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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

“El rojo de la familia”

Albert Rivera, líder de Ciudadanos.

Begoña Huertas

Hace unas semanas estaba tomando algo en una terraza cercana al Retiro madrileño cuando vi cómo en la mesa de al lado una señora se reunía para tomar el aperitivo con su hija y sus tres nietos, dos chicas y un chico, los tres de veintipocos años. Mientras las cuatro mujeres charlaban, el chico era el único que no despegaba los ojos de la pantalla de su móvil, lo que no le impedía irrumpir en la conversación de vez en cuando con brío, dando su opinión o incluso reclamándose centro de lo que se discutiera.

Su teléfono sonó un par de veces y en ambas ocasiones lo cogió adoptando de golpe un tono serio y profesional, impostando la voz como solo sabe hacerlo un hombre a quien han enseñado a mandar (y a obedecer) sin admitir réplicas. La primera llamada fue del banco. Acababa de “cerrar la compra del piso”, dijo triunfante. La otra llamada, del trabajo. Hasta aquí nada extraordinario. Pero entonces me distraje con algo y de pronto le escuché exclamar: “¡El único rojo de la familia soy yo!”. Me volví a mirarle. Lo decía riéndose, con orgullo, alzando la barbilla frente a sus compañeras de mesa repetía “¡el rojo!”, “toda la familia, todos del PP, ¡corruptos!”.

Estaba claro que el chico disfrutaba con esa actitud de rebelde, encantado de escandalizar. ¿Pero qué tipo de rebeldía era esa?, ¿qué clase de “rojo” tenía yo delante? Llevaba una pulserita de hilo con la bandera española atada a la muñeca y se había comprado un piso antes de cumplir los veinticinco. Una intervención de la abuela despejó mis dudas y me puso al tanto de la situación: en las últimas elecciones el nieto había votado ¡a Ciudadanos!, pese al intento de todos por comprar su voto para el PP.

Estos días, mientras veía la moción de censura, me he acordado de ese chico, y le he imaginado no escuchando el debate sino hojeando con satisfacción el último número de Vanity Fair, donde una amplia entrevista a Albert Rivera se completa con unas cuidadísimas fotografías del líder de C's en diferentes poses que no desmerecen en absoluto a los anuncios que la preceden y la siguen.

Nada que objetar a que un político o quien sea pose en una revista lo más guapo posible, pero otra cosa es que se traten los problemas sociales como prendas de temporada que puedan o no estar de moda. El discurso de Albert Rivera en el Parlamento fue una versión insólita del se lleva/ no se lleva aplicado a la política: lo moderno contra lo viejuno, lo obsoleto frente a lo actual. En realidad, el ideario es el mismo que el del PP, tanto en lo que respecta a la unidad de España como al libre comercio y la mínima implicación del Estado y reducción de lo público. Lo único que cambia es la actitud, el cuidado en el posado, la estética –se agradece– y de este modo los argumentos se sustituyen por un simple “ya no se lleva levantar el puño ni cantar la internacional” . Su actitud de extremo centro –ni rojos ni azules, ni machistas ni feministas– es tan engañosa como los posados robados en las revistas del corazón.

Algunos usuarios de las redes sociales usan las siglas TL o DR –que significan too long (demasiado largo) o didn’t read (no lo leí)– ante contenidos más serios y elaborados a lo que es habitual en la web. Ciertamente, a día de hoy prima la velocidad, a menudo un titular tapa otro titular y un escándalo tapa otro sin que dé tiempo a asimilar ninguno de ellos. Esto resulta magnífico para el PP, a quien le conviene que pase la moción de censura, que pase el verano, que pasen las cosas, que se olviden. Y así, una de las frases que tuvimos que oír esta semana en referencia al debate en el Congreso fue: “Es mejor mentir que aburrir”.

Aquella mañana, sentada junto a esa familia del PP, me pregunté si no estaría haciendo yo una lectura superflua y apresurada de lo que estaba viendo. Me pregunté si no me estaría dejando cegar por mis prejuicios. Tal vez ese chico no era un producto del marketing de Ciudadanos sino realmente un individuo moderno, europeo, de derecha civilizada y pensamiento abierto. Pero entonces ocurrió algo insólito. De pronto le escuché decir: “De mayor quiero ser Risto Mejide. Estar a los 60 con una de 30 y que al entrar en el Bernabéu digan tus amigos: qué pibón”. Sin comentarios.

En realidad todo esto es previsible, lo interesante es que nos lleve a pensar en el otro “rojo de la familia”. En esta ocasión la familia del PSOE. ¿Qué habrá pensado Pedro Sánchez mientras escuchaba el debate de la moción de censura? ¿Y sus votantes? ¿También tiene él alguien dispuesto a comprarle su voto? Esperemos en cualquier caso que en esta nueva temporada no le pregunte a Albert Rivera lo que se lleva o no se lleva.

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