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Feminizar la política. ¿Por qué no?

Pablo Iglesias durante el debate de eldiario.es

Gumersindo Lafuente

Vaya lío se montó hace unos días cuando Pablo Iglesias habló durante un debate organizado por eldiario.es sobre la feminización de la política. Sin entrar a valorar la dificultad de algunos para entender conceptos básicos, quizá cegados por las peleas partidistas o los entusiasmos profesionales mal entendidos, creo que lo verdaderamente relevante es la pervivencia en nuestra sociedad de un nivel de machismo insoportable.

Pensábamos -ilusos- que con la llegada de la democracia, los vientos de la libertad y la nueva educación iban a barrer todo tipo de discriminaciones. Pero los años pasan -y ya son muchos- y aunque las leyes han cambiado y sobre el papel hombres y mujeres tenemos casi los mismos derechos, no parece que suceda lo mismo con las obligaciones.

Es más, cuando pensábamos que los comportamientos machistas más escandalosos o visibles remitirían, vemos con horror que no es así, incluso hay determinados estereotipos que siguen alentándose desde medios de comunicación poderosos (las televisiones a la cabeza) o desde instituciones educativas que reciben jugosas subvenciones de dinero público.

Quizá ahí, en la educación, es donde hemos fracasado más. Los que tenemos ya unos años, recibimos desde muy pequeños, en casa, en el colegio, en el cine, unos mensajes que condicionaron mucho nuestra vida. Fuimos educados en el machismo como algo natural. El hombre es responsable, fuerte, viril, orgulloso, valiente y, sobre todo, no llora. Llorar es de mujeres, aún peor, de maricas. Sí, la homofobia feroz era otra de las señas de identidad de la época.

Pero, como decía, ha pasado mucho tiempo y esta España, que sigue enredada en cuestiones relacionadas con la memoria, no ha logrado tampoco desprenderse de una de sus señas de identidad más rancia: el machismo. La mujer como objeto, como posesión, como instrumento, como coartada o como víctima. Hasta el extremo de que frente a los crímenes más salvajes siempre existe un punto de comprensión y de disculpa: “Era una buena persona, pero ya sabe, son los celos”.

Y cuando a Pablo Iglesias, un político con sus defectos y sus soberbias (vaya esto por delante) se le ocurre hilvanar un hermoso discurso sobre la feminización de la política, medio país se le echa encima. No salgo aquí a defenderle a él, que tiene oficio y tribunas suficientes para hacerlo, lo que me interesa en este caso es defender su discurso, esa idea de que sobra mucha testosterona en nuestra política, mucha virilidad burguesa y falta amor, cuidados, solidaridad. De que no vale solo que haya más mujeres en cargos institucionales, si no que es necesario que todos asumamos sin reservas un mayor grado de feminización de nuestro trabajo, de nuestras vidas.

Y que tengamos siempre muy presente que la democracia no es votar cada cuatro años y entregarle el poder delegado al parlamento. Frente a los poderes fácticos que no descansan, los ciudadanos tienen que estar movilizados y ejercer un control social permanente. Un contrapoder en los barrios, en las comunidades, en las asociaciones. Siguiendo el ejemplo de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), una combinación perfecta de solidaridad, comunidad y atención a la sostenibilidad de la vida que logró poner en la agenda un problema ignorado intencionadamente por el sistema.

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