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Libertad de expresión, dice

Barbijaputa

Días después de escribir que “hay mujeres que se entregan voluntariamente a hombres violentos sabiendo que pueden matarlas”, el periodista Manuel Molares do Val ha reiterado sus palabras y ha culpado a las “feministas radicales” por “censurar la realidad”, llamando él “realidad” a su propia opinión machista. Además, también nos llamó “adalides de lo políticamente correcto”.

Todo lo que se puede decir sobre éste y muchos otros artículos similares que aparecen en prensa ya lo ha dicho Luisa Posada Kubissa en este mismo medio.

Pero hay algo que se viene repitiendo las –pocas– veces que las feministas consiguen que se eliminen textos misóginos de medios digitales, y es la reacción que tienen tanto su autor como muchos de sus lectores: acusar al feminismo de censurar la libertad de expresión y ser demasiado políticamente correctas.

La corrección política no es otra cosa que los actos, lenguaje e ideas políticas que buscan no ofender o perjudicar a personas o colectivos que ya sufren opresiones.

¿Desde cuándo lo políticamente correcto es algo criticable? ¿Desde cuándo, además, ser feminista está considerado por la mayoría como una opción “políticamente correcta”? ¿Acaso hay movimiento más denostado y acosado que el feminismo? ¿No somos las feministas generalmente vistas como políticamente incorrectas por “odiar a los hombres”? ¿Por querer la “supremacía de las mujeres”? ¿Por buscar supuestas leyes desiguales que nos beneficien?

Sí, sin duda el feminismo es en realidad políticamente correcto, y cuando los mismos de siempre usan este término para definirlo están diciendo sin querer decirlo que las feministas intentan ser –y que todos sean– respetuosas con quienes lo necesitan. Porque cuando lanzas opiniones estás formando opinión en quienes te leen. Puedes usar ese espacio para contribuir a que los lectores aprendan contigo o puedes usarlo –como es el caso de Molares y muchos otros– para generar prejuicios y para perpetuar la violencia que ya sufren dichos colectivos. Y no sólo cuenta qué estás diciendo, sino cómo lo estás diciendo.

La UNESCO lleva diciéndolo desde hace años: “El lenguaje no es una creación arbitraria de la mente humana, sino un producto social e histórico que influye en nuestra percepción de la realidad. Al transmitir socialmente al ser humano las experiencias acumuladas de generaciones anteriores, el lenguaje condiciona nuestro pensamiento y determina nuestra visión del mundo. Los prejuicios sexistas que el lenguaje transmite sobre las mujeres son el reflejo del papel social atribuido a estas durante generaciones. A pesar de que el papel de las mujeres en la sociedad ha experimentado desde principios de nuestro siglo, particularmente en las últimas décadas, profundas transformaciones, los mensajes que el lenguaje sigue transmitiendo sobre ellas refuerzan su papel tradicional y dan una imagen de ellas relacionada con el sexo y no con sus capacidades y aptitudes, intrínsecas a todos los seres humanos”.

Casualmente, todos aquellos que lloran por la “tiranía” de lo políticamente correcto son hombres blancos y heterosexuales, que parecen incapaces de hacer la conexión entre sus privilegios y las opresiones de otros colectivos, a los que perjudican con sus columnas, con su humor, con sus palabras y con sus actos.

El otro día, Darío Adanti decía en Carne Cruda que un chiste racista no puede hacerlo un ministro pero sí un cómico en su espectáculo. No sólo no estoy de acuerdo sino que además no es verdad: como poder, pueden hacerlo ambos; la libertad de expresión recoge que cualquiera pueda humillar a los negros en un chiste. Pero no se trata de qué está legalmente permitido o no, sino de qué estamos fomentando con nuestros actos y opiniones. Para que nos entendamos: a quién estamos jodiendo la vida.

Lo mismo pasa con artículos como el de Molares: nadie lo va a meter en la cárcel o lo va a multar porque diga que hay mujeres que son responsables de sus propios asesinatos, al fin y al cabo, no es tan grave como un chiste de Carrero Blanco, pero sí debe tener el rechazo social que merece, ya que a diferencia de ETA, el machismo sigue vivo y hay millones de víctimas cada año en todo el mundo.

Antes de escribir, hablar y hacer humor sobre una lacra social como el racismo o el machismo, que están vivitos y coleando, parémonos a pensar si somos víctimas de dicho problema. Si no lo somos, probablemente hagamos un bien mayor a las que sí son víctimas callándonos. Si decides no callarte, seguirás sin ir a la cárcel, pero sería interesante que te preguntaras si te merece la pena perpetuar su sufrimiento sólo para que tu ego se lleve unos aplausos o para desahogar un poco tu misoginia. Si te merece la pena, adelante, pero al menos ten la decencia de no quejarte de las “políticamente correctas”. De hecho, da gracias que hagan tanto ruido, están intentando rehacer una sociedad mejor y más respetuosa.

Siempre que opino en este sentido me atropellan a preguntas del tipo “¿y los chistes sobre cáncer, qué?”, “¿y tú con los chistes de hombres?”, “¿y porque ETA ya no mate se pueden hacer bromas?”.

Los chistes sobre el cáncer no van a generar más cáncer ni van a hacer que las personas enfermas se pongan peor. Decir que una mujer es responsable de su muerte sí va a perpetuar que lo que le pasó a ella le siga pasando a otras. Por otra parte, los hombres no forman parte de ningún colectivo oprimido por su género, luego el humor sobre ellos no perpetúa ninguna violencia.

El humor sirve también para expresar miedos, para reírse de uno mismo, para llevar al límite situaciones que nos han pasado o que somos susceptibles de que nos pasen (allá cada cual con sus motivaciones para hacer según qué chistes que no perpetúan nada), pero hacer chistes racistas o culpar a las víctimas del terrorismo machista (entre otras muchas formas de generar odio contra colectivos agredidos) no es hablar sobre miedos o experiencias propias cuando viene de blancos y/o de hombres.

Tampoco es lo mismo que tuitear sobre Carrero Blanco, –militar franquista asesinado hace más de 40 años por una banda terrorista que ya no existe–, es algo muy diferente. La diferencia radica en que estás generando más violencia y odio contra personas que ya sufren violencia y odio, y lo haces desde el bando contrario: desde el bando blanco y desde el bando de los hombres. Lo mismo se puede aplicar a los heteros haciendo chistes de gays, claro está.

Ni yo ni quienes comparten mi opinión tuvimos un día una epifanía que nos dejó claro qué estaba mal y bien, no somos los elegidos de una gracia divina que nos hace diferenciar entre el bien y el mal. Yo misma he hecho chistes de los que ahora me avergüenzo, porque los he hecho desde mis privilegios (que tengo unos cuantos aunque el género no sea una de ellos). Pero tener privilegios no te incapacita para escuchar a quienes te llaman la atención cuando dices o haces algo que les perjudica. Sólo así puedes aprender. Y así ha sido como yo misma he ido formando mi opinión sobre la libertad de expresión y lo políticamente correcto: gracias a personas que estaban oprimidas de multitud de formas de la misma forma que yo lo estoy por mi género.

La libertad de expresión debería ser como cualquier otra forma de libertad: la tuya acaba donde empieza la del otro. Si “opinando libremente” estamos sesgando el derecho de nuestro vecino a vivir libremente, nos estamos escudando en nuestro derecho a la libertad de expresión para perpetuar una sociedad ya de por sí prejuiciosa, machista, racista y de clases. Y si es así, al menos agachemos la cabeza cuando los perjudicados nos muestren su rechazo.

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