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El prestigio que da el 'no pacto', la ruina de todos

Ana R. Cañil

El 25 de mayo de 2015, el día después de las elecciones municipales y autonómicas, puede pasar a la historia como una de las fechas menos significativa para esclarecer la situación política después de unos comicios. Por ahora, lo único cierto para ese día es que los datos mostrarán el vuelco más formidable de la democracia española desde la Transición: la llegada del cuatripartidismo, con Podemos y Ciudadanos sumados a los protagonistas del bipartidismo, PP-PSOE. Pero a la vista de lo que ha sucedido en Andalucía, es más que probable que a partir del lunes 25, las fuerzas políticas –las nuevas y las viejas– cometan el error de realizar un  análisis torticero de cuanto de rentable es no pactar, hacer de la bandera del desacuerdo arma letal que impida formar gobiernos en ayuntamientos grandes y autonomías, pensando única y exclusivamente en las elecciones generales del próximo otoño. A falta de mayorías absolutas claras, la tentación de los líderes políticos de no retratarse con pactos que disgusten a sus votantes puede terminar rebotando contra ellos. Para politólogos, políticos e incluso algún historiador, podría marcar otro hito en la ruta de la segunda transición, en la que estaríamos inmersos desde el 15M.

¿Felipe González ha vaticinado en varias ocasiones, la última el pasado viernes, que tras las generales de este otoño, España se encontrará con “un arco político a la italiana”, sólo que aquí será muy complicado ver a Renzi abrazándo a Berlusconi. Hay que echarle fantasía para imaginar la barba canosa de Rajoy rozando la coleta de Pablo Iglesias, la americana de Yusty del presidente en contacto con la camisa de Alcampo del profesor. Quizá por eso, González recomendó a los ciudadanos que voten a quien les dé la gana y sin miedo, pero también pidió a los partidos políticos que dejen de asustar a la gente.

Esa renuncia a aterrorizar es un imposible para el PP, que un día sí y otro también aprovecha para inocular en vena un chute de miedo al personal. “O nosotros o el caos”, grita Espe y amenaza Rajoy. Hay tanto en juego para la derecha española que no tienen inconveniente en explicar todas las veces que sea necesario como el cielo se derrumbará sobre nuestras cabezas por culpa de lo malos que son “los otros”. En extender el pánico entre el personal es en lo único que van a pachas Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre en estas elecciones. El objetivo perseguido por ambos difiere bastante. El éxito de la duquesa-lideresa, la mejor jardinera de la corrupción porque según ella sin soltar ni una gota de agua ni de abono, a su sombra crecieron los corruptos más exquisitos y floridos de este país –la trama Púnica ya ha superado a la Gürtel– sería un palo para el presidente del Gobierno, que volvería a tener revueltas las aguas de Génova, cuestionando su liderazgo. Pero ese es otro problema para la temporada verano-otoño, camino ya de las generales. Lo que ahora necesitan ambos es acojonar al centro y a los indecisos con la inexperiencia de los nuevos partidos –Ciudadanos y Podemos– y el viejo enemigo con la cara lavada de Pedro Sánchez, el PSOE.

Frente a las tropas de Génova, que por ahora pretenden ser el Ejercito de Bismarck que tira de la vieja y aterradora maquinaria lenta pero aún potente, están las tropas de Pancho Villa, los jóvenes Podemos, Ciudadanos y los viejos, PSOE, IU y lo que de queda de UPyD. Tropas numerosas pero desorganizadas e incapaces de mirar a largo plazo, aferradas como están al enorme prestigio de que goza el no pacto sin percatarse de que quizá el mantener los principios a ultranza puede convertirse en un arma de doble filo que les pasará factura en las elecciones generales. Mientras, el pánico que extiende el PP frente al tropel puede dar sustos tan graves como el que ha proporcionado Cameron en Inglaterra a laboristas y liberales. Los votantes castigan menos la corrupción que la imagen de ser unos irresponsables y no permitir que se forme un Gobierno.

Envueltos en ese manto de no traicionar los principios, hasta quienes se proclamaban como grandes defensores de la cultura del acuerdo hace unos pocos días han sucumbido a la tentación de rentabilizar el desacuerdo. Es el caso del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, quien en su reciente libro Juntos Podemos (Espasa), deja claro su perfil de hombre de pactos. Sin embargo, enfrentado a la borrachera del éxito en Andalucía, a la posibilidad de sacar el mayor redito electoral para los próximos comicios e incluso para su llegada a La Moncloa –para él ya ha dejado de ser un sueño, en apenas dos meses se ha convertido en una posibilidad real– desautorizó en unas breves horas a su gente en Andalucía, atornillando un grado más la humillación a Susana Díaz exigiendo como inmediata la salida anunciada de Manuel Chaves. Sienta un precedente a tener en cuenta. Es de suponer que si Esperanza Aguirre gana en Madrid y necesita a Ciudadanos para ser alcaldesa, como apuntan las encuestas, el celo de Rivera y los suyos pasará por exigir a Aguirre idéntica o mayor limpieza si cabe que a Díaz, visto el éxito con que brotaron los chorizos a la sombra de Esperanza.

Precipitado por los sondeos a la vorágine de las últimas semanas, Rivera y su equipo parecen epatados por el ritual del “NO” al pacto, de NO contra todo lo viejo que tan buenos réditos dio a Podemos en sus inicios, sin valorar que porcentaje de ese radicalismo ha llevado a los de Iglesias a tocar techo e incluso emprender la cuesta abajo, hasta el punto de que Errejón, Bescansa y el mismo Iglesias han tenido que lanzarse a un viaje desde Gramsci a Olof Palme que ya veremos en que queda. El propio Pablo Iglesias reconocía a Gonzo en El Intermedio lo que le cuesta abandonar el papel de l'enfant terrible para vestirse de secretario general de un partido con posibilidad de tener responsabilidades en gobiernos.

Metidos en la harina de la campaña –llevamos tanto en ella que apesta a rancia– los viejos y los nuevos olvidan que cuanto más enfretadas están las fuerzas políticas de un país, más difícil es transformarlo, que aferrarse a la defensa de los principios inamovibles sin saber flexibilizar la cintura, es una muestra de la dudosa capacidad de sus políticos y terminará por estancar la vida económica y política de un año 2015 que puede resultar perdido, dando así la razón a las advertencias de Bruselas sobre los riesgos que entraña usar en demasía el ejercicio más grande de una democracia, votar. Pero votar tanto y tan a menudo como para que los dirigentes no tengan tiempo de ocuparse de lo primero, los ciudadanos, enfrascados solamente en segar la hierba al de al lado para evitar que crezca el adversario.

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