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Cuando parece que todo cambia...

Monago, un político con mucho ego y ni gota de pudor.

Rosa María Artal

Están ocurriendo en España cambios impensables hace poco tiempo y a ritmo casi vertiginoso. Sobre el tablero, fichas y personas diferentes a la imagen de muy pocos meses atrás. Graves errores, y en particular una corrupción que atañe a la esencia de un Estado de derecho, han producido visibles sacudidas tectónicas. Habrá que ver cómo se asientan. Algo se está moviendo, parece drástico, pero ni mucho menos hay nada decidido.

El Partido Popular no se comporta, en absoluto, como si temiera perder el poder. Los síntomas son numerosos. Acosado por múltiples casos de corrupción y con una caja B que pende sobre ellos como organización, actúa como si hubiera adquirido las llaves del cortijo en propiedad. Han entregado los parques nacionales de todos para uso y disfrute de los terratenientes, con esa ley que prolonga la caza hasta 2020. Una empresa privada organiza una montería, por cierto, y llegan a cerrar una pedanía en Ciudad Real –siempre en cabeza el virreinato de Cospedal– de la que los vecinos no podían entrar ni salir mientras se solazaban los señoritos. En el siglo XXI. Tenemos por ahí a una Mónica Oriol –de los Oriol y Urquijo y resto de familias de rancio abolengo–, presidenta de un lobby empresarial, que se hace las mansiones y los campos de polo privados en donde le sale de sus augustos genes. Con la amplia colaboración de las autoridades competentes.

Endesa anuncia su intención de alargar la vida de sus centrales nucleares hasta 50 años, según denuncia Ecologistas en Acción. La antigua Empresa Nacional de Electricidad ha sido vaciada por sus nuevos dueños en toda una operación que exigiría atribución de responsabilidades. Por el contrario, no será imposible que consiga sus mandatos en este país. Hablamos del mismo que ha pagado 1.400 millones de euros a la empresa de Florentino Pérez por dejar de producir terremotos en la operación Castor, en Levante, lo que también pasa por ser legal. O del que se ha empecinado en las prospecciones de Canarias contra los deseos de su Gobierno y de buena parte de su sociedad, al punto de enviar a la Armada a embestir a activistas de Greenpeace que protestaban pacíficamente. ¿Todo esto indica algún propósito de enmienda de los populares ante las encuestas adversas?

De existir la mínima preocupación en el PP, no hubiéramos asistido al espectáculo Monago, esa estomagante experiencia que nos ha revelado que al frente de Extremadura se sitúa un obstinado cantamañanas, con mucho ego y ni gota de pudor. O no se hubiera atrevido Esperanza Aguirre –ni siquiera ella– a amañar unas pruebas que pretendían restablecer la muy dañada honestidad de su partido en Madrid. Ni, sin duda, seguiría de consejero de sanidad de esta comunidad el despreciable sujeto que insultó a Teresa Romero, la auxiliar de enfermería que contrajo el ébola atendiendo a pacientes. Ni tampoco la ministra de Sanidad, como es obvio, por su gestión. Ni elegiría de jefe el PP de León a un hombre implicado ya en polémicas, tras haber visto desfilar en seis meses a sus antecesores de muy traumática forma: una, a la tumba por los tiros de otra colega del partido; y, otro, a la cárcel, imputado por presunta corrupción. Miedo a perder el bastón de mando no parece que haya.

Si acaso, a tener que compartirlo y, por tanto, a reducirlo. Y ahí se afanan las facciones del PP, cuya mano se evidencia ostensible en la forma de aflorar nuevos casos de corrupción. Se huele el filo de los cuchillos y la acumulación de soportes para la eventual coyuntura. Pero es todo lo que parecen temer. Algo debe de manejar el PP para no estar seriamente inquietos por irse a las catacumbas de los resultados electorales. Sus –múltiples ya– tentáculos mediáticos tal vez le ayuden y, desde luego, resistentes fidelidades capaces de reaccionar en un solo balido a cualquier palabra del PP. Las eternas trampas de sembrar el miedo y la desesperanza –la desesperanza también es un instrumento de control–.

El PSOE confirma, de día en día, su apuesta por ser un partido defensor a ultranza del sistema neoliberal que nos ha traído hasta aquí y apenas alternativo a los conservadores, salvo en algunos gestos. Un partido suave, amable y moderado que riñe a Podemos y sus votantes desde el pedestal en el que cree encontrarse y que pisa aún menos la realidad que sus colegas. No parece que pueda aspirar a mucho más que a recoger votos desencantados del PP –que no huyan por otros derroteros–, para que siga todo como siempre. Y no sería raro que “en interés del Estado” –y del suyo propio– pactaran con el PP, en el caso de que la suma sirviera.

Izquierda Unida reacciona, seguramente tarde. La renuncia de Cayo Lara cambiará la formación, pero es probable que termine dividida entre quienes siempre supusieron freno y tapón y quienes buscaban el cambio. Al menos los supervivientes pueden librarse del lastre que durante tantos años los ha detenido, del corte de los Moral Santín. Al menos Alberto Garzón, por su preparación y carácter, es una apuesta de garantía. Del resto de los partidos no se aguardan, por el momento, grandes apoyos que los hagan decisivos.

Podemos tiene 5 eurodiputados, grandes expectativas de voto y una estructura que da pasos firmes en su formación. Como realidad es eso lo que tiene. Y, también, un líder con tal poder de convocatoria que corre el peligro de rayar en adoración entre sus seguidores; para quienes le rechazan es la representación del demonio –venezolano, por supuesto–. El resto acabaremos empachados de tanta entrevista, disección y ataque. Bastantes incógnitas, asimismo; algunos chirridos. Nunca tantos como los que ahora sientan sus reales en el poder. Y... todas las fuerzas del sistema en su contra, con la guerra sucia que se les supone, hacen parecer que la irrupción de Podemos sea más grave que un ataque nuclear. Y, eso, en este país devastado por los de siempre tiene su mérito. Más racionales, algunos poderes económicos internacionales buscan, como informaba este diario, al menos saber con quién pueden estar hablando.

Todas estas luces de colores brillan deslumbrantes ante nuestros ojos, mientras el neoliberalismo tiene grandes planes para nosotros. Nos prepara la culminación de su apuesta, el TTIP, el tratado de libre (dicen) comercio que consagrará la hegemonía del poder económico sobre Gobiernos y personas. PP, PSOE, UPyD y CiU lo apoyan. Lo que indica cuán coherente es con su ideología. Lo primero es lo primero.

La partida, pues, es dura y apenas está empezando. Imprescindible ser realistas y saberlo. Pensar en las cartas de los contrarios, están dando pistas. El camino para revertir los abusos sí ha empezado, pero es preciso seguir con sensatez y muy atentos. Puede que ya nada vuelva a ser completamente igual pero –conviene no olvidarlo– la historia avisa. Y, con tantos trabajando a favor, terminar quedando todo más o menos como estaba.

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