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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Los jóvenes de ayer

Miguel Roig

El eurodiputado del Partido Popular Miguel Arias Cañete consiguió con una sola frase estigmatizar su campaña electoral de tal modo que, incluso, permitió a su oponente, la socialista Elena Valenciano, construir un sentido a partir de ella y encontrar un relato para contar a los electores. Arias Cañete se caracteriza por expresar en plaza pública lo que en su partido se suele compartir en la trastienda; así desgrana sin pudor su punto de vista sobre inmigración a partir de la degradación hostelera o relativiza la inteligencia de la mujer en términos –desde su perspectiva–compasivos. Pero esta semana llamó la atención con una intervención que tampoco es frecuente en su partido –incluso en el backstage– ya que se trata de una formulación de calado político. Vino a decir Arias Cañete que el ascenso de Podemos responde a la crisis de la socialdemocracia en Europa. Hay que reparar que el eurodiputado popular no cometió la torpeza de quedarse en Ferraz: ha hecho una lectura mucho más amplia.

El relato socialdemócrata desde hace tiempo, demasiado, incluso más allá de la caída del Muro de Berlín, se han conformado con una meta modesta: ganar las elecciones. Cuando Manuel Valls, el primer ministro francés, afirma que la izquierda puede morir si no se reinventa no hace otra cosa que afirmar aquello que Michel Rocard –uno de sus referentes, según afirma en la misma entrevista– sostuvo en un célebre artículo “El impotente poder de la socialdemocracia”, en el que culpa a su ineficacia frente a los mercados financieros pero nada aporta para revertir el problema. Se diría que la cuestión económica, la crisis desatada por el capital financiero es algo que se cuestiona desde la tribuna y se concilia con ella en el poder. Felipe González, otro referente de Valls, hizo lo propio en otro plano con la OTAN.

El modus operandi, sin duda, es meramente electoralista y de él se pueden sacar frutos a corto plazo, con una economía en alza y un relato de libertades cívicas como ocurrió con la legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, relato que cayó en el olvido cuando se aprobó la reforma constitucional exprés, es decir sin referéndum, sacando adelante el artículo 135 de estabilidad presupuestaria.

¿Por qué Pedro Sánchez elude la cuestión? ¿Por qué no se plantea tomar cartas en el asunto, aunque más no sea como un mero relato electoral?

Pedro Sánchez se reivindica como integrante de una joven generación frente a la que gobierna –solo falta que les llame 'casta' senil–, haciendo hincapié en que Rajoy representa a una generación de políticos del pasado.

¿Qué ideas son las que hacen joven, en el caso que eso sea un atributo, a Sánchez? O dicho de otro modo, ¿qué argumentos ideológicos le diferencian de Rajoy? Puede que Sánchez, en el caso de que eluda a Manuel Valls, se apoye en Matteo Renzi, nuevo referente de la izquierda italiana que se presenta como el 'desguazador' de los viejos esquemas y emite sus encuentros en el Quirinale vía Internet, como lo haría Podemos en el caso de llegar a la Moncloa. El problema es que Renzi, de 39 años, sostiene que 'no debemos reducir la deuda porque lo diga Bruselas, debemos hacerlo por nuestros hijos' y, acto seguido, suprime los coches oficiales. Como Valls que promete 'verdad, velocidad, voluntad' para conjurar el viejo lema de 'libertad, igualdad, fraternidad'. Claro que con este último no podría alentar uno de sus objetivos: rebajar el coste laboral.

José Luis Rodríguez Zapatero llegó a la Moncloa con 44 años y fue Secretario General de su partido con 40, es decir, cuatro años más joven que Sánchez. Por entonces, acariciaba la idea de la tercera vía económica de Anthony Giddens que aplicó Tony Blair en el Reino Unido –otro joven que con 44 años llegó a Downing Street.

Aunque es sabido, no está demás recordar que respondió Margaret Thatcher cuando se le preguntó por su mayor logro como política. Anthony Blair, respondió.

Zygmunt Bauman sostiene que estamos en un escenario en el que el proletariado y buena parte de la clase media se disuelve en el precariado y la precariedad amenaza con ir a más. En Europa ya no hay fábricas. Estamos en un intervalo, como decía Gramsci, entre lo viejo que muere y lo nuevo que aún no llega. Las leyes que nos regían, que han funcionado durante las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial ya no cuentan pero las nuevas leyes aún no se han inventado.

¿Hay espacio para el socialismo en esta encrucijada? “Es indispensable –sostiene Bauman– y es necesaria su resurrección. El comunismo, de algún modo, siempre ha tenido a raya al capitalismo mediante un mecanismo de control y equilibrio que salvó al mismo capitalismo del abismo. Ahora el socialismo es necesario. No lo considero un modelo de sociedad alternativo sino un arma apuntada hacia las injusticias de la sociedad, una voz de la conciencia cuya finalidad es debilitar la presunción y la autoadoración de los dominantes”.

Bauman, a punto de cumplir 90 años, parece mucho más joven que quienes así se proclaman, cayendo no solo en un pleonasmo sino en un adanismo político.

No hay nada más nuevo que una idea que reformule un modo de hacer las cosas. El campo socialdemócrata en Europa no está precisamente en un momento luminoso. La juventud como eje del relato es una ocurrencia ingeniosa y, se sabe, que una ocurrencia es algo inesperado, casual, lejano del pensamiento profundo y lento que lleva a una idea. Esto, aparentemente, va en contra de la nueva corriente pero es el único camino que nos puede llevar a ser ciudadanos de la ciudad futura. Nada más joven que eso.

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