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Las periodistas haciendo feminista el relato de la historia

#LasPeriodistasParamos

Ruth Toledano

Todo empezó con un grupo de Telegram en el que una compañera me incluyó cuando había unas veinte periodistas. En realidad, todo había empezado la tarde anterior, cuando unas cincuenta periodistas se reunieron en un bar para tomar decisiones gremiales de cara a la huelga general feminista del próximo 8 de marzo. Querían organizarse para secundar la huelga y movilizar a las compañeras, y crear ese grupo de Telegram fue una de las decisiones adoptadas. Unas íbamos invitando a otras y en dos días el grupo tenía más de 2.000 miembras (“peligrosísimo” término, según Darío Villanueva, director de la RAE). Se convirtió en una experiencia telemática digna de un estudio sobre sororidad y empoderamiento feminista: en un espacio casi inmanejable y a un tiempo casi imposible de seguir, las trabajadoras del periodismo y la comunicación hemos fluido, no ya sin choque ni fricción sino con una unión, generosidad y disposición de emocionante e imparable eficacia, hasta hacernos compactas en un Manifiesto que lleva más de 5.600 firmas.

Que algo así haya sido posible es el reflejo de varias buenas cosas. Que las mujeres tenemos, juntas, la fuerza de un tsunami. Que, si bien la revolución feminista ha necesitado siglo y medio de lucha para que ese tsunami arrastre con su fuerza las injusticias del heteropatriarcado, esta ola ya no tiene vuelta atrás. Que ese arrastre será capaz de ir desmontando las estructuras de la opresión e ir reconfigurando un sistema en el que las mujeres dejaremos de ser ciudadanas, profesionales, trabajadoras de segunda. Tal y como señala el Manifiesto de #LasPeriodistasParamos, las mujeres sufrimos en este sector las mismas discriminaciones que en cualquier otro: precariedad, inseguridad laboral, brecha salarial, techo de cristal, acoso sexual, ninguneos, condescendencia, paternalismo, mansplaining. Un resumen intolerable del machismo estructural que convierte también los medios en espacios de marginación y exclusión, en los que se ejercen unas formas de violencia contra nosotras que, por la naturaleza del sector, tantas veces se enmascaran y quedan soterradas: como columnista, por ejemplo, nunca he sabido lo que cobran los hombres a igual trabajo que el que yo realizo, aunque sí me ha quedado siempre claro que la opinión de un hombre vale más que la mía (al menos en los medios en los que he colaborado antes que en eldiario.es, donde por su compromiso feminista explícito entiendo que esta desigualdad no se produce).

A la desigualdad en sueldos, oportunidades, promoción, trato o credibilidad, se suma el punto de vista que adoptan los medios, cuyo sesgo machista es fácilmente detectable: las mujeres somos también personajes secundarios o estereotipados en el tratamiento de la información, y las noticias sobre un asunto como el de la violencia machista, que los medios no deberían dudar en calificar de terrorismo estructural, con frecuencia se relegan o se pierden entre titulares de una importancia mucho menor. Pero no son solo los hombres, mayoritariamente responsables de los contenidos y enfoques en la prensa, quienes transmiten, de manera más o menos velada, esa inclinación: en mis artículos de opinión, recibo de manera sistemática comentarios con una carga de violencia verbal machista de lectores que, lejos de rebatir mis planteamientos con argumentos respetuosos, se refieren, cómo no, a mi apariencia física, a mis preferencias sexuales, a mi capacidad intelectual o a mi salud mental. No he leído en columnas escritas por hombres comentarios de lectores que manifiesten su desacuerdo con una opinión en términos similares a fea, bollera, tonta o loca. Términos que no son sino un reflejo de la continua devaluación a la que el heteropatriarcado somete a las mujeres.

A la iniciativa de las compañeras que impulsaron el movimiento #LasPeriodistasParamos, que ha inspirado en todo el Estado a colectivos de trabajadoras de otros sectores, se han unido numerosas trabajadoras del periodismo y la comunicación de otros países. Porque las mujeres feministas estamos hartas y decimos basta. La huelga general feminista del próximo jueves 8 de mayo no solo visibilizará nuestro legítimo hartazgo sino que certificará que no hay democracia que valga mientras las mujeres sigamos siendo precarizadas, ignoradas, limitadas, agredidas en todos los escenarios de la vida social. Somos muchas, somos fuertes y ya no nos sentimos solas: nos tenemos a nosotras. Nosotras, que como periodistas contamos la historia y como feministas estamos cambiando su relato. Nosotras, que podemos hacer de Telegram un tsunami de sororidad y empoderamiento.

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