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La humillación

La portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, junto a Héctor Meleiro en el Juzgado

Isaac Rosa

Desobedientes que prometen solemnemente el cumplimiento de la Constitución y aceptan trabajar para modificarla por vías exclusivamente parlamentarias. Antisistema que se conforman con cambiar el sistema desde dentro, y dedican su tiempo de activismo a debatir enmiendas, elaborar presupuestos y participar en debates respetando los turnos de palabra. Los que un día rodearon el congreso, entran y se sientan en los escaños, y hasta en mesas de negociación con otros partidos. Los del “no nos representan”, acaban por aceptar el juego de la representación, sin que hayan cambiado las reglas. Okupas haciendo propuestas en política de vivienda, respetando la propiedad privada. La joven que un día se manifestó en una capilla, pide disculpas públicamente y hasta se reúne con el arzobispo para obtener su perdón.

Me da que en otros países todo esto sería motivo de satisfacción. De confianza en la fortaleza de la democracia. De orgullo incluso. Que tras la peor crisis económica, social y política de nuestra historia reciente, y en medio de un descrédito institucional enorme, la calle esté tan tranquila y mucha de la contestación ciudadana se haya canalizado a esas mismas instituciones, reforzándolas, debería hacer que algunos se alegrasen, o al menos respirasen aliviados.

Pero esto es España, oiga. Aquí manda el juego sucio, la demonización mediática y la persecución judicial. Y la humillación. Lo que ayer vimos en un juzgado madrileño fue un intento de humillación. De humillar a Rita Maestre, como antes a Guillermo Zapata, y como harán con muchos otros, pues abundan los concejales y diputados con pasado activista. Lo de ayer fue un intento de hacerle bajar la cabeza, hablar suave, asegurar que nunca lo volvería a hacer, y defender su acción pero con la boca muy pequeña, sin gritar lo que ese tribuna merecía ayer que le gritasen.

Tanto Maestre como Héctor Meleiro mostraron ayer mucha más dignidad que esa fiscal inquisitorial y esos acusadores ultras. Pero tuvieron que hincar la rodilla, porque de eso se trataba: humillarlos. Y con televisión en directo, para que sea ejemplarizante. No les quedó otro remedio que morderse la lengua, reducir su participación en aquella protesta a un “pasaba por aquí” y “no me acuerdo”. Seguramente hace dos años habrían convertido este impresentable juicio en un acto político, pero ahora están comprometidos con un proyecto político y no quieren dañarlo.

El mensaje que ayer se lanzó a todos los que han dado el paso a la política institucional, aceptando el marco constitucional (y legitimándolo), es nítido: no sois bienvenidos. No os aceptamos. Pasad por este aro, agachad la cabeza, o volved por donde vinisteis. Lo de menos es la ofensa religiosa. Ha sido una performance juvenil en una sala de rezos, como antes lo fueron unos tuits sin contexto, y mañana cualquier otra excusa. De lo único que se trata es de golpear donde haya un punto débil.

Eso tan sabio de “al enemigo que huye, puente de plata”, no se practica en la política española. Aquí al enemigo que deja el campo de batalla y se sienta a hablar a la mesa, hostias, y no de misa.

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