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Lo personal y lo político. La importancia o no de la (supuesta) separación de Puigdemont

Carles Puigdemont.

Imma Aguilar Nàcher

Haz lo que yo digo y no lo que yo hago. Esta es la máxima que ha presidido siempre la dualidad de la vida pública y vida privada en política. Los políticos no siempre han hecho lo que decían que había que hacer. Tenemos la suerte de que en España la vida privada de los políticos no es noticia, supongo que porque el mundo católico perdona lo que pasa dentro de casa y no lo que ocurre en público. Incluso entre la progresía más radical, es habitual que haya una actitud muy abierta en las cosas de fuera del hogar, pero no en lo que es de dentro de la casa. Los progres son terriblemente conservadores con sus relaciones familiares. Eso dicen.

Recuerdo que me impresionó en el libro de George Lakoff, No pienses en un elefante, ese pasaje tan contundente sobre el hecho de que entre los progres la hipocresía era mucho mayor.

Acabo de leer que la supuesta separación de Puigdemont es un bulo. Que no se ha separado ni es cierto que haya enviado a su familia a vivir a otro país como demostración de su falta de fe en el nuevo estado que pretende iniciar. No tenía la menor idea de quién era su compañera, y mucho menos de si era una mujer o un hombre o de cuál era su nombre. Y lo cierto es que da igual cuál es la verdad. Que el paraíso del aperturismo mental social es que no sea de ninguna relevancia si Puigdemont es heterosexual o no. He leído con interés cuál era el argumento de la importancia de su publicación por parte de algunos medios, pero no he sido capaz de deducirlo. Cuando le he explicado al director de opinión de eldiario.es, Gumersindo Lafuente, de qué iba a ir mi columna de hoy, me ha preguntado convencido “¿qué tiene de relevancia política si es cierto o no su situación personal” Mi yo periodista se ha sentido reconfortado con la duda. Mi respuesta ha sido “Ninguna, pero me permite hablar de lo personal en la política y de cómo la política afecta a la vida personal”.

Si alguno de ustedes ha visto Borgen, la serie danesa que relataba la vida política y personal de una primera ministra de Dinamarca, entenderá ese correlato relevante entre lo político y lo personal. La mujer era tan esposa, como madre, como estratega o como gestora pública. Nyborg, que así se apellidaba la presidenta de ficción, se divorcia porque el tiempo que debe dedicar al Gobierno, la negociación, las decisiones difíciles o los actos protocolarios son incompatibles con la vida familiar de alguien con esa responsabilidad. Ella también enferma, sufre un cáncer de mama, su hija mayor adolescente cae en las garras de la depresión, sus hijos la echan de menos, es infiel con su chófer. Es normal. Los políticos son personas normales. Pero no pensamos nunca en ello.

Si fuéramos capaces de pensar en los políticos como personas normales, como nosotros, podríamos entender mejor muchas cosas. Lo personal es político y lo político es personal. No desdeñemos la importancia de la vida personal para entender sus aciertos o sus errores. Los anglosajones hacen una certera relación entre los dos ámbitos con la mentira, por ejemplo. Si alguien es capaz de mentirle a su esposa (o esposo) podrá hacerlo a los ciudadanos. Fue el motivo de la crisis que provocó la mentira de Clinton cuando negó su relación con la becaria de la Casa Blanca. Las pruebas fueron contundentes. Sin embargo, el perdón de su esposa fue determinante. En este caso lo personal explicaba lo político. Si puede mentir y le pueden perdonar nosotros también podremos hacerlo.

En España es muy extraño que se comuniquen con naturalidad las enfermedades, las infidelidades o los divorcios de los políticos. Los cajones de las redacciones de las revistas del corazón y de los periódicos están llenos de fotos e historias que nunca saldrán a la luz. Podemos estar orgullosos de eso. Me ha ocurrido algunas veces que me han pedido datos personales de personas muy expuestas en la política o en la vida pública y mi impresión siempre ha sido que la publicación de chismes o de temas privados se acaba volviendo contra el que los publica. La pregunta que me hizo Gumersindo Lafuente sobre la relevancia política que puede llegar a tener la separación sentimental de un político, por muy protagonista que sea en la vida pública, es lo que nos salva de la frivolidad, de la banalidad.

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