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El momento es bueno para Podemos y para Ciudadanos

Pablo Iglesias y Albert Rivera, en los Goya.

Carlos Elordi

El panorama político español ha entrado en una deriva que va a conducir a cambios importantes. Seguramente no a corto plazo. Pero sí en un horizonte temporal no muy lejano. Los dos partidos mayores, el PP y el PSOE, que de forma cada vez más precaria siguen controlando la situación, están metidos en dinámicas de las que no pueden salir y que conducen a su inevitable pérdida de peso, si no a un desastre. Y los dos partidos que todavía se pueden llamar emergentes, Unidos-Podemos y Ciudadanos, pueden tener ante ellos, ahora sí, la oportunidad de alcanzar el protagonismo. Las elecciones autonómicas y municipales de 2018 serían la primera ocasión de ese cambio. Pero antes van a pasar cosas.

La posibilidad de un colapso del PSOE es la perspectiva más inminente. Porque las primarias de este domingo van a salir mal para sus intereses. Gane quien gane, el partido se va a romper. O cuando menos las dos facciones que se enfrentan en esa pugna van a seguir alejadas irreconciliablemente la una de la otra en el tiempo futuro previsible. Lo cual va a limitar extraordinariamente la capacidad de acción política de la nueva dirección y su influencia en el escenario. Si en los últimos ocho meses el PSOE ha sido un actor político casi inane, lo menos malo que le podría pasar en el periodo que se abre el 21 de mayo es que se limitara a seguirlo siendo. Porque la otra opción sería la escisión.

A menos que de un día para otro se saque de la manga unas capacidades y unos recursos políticos que hasta hoy han brillado por su ausencia, Susana Díaz no va a poder integrar a los cuadros y militantes que hoy están con Pedro Sánchez en la tarea común que emprendería si conquistara la secretaría general. Podría intentar aislar a su rival, maniobrar para que sus partidarios le fueran abandonando con el fin de neutralizarlo y pacificar el partido. Pero las compensaciones que puede ofrecer para lograrlo, sobre todo cargos, son limitadas y más teniendo en cuenta que también tiene que atender a quienes le han apoyado.

Las cosas han ido demasiado lejos en el PSOE como para que esos apaños, los de siempre, en ese y en los demás partidos, vayan a dar muchos frutos. Son apabullantes las evidencias públicas, por no hablar de las privadas, de que el enfrentamiento entre los partidarios de Susana Díaz y los de Pedro Sánchez es profundo e insalvable. Y además viene de lejos. Este domingo muchos cuadros y militantes quieren ajustar cuentas con el pasado, con el dominio del partido que creía tener la vieja guardia y el aparato, con los sucesivos fracasos electorales, que para no pocos es culpa de una política impuesta por los de siempre. Hay demasiadas asignaturas pendientes, demasiado afán por hacer morder el polvo al rival y, sobre todo, una sensación generalizada de que el PSOE está irremediablemente a la baja como para que la vida del partido se normalice milagrosamente.

Susana Díaz parece incapaz de lograrlo. Pedro Sánchez también. O tal vez aún más. La presidenta andaluza podría optar por la mano dura para eliminar a todos los que osen seguir alineados con su rival en la batalla interna. Esa eventual salida tiene límites muy claros y mal manejada puede llevar al desastre. Pero lo que está claro es que Sánchez no podría confiar en la vía de la dureza para afianzarse, salvo que quisiera emprender el camino del suicidio político. Aunque solo sea porque los principales apoyos de Susana Díaz tienen poderes reales, representativos, que el secretario general no puede quitarles. Y además están Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba y demás fuerzas vivas.

En definitiva, que lo más probable, o prácticamente seguro, es que tras su Congreso el PSOE sea un partido tanto o más débil que el actual, con una dirección contestada internamente y con un déficit de credibilidad insuperable. Si gana Susana, los votantes colocados más a la izquierda, que no son pocos, pueden volverle definitivamente la espalda. Si lo hace Sánchez, los electores más moderados, de centro, que también son muchos, mirarán hacia otros horizontes.

Si el PSOE tiene seriamente comprometido su futuro, el PP empieza a mostrar signos de que la cosa se le está poniendo fea de verdad. La inacabable saga de episodios de corrupción, cada vez más escandalosos y próximos a su alta dirección, lo están ahogando tanto o más que la incapacidad de Rajoy y de los suyos para reaccionar ante los mismos y demostrar que aún tienen alguna iniciativa política en ese frente. Se limitan a resistir, a mirar para otro lado para tratar de demostrar fuerza. Pero ese aguante tiene un límite.

Sobre todo porque dentro del partido y en el entorno más influyente en el mismo son cada vez más los que creen que esa actitud no conduce a nada. O lo que es peor, puede llevar a una situación en la que todo empiece a desmoronarse. Lo dicen fuentes muy solventes. Pero además es lógico que así sea. Los cuadros que están a la mitad de sus carreras, en el centro o en los gobiernos regionales, no pueden aceptar que su futuro político esté en manos de un personaje tan caduco como Rajoy o de una camarilla de Génova cuyo principal interés debe de ser el de evitar que la justicia les ponga en su punto de mira.

Los periodistas más fiables en cuestiones de corrupción aseguran que el baile judicial aún va a seguir y va a ir más al fondo. Y los sondeos, aun tímidamente, ya empiezan a indicar un deterioro electoral. Una crisis interna causada por la conjunción de ambos procesos puede estar más cerca de lo que habitualmente se cree. Lo que está ocurriendo en Madrid puede ser un anticipo. Digan lo que digan ella y sus corifeos, Cristina Cifuentes está tocada, su credibilidad está en tela de juicio a los ojos de muchos ciudadanos. Y más de un sondeo dice que en estos momentos el PP perdería la Comunidad. Pero más grave que eso es lo del “fuego amigo”, que ha denunciado ella misma. O sea lo de que hay gente del PP que le quiere hacer la cama. O dicho de otra manera, que en el partido hay gente que quiere hacer la guerra por su cuenta. ¿Por qué más adelante eso mismo no puede ocurrir en otros sitios o con el propio Rajoy?

La situación del PSOE y la del PP son una oportunidad de dar un salto adelante tanto para Unidos Podemos como para Ciudadanos. Sobre todo en el futuro, si como todo indica los problemas se agudizan en los dos partidos mayores. Y si los dos emergentes están a la altura de las posibilidades que empiezan a ofrecérseles.

Como respuesta ante el nuevo panorama, Unidos Podemos ha optado por el camino de la movilización. La manifestación de este sábado y, sobre todo, la moción de censura, son sus dos primeros hitos. Y sus dirigentes deben de estar cruzando los dedos. Primero, para que vaya mucha gente a la madrileña Puerta del Sol. Segundo para salir airosos de su sonora iniciativa parlamentaria. Que es un empeño no precisamente fácil. Porque hay que hacerlo bien y porque los rivales van a hacer todo lo que puedan para que no lo consigan. Pero, más allá de eso, cabe decir que hoy por hoy Podemos no podía hacer otra cosa. La situación política es excepcional y sólo admite respuestas de calado, por arriesgadas que sean.

También Ciudadanos se está moviendo. Con cautela o más decididamente según los días. Para separarse lo más que pueda del PP pero sin romper del todo, para no quedarse colgado de la brocha y perder todas las posiciones que ha conquistado en el universo del poder. Albert Rivera mira tanto al deterioro del PP como al del PSOE. Porque de ambos le pueden llegar votos.

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