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Cuatro maneras de salir de la crisis y una metáfora futbolera

El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. / Efe

Daniel Fuentes Castro

Tres años y medio de políticas de austeridad en España no han conseguido reducir nuestra deuda. Hoy estamos más endeudados que nunca (véase Radiografía de un tumor financiero) y nuestro PIB interanual ha retrocedido 1,8 puntos desde que se aprobó el primer programa de austeridad en mayo de 2010. Tiene sentido, por lo tanto, recordar que existen al menos cuatro maneras diferentes de superar una crisis de sobreendeudamiento: la austeridad, la inflación, las quitas y el crecimiento.

Imagine que usted preside el club de fútbol de sus amores y que éste arrastra una deuda colosal. Tal vez usted haya heredado la deuda al llegar al cargo, o tal vez no. En cualquier caso, esta deuda tiene su origen en una política de fichajes a precios galácticos cuyo valor deportivo ha sido inflado por intereses puramente especulativos. Para hacer la historia menos cruda, vamos a creernos que esto se ha hecho “para ilusionar a la afición” (también creíamos que la política de vivienda tenía por objetivo facilitar al ciudadano medio la compra de su vivienda habitual…).

Hablando de vivienda no olvide usted que el estadio en el que juega su equipo es de propiedad municipal, cedido al precio simbólico de una peseta al año (que la cosa viene de lejos). También la diputación provincial y la comunidad autónoma han arrimado el hombro: al fin y al cabo, el club ha sido el mejor embajador de la ciudad durante todo este tiempo. Qué decir de la caja de ahorros local, siempre sensible a las necesidades del club y dispuesta a satisfacer lo que en realidad es una demanda social, ¿verdad? Recordemos aquel año glorioso que los resultados deportivos acompañaron y casi nos clasificamos para jugar en Europa… ¡Qué tiempos!

Imagínese ahora que la caja de ahorros de toda la vida se niega a renegociar por enésima vez la deuda de su club. Además, el ayuntamiento, la diputación provincial y la comunidad autónoma que tanto le han ayudado en el pasado le cierran ahora las puertas. Hacienda, insensible a la situación, le comunica que quiere cobrar de una vez por todas lo que el club adeuda desde hace ni se sabe cuánto. Los ingresos por televisión han caído y los patrocinadores escasean, pero las fichas de los futbolistas con capacidad de ilusionar siguen por las nubes. Los pagos a proveedores se han estirado todo lo posible y también se ha agotado el arsenal de argucias contables, más o menos legales, con las que se iba ganando tiempo. Se acabó la fiesta.

Probablemente su primera reacción sea cambiar la política de fichajes por una política de cantera, intentar conseguir un buen precio por los dos o tres jugadores-franquicia que hay en el equipo, abandonar el proyecto de construir un nuevo estadio y contener los gastos de todo tipo. Es decir, austeridad.

El problema es que tres temporadas y media después de haber cambiado de estrategia, el club no ha conseguido reducir su deuda y, como era de esperar, los resultados deportivos no han acompañado. Usted vería con buenos ojos vender a ciertas promesas de la cantera, suponiendo que las haya (por ejemplo a un equipo alemán, que allí son serios y pagan bien). Eso sí, ahora que usted preside un club vendedor le conviene que los precios del mercado de fichajes sigan desbocados. ¡La deflación no haría sino empeorar las cosas!

Es cierto que la inflación resulta perjudicial para la buena salud de una economía: erosiona el poder adquisitivo, perjudica los intereses de los acreedores, encarece el crédito, incentiva la inversión especulativa, reduce la competitividad, dificulta las exportaciones, incrementa la incertidumbre, etc. Sin embargo, la inflación puede tener un efecto beneficioso en situaciones de sobreendeudamiento como las que vive la economía española.

Cuando los precios crecen sistemáticamente también terminan por hacerlo los salarios, aunque éstos no estén indexados a la inflación. Como la cifra escriturada de nuestra deuda no se incrementa (al margen de la volatilidad del euríbor), el poder de los salarios para hacer frente a las deudas contraídas en el pasado aumenta con el tiempo; y esto a pesar de que la inflación reduce nuestro poder adquisitivo. ¿Estamos los economistas absolutamente seguros de que el segundo efecto (que deprime el consumo) tiene, en cualquier circunstancia, peores consecuencias que el primero (que facilita un desendeudamiento más rápido)? Convendría recordar que la inflación de los años 70 y 80 en la economía española tuvo el efecto de facilitar la compra de vivienda a quienes entonces se hipotecaron. Lo que estamos viviendo actualmente es el mismo mecanismo pero en sentido inverso: la espiral deflación –disminución de salarios– supondrá una dificultad añadida para rembolsar nuestras deudas.

Volviendo a nuestro club, o usted consigue vender a ese par de canteranos que despuntan o no le quedará más remedio que solicitar un concurso de acreedores. La Ley tratará entonces de organizar las finanzas del club para que los acreedores puedan cobrar parte de sus deudas de manera ordenada, protegiendo en lo posible a los más débiles pero partiendo del principio de que el club no devolverá todo lo que debe. Habrá quita. Es posible que el club sobreviva, pero ya no podrá seguir compitiendo con los grandes. A usted le quedará el consuelo de lamentar con cinismo “el daño que la ley concursal le ha hecho al fútbol español”.

Pese a todo, si los resultados deportivos son brillantes quizás sea posible incrementar los ingresos por derechos de imagen, patrocinio, participación en competiciones internacionales, taquilla, etc. Esto podría hacer menos traumático el proceso concursal y evitar la liquidación del club. La cuestión es cómo mejorar los resultados deportivos ahora que hemos descremado la plantilla.

Hacer más con menos es lo que los economistas llaman “incrementar la productividad”, y depende esencialmente de la inversión, de la tecnología y de la calidad del factor humano. La productividad es la base del crecimiento, y el crecimiento es la manera menos traumática de hacer frente a nuestras deudas. El problema es que la inversión, la tecnología y la calidad del factor humano necesitan una actuación decidida (que no parece haber) y tiempo (que estamos perdiendo).

La combinación de políticas para salir de la crisis tiene que incluir cierta dosis de austeridad, sin duda, pero también es conveniente que la inflación, las quitas y las políticas de crecimiento formen parte del debate. Sería eficiente dinamizar la compra de activos por parte del Banco Central Europeo, así como interesante estudiar medidas tan poco ortodoxas como los tipos de interés negativos. Indudablemente, todo esto será injusto con los acreedores y con los ahorradores; pero está por demostrar que la austeridad sea más justa que cualquiera de sus alternativas.

Hasta ahora, la política económica de la eurozona ha estado más pensada para defender los intereses legítimos de los acreedores que para solucionar la crisis. El sur de Europa ya ha sufrido lo suficiente con la devaluación interna; ahora, con la deflación llamando a la puerta, es el turno para políticas de revaluación en Alemania (salario mínimo, incrementos salariales, inversión en infraestructuras, transferencias de capital). La integridad de la eurozona tiene un precio y ese precio aumenta a medida que pasa el tiempo. Nos estamos jugando mucho más que volver a los partidos en campos de tierra y a los vestuarios sin agua caliente.

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