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Nos maceran en miedo

Elisa Beni

¿Qué es lo que ha cambiado? Desde los sangrientos atentados de París no dejo de oír esa respuesta a cualquier argumento que esgrimo: “es que esto es distinto”. Es distinto y por eso, se entiende, todo lo que habíamos jurado no hacer es lo que vamos a hacer ahora. Algo así es lo que me parece entender. Por eso insisto ¿qué es lo que ha cambiado? Voy a dar una respuesta provocadora: ¿no será que ha cambiado el rumbo por el que algunos gobernantes quieren llevar las cosas? ¿no será que interesa irnos ablandando para que asistamos y asintamos a reacciones y acciones que siempre hemos considerado  una pésima vía?

Otro objetivo no termino de verlo. El terrorismo siempre ha buscado obtener lo que le damos: una amplificación del terror que de facto provocan. El terrorismo no busca destruir a sus víctimas -les valen las que causó u otras perfectamente intercambiables- , la víctima es un mero instrumento, un objeto sobre el que el terrorista descarga su acción, cuyo objetivo esencial es atacar al Estado, a la comunidad, a nuestra forma de vida y de organización política para, en último término, sustituirlo por la estructura social, política o religiosa que quieren los terroristas. Entonces ¿qué ha cambiado desde Madrid o Londres? Daesh, me responderan, Daesh que controla territorio. ¿Pero no lo tenía ya cuando Charlie Hebdo? ¿No lo tenía ya cuando se masacró en Túnez en un hotel de capital español?

Yo veo que ha cambiado la actitud de los gobernantes. Veo que un socialista ha decretado el estado de excepción y ha suspendido la aplicación del Convenio de Derechos Humanos cuando ninguno de sus homólogos en los grandes atentados europeos anteriores lo hizo. En España hasta fuimos a las urnas. Veo a otro socialista subirse a la tribuna de un parlamento para hacer insinuaciones atemorizantes sobre armamentos biológicos o químicos en poder de los terroristas sin dar dato alguno. Veo a ambos aumentar en la valoración de los ciudadanos y conseguir acallar a la derecha y a la ultraderecha que tienen acechando. Oigo a un primer ministro disculparse y poner patas arriba la capital de Europa creando un miedo y un pánico que debe hacer que los terroristas se relaman de placer. Veo decenas de detenciones de personas que han sido después puestas en libertad por los jueces. Durante dos décadas, sin embargo, no he visto a los belgas hacer nada para corregir el hecho cierto de que la mayor parte de los atentados yihadistas y de las células desarticuladas tenían una “conexión belga”.

Creo que nos están macerando en miedo para que aceptemos lo que, al menos en este país, siempre nos hemos negado a hacer. Para que todos los ciudadanos europeos dejemos que suceda lo que siempre les reprochamos a los norteamericanos.

Hagamos memoria. Nunca en nuestra larga experiencia con el terrorismo hemos asistido al espectáculo de un ministro del Interior metiendo miedo a la población. Aquí las alertas se decretan, se hacen llegar a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, a los propios amenazados cuando se producen, se han reforzado dispositivos y vigilancias o se han precipitado operaciones y detenciones. Alguna vez tales cosas se han filtrado a la prensa pero, en líneas generales, ni los más torpes ministros han osado amplificar las amenazas o hacer cundir el pánico. Entre la alerta y la alarma hay una fina línea que no conviene al gobernante sensato traspasar. Excepto que busque un efecto.

No entiendo porque vamos a ver bien que suceda ahora. No entiendo que un pueblo que soportó con entereza y dignidad un atentado de aún mayores dimensiones que el de París esté dejándose llevar ahora por tambores de guerra que nunca invocó. Y voy a tener que agradecer al periodo de campaña que vivimos el que los gobernantes actuales, escarmentados por el 11M y las consecuencias de las Azores, no vayan a embarcarnos en nada sin consenso parlamentario. Tampoco entiendo esa presión desmesurada de Francia para que tal decisión se tome de forma inmediata. Puede que convenga a sus intereses políticos y puede que teman que cuando las cosas se enfríen los países de su entorno comiencen a ver las cosas como siempre lo hicieron. En todo caso no quiero recordarles el tiempo que España estuvo esperando a que desmontaran el santuario etarra y a que colaboraran con nosotros en la lucha contra un terrorismo que dejo casi mil víctimas. Tampoco a los belgas que se resistieran durante décadas a extraditar etarras o que no hayan hecho nada para acabar con el vivero de yihadistas que ha anidado en ellos. Ni vamos a preguntarles tampoco por qué no han tomado ningún ejemplo de las modificaciones legislativas que países como el nuestro han ido sumando en el transcurso del tiempo para mejorar el arsenal legal, policial y de inteligencia que se usa contra el terrorismo. No es momento de reproches pero tampoco de complejos.

La lucha contra el yihadismo es una lucha de todos. En eso estamos todos de acuerdo. Nos une este objetivo pero es cierto que la solución que se le deba dar al problema nos separa en muchos casos. No es España, sin embargo, la que menos tiene que enseñar al respecto. Entre otras cosas nuestro coraje y nuestra serenidad. Siempre hemos sabido que no íbamos a dejar que ningún tipo de terrorismo nos iba a impedir vivir en paz y en democracia. No vayamos a olvidarlo ahora.

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