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La mano que mece la nuca es la misma que escribe

Rodrigo Rato y el presidente del Gobierno Mariano Rajoy. / EP

Miguel Roig

El buen tono de Enric González se ha alterado para describir en su columna la performance en la puerta de la casa de Rodrigo Rato emitida el jueves por televisión. Dice González que fue el tipo de vídeo que difundirían los del Estado Islámico si en lugar de vivir en Siria residieran en el barrio de Salamanca, territorio simbólico del Partido Popular. Y lleva razón, pero él inserta el episodio en el marco de una gran telenovela que escribe el Gobierno, y más que una novela estamos ante un nuevo fragmento del reality show que emite sin solución de continuidad y con un guión en permanente elaboración.

Desde boda de la hija de Aznar en El Escorial a la salida de la cárcel de Soto del Real de Francisco Correa, cabeza de la trama Gürtel, la cual, por cierto corrió con los gastos de aquella fiesta. Desde la imagen en un plasma del presidente de Gobierno o el de la pantalla de su móvil que pide templanza al tesorero del partido: “Sé fuerte, Luis”. Desde los papeles del mismo tesorero a las facturas de los cumpleaños de los hijos de la exministra Ana Mato. Desde el coche en llamas del exconsejero Alberto Granados, cabeza de la trama Púnica, a nombre de una constructora de Valdemoro al ático en Marbella del presidente Ignacio González.

Todo forma parte de un reality show cuyo guión se va enhebrando secuencia tras secuencia de personajes que no parecen ser ellos sino otros; tal como escribía Borges de sí mismo, “es al otro, a Borges a quien le ocurren las cosas, no a mí”. Como en la lucha libre tan popular en México, el componente teatral es el eje del espectáculo, las máscaras y los golpes que no son tales. No es a Rato a quien le apretaron la nuca, es al otro, al exministro y no al ciudadano tranquilo que entra a comprar unas pastas en la tienda Mallorca de la calle Serrano. El que sale de su despacho después de estar detenido varias horas no es Rato, es el otro; Rato es el que vuelve después a casa y enciende la televisión para ver en diferido al otro. En el reality show siempre sale el otro. No era el rey Juan Carlos el que pedía disculpas después del accidente de Botsuana, era el otro; el rey es el que estaba en Botsuana, escena que el reality no enseñó, queda en el fuera de cuadro.

El serial cuenta en diferido, es un relato pensado y nos lleva a un final, esa es su garantía. El reality es en directo, sin guión y ofrece transparencia, pero la trampa está en que sus personajes no son reales, son hiperreales y el propósito del hiperrealismo es superar lo real: esa mano que sujeta el cuello de Rato es como una lágrima de Belén Esteban o el golpe que el luchador mexicano Rey Misterio propina a su rival: existen en la pantalla, no en sus cuerpos.

La transparencia del reality es hiperreal, es una transparencia aparente, la misma del sistema. El filósofo Byung-Chul Han opina que estamos en una democracia de espectadores. La transparencia que se le exige a los políticos y que estos ofrecen es todo menos una reivindicación política. Es espectáculo: desnuda a los políticos para convertirlos en material de escándalo. Desde las tarjetas black al Jaguar que la exministra Mato no sabía que estaba aparcado en su garaje o los trajes del expresidente Camps.

Pero su reivindicación, la de la transparencia, genera indignación, queja, enfado. El ciudadano adopta, involuntario, el rol de un consumidor que planta un reclamo ante un producto que no satisface sus expectativas y no hay más que ver las nuevas propuestas políticas que surgen, que se van desarrollando, cual productos, según el cuerpo social, en tanto consumidores, solicitan. Los giros ideológicos de Podemos y los desvaríos, en el mismo sentido, de Ciudadanos lo reflejan. Poco a poco van perdiendo su eje inicial y en busca de un lugar en el mercado van creando un partido que ya no son ellos, son el otro. No el que son sino el que tú quieres. A eso le llamamos transparencia; al trampantojo, al hiperrealismo: las lágrimas en Sálvame, la mano en la nuca del exminsitro, la indignación contra la casta, la desnudez de Albert Rivera.

El problema es que a veces hay acontecimientos inesperados. La caída de Lehman Brothers en 2008, la Revolución de los Jazmines en Túnez o las protestas en la plaza Tahrir en El Cairo.

Es entonces, cuando la mano que coge la nuca de Rato, que también es la que escribe el guión del reality, no sabe a cual de los dos está cogiendo. Como apuntó Borges: “no sé cuál de los dos escribe esta página”.

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