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En nombre del Miedo

Elisa Beni

“En el nombre del Miedo, el inmisericorde, el implacable...” Quizá con esta anti oración deberían de haberse encabezado los edictos de los alcaldes de la costa francesa que durante este mes han prohibido el uso del llamado burkini en sus playas. Afortunadamente, una resolución del Consejo de Estado ha anulado “En nombre del pueblo francés” todas esas resoluciones administrativas. Una digresión: que diferencia encabezar una sentencia con un “En nombre del pueblo...” que con un “En nombre de Su Majestad el Rey....” como sigue sucediendo, no entiendo por qué, en España.

La resolución del Consejo de Estado es un ejemplo de claridad. De esa claridad que está empezando a faltar en el debate europeo. Tener claros los conceptos, los principios, los derechos y las libertades que dan sentido a nuestra civilización y a nuestro estilo de vida es lo que nos salvará. Hacernos un lío con eso, como le ha pasado a los alcaldes y a muchos franceses y españoles, sólo significará darles un triunfo más a los terroristas.

Siento invadir competencias de Barbijaputa pero creo que el razonamiento de los constitucionalistas franceses es tan claro que merece ser reseñado. Los alcaldes están encargados de asegurar el buen orden, la seguridad y la salubridad pública en las playas pero, aseveran, esto debe hacerse con el respeto de las libertades garantizadas por las leyes. Parece una obviedad pero creo que en nombre del miedo que sienten, muchos la obvian. Las medidas que se adopten deben ser proporcionales y adaptadas al objeto que buscan. Esto es lo que no sucedía con las resoluciones de los alcaldes. No olvidemos que prohibían, literalmente, todas aquellas vestimentas que atentaran contra las buenas costumbres y el principio de laicidad. Dejando aparte que confundían la laicidad -que se predica en Francia del uso de símbolos religiosos en espacios institucionales- con el derecho a portar símbolos religiosos, prohibir vestimentas que atenten a las “buenas costumbres” les metía en un berenjenal en el que no sabemos si la policía tiene que ir vistiendo a unas y desnudando a otras. Lo escribo en femenino porque, como siempre, parece que nadie se planteaba ir cubriendo o descubriendo hombres. Esto es importante. Lo es porque, como siempre, las mujeres salen perdiendo. Actuar en nombre de nuestro miedo no las libera sino que, muy por el contrario, las obliga a abandonar actividades normales y libres como ir a la playa. Todo es más complejo de lo que parece.

Los sensatos consejeros de Estado afirman también que en toda la instrucción del asunto no se ha demostrado en ningún momento que existiera ningún riesgo para el orden público por el uso de una prenda determinada. No lo había. Había sólo miedo y prejuicio. Y así lo establecen al decir claramente que “en ausencia de tales riesgos, las emociones y las inquietudes producidas por los atentados terroristas no serían suficientes para justificar legalmente la medida de prohibición”¿Se puede decir de una forma más elegante “vuestro miedo no puede conculcar nuestras libertades”?

Por eso consideran que la prohibición “ha supuesto un atentado grave y manifiestamente ilegal a las libertades fundamentales de libre circulación, libertad de conciencia y libertad personal”. Por mucho terror que siembren no destruirán nuestras libertades debe ser el principio rector de toda lucha antiterrorista. Y eso en España lo hemos coreado y gritado manifestación tras manifestación así que sería más estúpido en nuestro caso no darnos cuenta del error.

En nombre del miedo no podemos autodestruir lo que ellos combaten: nuestro sistema de derechos y libertades.

Tampoco nos ceguemos con una forma errónea de ver la liberación femenina. Las prohibiciones, en un Estado de Derecho, deben ser generales y no discriminar por razón de sexo o religión. Así que no podemos prohibir ir a la playa tapadas solo a las mujeres musulmanas. Tendríamos que hacerlo a todo el mundo y eso nos llevaría al absurdo de prohibir los trajes de neopreno, las túnicas que venden por las playas y el taparse para que el sol no te queme. Absurdo. El miedo no puede llevarnos al absurdo.

Cosa diferente es la polémica en torno al burka y las otras vestimentas que velan el rostro de las mujeres. Sobre esta cuestión sí se podría llegar a legislar de forma global, sin discriminación, y eso es lo que en su día recomendó el constitucional francés en un dictamen, limitarse exclusivamente a las vestimentas que producen “la dissimulation du visage dans le space publique”. El ocultamiento del rostro en el espacio público. Eso sí se puede estudiar prohibir de forma global. Podemos prohibir que nadie -ni hombre ni mujer ni musulmán ni ateo ni cristiano- pueda circular por el espacio público con el rostro tapado. Por cierto, que yo todavía he llegado a conocer en el colegio las tocas de las monjas que caían sobre la espalda pero tenían una parte para echarse sobre el rostro al salir a la calle o al haber hombres presentes. Yo he visto aún monjas veladas.

Ocultar el rostro es, de forma clara, un problema a efectos de identificación y, por tanto, de seguridad general. Ahí si entramos en el orden público. Por otra parte son esas prendas que encierran a la mujer en una cárcel de tela hurtándole su individualidad las que debemos considerar prohibir. Nuestro rostro es nuestra forma de ser unos y distintos ante el mundo. Persona, no lo olvidemos, procede etimológicamente del nombre de la máscara que se usaba en el teatro griego para crear los personajes.

En todo caso no dejemos que nos arrastren al discurso del miedo. Es una aberración matar en nombre de Alá y otra matar, en nombre del miedo, la libertad.

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