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¿Y qué pensará de todo esto el votante medio?

Pedro Sánchez conversa con Albert Rivera en las Cortes Generales

Antón Losada

Seguramente lo primero que debe estar considerando el votante medio, ese elector imaginario que representaría la media del espacio donde se sitúan la mayoría del ciudadanos, es que a Pedro Sánchez tiene que dolerle mucho la cabeza con tanta gente a su alrededor diciéndole qué debe hacer y tanto fuego a discreción amigo y enemigo antes siquiera de haber subido a la tribuna a defender su investidura.

Lo segundo no le extrañará. El secretario general socialista le ha parecido un blanco fácil a demasiada gente desde el primer día. Lo primero resulta algo más novedoso. Seguro que hace un par de meses no tenía tantos amigos o consejeros.

El mítico votante medio, que presta una atención puntual al día a día de la política porque tiene una vida propia que gobernar, acabará de escuchar que más de la mitad de los socialistas han votado el acuerdo con Ciudadanos y ocho de cada diez lo han apoyado. Puede que le desconcierte que para muchos el problema ahora sea que lo han respaldado sin entusiasmo, o que los mismos barones que reclamaban no negociar con Podemos en nombre de la unidad de España ahora reprochen al pacto con Ciudadanos la supresión de la Diputaciones, esas fenomenales agencias de colocación.

Seguramente tanto escepticismo le resulte tan intrigante como la innecesaria solemnidad de la firma del pacto con Ciudadanos. Una cosa es que el votante medio sepa que votar con el Partido Popular supone un problema para Podemos, otra muy distinta es que le parezca bien que se les obligue a pasar por el aro. También le chocará el empeño del propio Sánchez por salir a “bailar pegados” con Albert Rivera cuando cualquiera sabe que el líder naranja actúa como un oportunista puro. No caben ni el amor, ni la lealtad. Él te utiliza y tú le utilizas. Punto. Pero así son las coaliciones. Las une el interés, no la pasión.

A nuestro votante medio puede que le resulte tedioso y algo absurdo dirimir quién tiene razón, si Podemos con sus ocho razones para votar en contra o el PSOE con sus ocho sinrazones. Parece probable que dedique poco tiempo a dos argumentarios que representan un auténtico monumento a la tontería; sólo dejan claro que los vetos de unos y otros tienen un origen exclusivamente electoral y no se sostienen sobre la endeblez de sus respectivos programas.

Probablemente al votante medio también le dará que pensar que sea Íñigo Errejón quién haya asumido el peso público de negar al candidato socialista cuando hasta ahora, siempre que había algo que decir sobre las negociaciones, lo decía Pablo Iglesias. Parece la prueba de hasta qué punto en Podemos saben que votar con los Populares supone y supondrá un coste difícil de calcular.

Respecto al PP cuesta trabajo imaginar qué estará pensando el votante medio cuando, entre registro y registro de la Guardia Civil, le llegan noticias sobre la euforia que desata en sus filas el previsible fracaso de Sánchez y las grandes posibilidades concedidas a Rajoy tras el 5 de marzo. Tiene ese aire extraño de la alegría de los condenados a muerte cuando encargan su última cena.

Aunque los protagonistas piensen lo contrario y crean que esas cuarenta y ocho horas serán el centro de nuestras vidas, el votante medio seguirá con interés relativo una investidura camino de convertirse en otra extenuante sesión de “y tú más”. A no ser que alguien se salte el guión y cruce las líneas para ofrecer un acuerdo cuyo rechazo resulte muy difícil de explicar. Un movimiento que el candidato podría ejecutar sin grandes riesgos a la vista de la fragilidad de los argumentos contrarios expuestos por sus posibles socios por la izquierda.

A la gente le interesa la política cuando sirve para algo, suceden cosas relevantes y resuelve alguno de sus problemas. Solo quién lo hace pierde su tiempo con el ruido.

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