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Un presidente de plasma, un ministro de plató

Analizan huellas de una persona que ha manipulado "recientemente" el deposito de armas de Ceuta, según Fernández Díaz

Ruth Toledano

El ministro del Interior -en funciones-, Jorge Fernández Díaz, parecía contento la otra noche en la tele. Ya es raro, pues suele destilar un ánimo siniestro, que se expresa a través del gesto adusto, la piel gris y una vocalización marcial: habla como quien da órdenes o lanza salvas con cañones. Fernández Díaz es de esas personas que dan un miedo paradójico: con su pinta a medio camino entre un sótano de la DGS y un capítulo de La familia Adams, cuando presenta en público a Marcelo, su ángel de la guarda, o condecora vírgenes o se va en coche oficial a orar al Valle de los Caídos (que nunca será de la paz) parece un loco que, según lo que le susurren al oído los espíritus, puede llegar a ser muy peligroso: si le dictan la Ley Mordaza, por ejemplo, o si se visten de policía para deletrear informes sin sello y firma sobre una supuesta financiación ilegal del Podemos.

El ministro –en funciones- Fernández Díaz, que asegura que la Ley Mordaza “no limita el derecho a la información”, estaba contento porque le habían llevado a la tele. Así compensaba el no haber comparecido en la sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, siguiendo la estela -más bien la estola- de sus compinches: el ministro de Defensa y la ministra de Fomento. Pedro Morenés tenía que dar detalles sobre el presunto plan de la OTAN en el Mar Egeo contra las mafias migratorias, que no deja nada claro cuál será el papel de esos buques que generosamente ha brindado a la Alianza el de las bombas de racimo. Por su parte, Ana Pastor, la mayor aliada de Rajoy, dejó sin respuesta las preguntas sobre los sobrecostes y la corrupción en las obras de infraestructuras públicas. Unas joyas del servicio a la ciudadanía.

Los ciudadanos no estamos en funciones, ni siquiera el Congreso lo está. Pero los ministros, en su línea rajoyana de tener más plasma que espalda, se escudan en que el Gobierno sí lo está para dar plantón a las Comisiones que tratan esos asuntos, de obvio interés nacional. Si estar en funciones, según ellos, supone no tener las obligaciones que conlleva su cargo, se deduce que tampoco han de tener las prerrogativas asociadas al mismo: no tiene ningún sentido, por ejemplo, que durante un gobierno en funciones sus miembros no tengan que dar cuentas parlamentarias pero sigan vigentes su inmunidad y su inviolabilidad. De hecho, y puesto que están en funciones, me pregunto, ¿lo están también sus sueldos?, ¿se les ha suspendido el pago mientras estén suspensos de actividad? No. Es más, el oscuro Fernández Díaz cobra los 1.823,86 euros al mes de plus por alojamiento pero vive en la sede del Ministerio del Interior (que vaya yuyu, por cierto).

Por mucho que nos distraiga Fernández Díaz con ángeles de la guarda, nunca vamos a olvidar que él es el responsable último de las devoluciones colectivas en Melilla, ni los disparos de la Guardia Civil contra personas que pedían socorro desde el agua, disparos que el ministro de la Verdad del Sagrado Corazón primero negó y después tuvo que reconocer, cuando las imágenes cantaron el réquiem de la vergüenza. Este ultracatólico sin alma se olvidó de los ángeles de la guarda negros. Como se olvidó en plató de cada niño refugiado, de cada niño ahogado en el Egeo del silencio de su cómplice en el Gobierno, de cada niño gaseado en Idomeni, de cada niño llorando, de cada niño devuelto solo a Siria, de cada niño desaparecido en Calais y en Suecia y en Italia, de cada niño secuestrado para su abuso y explotación, de cada niño aterrado, aterido, despojado de su inocencia. De cada Niño Dios. ¿O es que ese dios, Fernández, también está en funciones?

El ministro del Interior no responde donde debe, en el Congreso, sobre la obstrucción en la investigación del ático de Ignacio González y otros casos de corrupción en el PP, porque dice estar en funciones, pero ha ido a mentir, con cadencia castrense y sonrisilla satánica, a un plató de televisión. Propaganda del Régimen.

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