos.

Cuando un hombre se siente legitimado para decirnos cuáles son las actitudes, hechos y hasta proclamas que las feministas deberíamos adoptar para nuestra liberación, está dejando claro que se ha convertido en otro machista disfrazado de falso aliado (palabra que, por supuesto rechazan porque ellos no son aliados, son feministas de los pies a la cabeza).

Son el caballo de Troya perfecto del machismo y del sistema patriarcal: hombres machistas que escriben sobre cómo puntúan a mujeres por sus andares y su físico, hablando a la vez en los medios sobre el verdadero feminismo y tildando de “ultrafeministas”, “feministas folklóricas” y/o “radicales analfabetas” a las mujeres que les llevan años, y hasta décadas, de ventaja en la lucha por el empoderamiento de la mujer.

Son hombres ilustrísimos y omniscientes, o como dijo Joaquín Reyes en su imitación de Pérez Reverte: “Yo lo sé todo, hasta lo nuevo lo sé”. Además, son hombres anclados en la época que más anhelan, aquella en la que “las mujeres sabían llevar una falda tubo y andar con garbo, con o sin tacones, mujeres con caderas y pechos y piernas y culo, pero en su justo término. Hoy es ya muy raro verlas”, como escribió Marías en su blog.

Son hombres con mucho público, eso también, y la peligrosidad de que ahora les haya dado por guiarnos a nosotras (pobres almas descarriadas) en nuestra lucha reside ahí, en que generan opinión desde los medios más leídos del país.

Cuando todavía estábamos las feministas intentando aclarar que “feminismo no es lo mismo a machismo pero al revés”, nos damos de bruces con la cipotuda realidad: hay machistas que ya lo han entendido y ahora corren como pollos sin cabeza para desmarcarse del machismo diciendo que son feministas, pero sin renunciar a lo que han venido haciendo desde siempre: escribir textos misóginos.

La diferencia es que ahora esa misoginia no está dirigida a “tordas”, a “ordinarias” o a mujeres que deberían ser sacrificadas por no saber andar en tacones. No, esa lección ya la han aprendido y hace tiempo que abandonaron esa lírica. Ahora el centro de sus críticas son sólo las mujeres feministas que osen criticar su machismo. Bueno, para hacer honor a la verdad también atacan a “mujeristas”, algo que Marías define como “ya saben, esos varones que adulan lacayunamente al sexo opuesto, venga o no a cuento”.

¿Cómo se combate al enemigo de una causa cuando va disfrazado de aliado? Porque hombres así no engañan a ninguna feminista, eso está claro, pero hay muchas mujeres, adolescentes y niñas que aún no se han puesto las gafas moradas o que están en proceso. La solución pasa por no ceder ni un centímetro desde el feminismo, y debatir y aprender las unas de las otras, leer a mujeres feministas, tener referentes femeninas.

Porque a estos anteriores hay que añadirle tantos otros hombres anónimos que han refinado mucho, mucho más su discurso que ellos para no ser tachados con la palabra que tanto pavor les da: “machista”.

Estamos rodeadas de ellos… bueno, qué os voy a contar que no sufráis ya. Muchos son conscientes de sus intenciones y de que sólo les interesa no ser señalados, pero otros muchos ni siquiera saben que siguen siendo parte del problema. Y desde el momento en el que un hombre piensa que él ya no forma parte del problema, y que el machismo se ha evaporado de su cuerpo como si fuera agua, se convierte en algo más peligroso que un simple machista. Porque un machista simple no engaña a nadie, nos llama a todas locas o feminazis mientras se rasca la entrepierna y aquí paz y después gloria. Los prefiero. De verdad, prefiero a éstos. A los que van de frente: son machistas y punto.

Las feministas tendríamos medio camino hecho si todos los Javier Marías del mundo mantuvieran el discurso, por ejemplo, de El Fary. A la hora de hacer pedagogía entre nosotras, todo sería tan fácil como “mira, este hombre es un machista y no lo sabe” y “este hombre es un machista pero lo sabe y quiere cambiarlo”.

Pero lamentablemente el machismo, como cualquier otra maquinaria de poder, se renueva, se reinventa, se amolda para no morir. Como lo hace el capitalismo. O la Iglesia, por ejemplo. Se renuevan cambiando caras, eslóganes y escaparates para sobrevivir, pero por dentro siguen siendo el mismo lastre que siempre han sido, y que impide que el mundo avance. Y los favorecidos por estos sistemas de opresión, ya hablemos de Marías o del nuevo Papa, no son más que eso: los mismos palos del pasado con distintas formas, atravesados en nuestras ruedas.

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