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Paraísos sin salir de casa

La práctica totalidad de empresas del IBEX-35 opera en paraísos fiscales. Foto: EFE

Isaac Rosa

Lo de la lucha contra los paraísos fiscales se está convirtiendo en una cantinela periódica de gobiernos y organismos internacionales, más o menos como la lucha contra el hambre o contra el cambio climático: cada poco tiempo convocan reuniones, anuncian planes, prometen objetivos, y luego todo se olvida. Hasta que, un par de años después, como todo sigue igual (o peor), vuelven a convocar reuniones, anunciar nuevos planes y prometer renovados objetivos. Ya digo, igual que el hambre o el cambio climático.

Este mes toca otra vez guerra contra los paraísos fiscales. La Unión Europea celebra mañana una cumbre sobre evasión fiscal de la que saldrán nuevas promesas sobre secreto bancario. El G-8 y el G-20 también se comprometen a abordar el asunto en sus próximas cumbres de junio y septiembre. Y el primer ministro británico, David Cameron, que de paraísos sabe algo, ha pedido a diez territorios de ultramar pertenecientes a la corona británica que se porten bien, que es el momento de “poner la casa en orden”.

Con este ambientazo, solo falta que la ONU organice un gran concierto contra los paraísos fiscales dirigido por Bono (el de U2, no el nuestro), y que Al Gore ruede un documental sobre el tema, y ya estamos todos.

Para emocionarse con el asunto y no tomarse a cachondeo las promesas de unos y otros, es aconsejable no tener memoria, ni revisar hemerotecas. Porque la historia reciente de la “lucha” contra los paraísos fiscales suena a recochineo. Hace solo cuatro años, en pleno calentón del estallido de la crisis financiera, cuando los líderes mundiales prometían una refundación del capitalismo con valores, el G-20 declaró la guerra contra los paraísos. Fue en la cumbre de Londres, en abril de 2009.

En aquella ocasión, el más guerrero fue el entonces presidente francés, Sarkozy, que salió de la reunión y anunció, hinchando el pecho: “La época del secreto bancario se ha terminado”. Vean el vídeo, porque lo dice dos veces y muy despacito, y si se está aguantando la risa, lo disimula bien. A continuación salió el primer ministro británico, Gordon Brown, que matizó las palabras del francés: “Más bien es el principio del fin del secreto bancario”. Buen chiste.

El principio del fin acabó siendo el fin del principio. Todo quedó en una “lista negra” de paraísos fiscales. ¿Adivinan cuántos países había en esa lista? Ninguno. La temible lista negra nació vacía. Bastó que los paraísos fiscales se comprometiesen de palabra a realizar intercambios de información fiscal, para que saliesen de la lista y fuesen apuntados en una segunda lista, de color gris, que ya no era tan mala. En un primer momento hubo cuatro países que, despistados, quedaron en la negra, pero veinticuatro horas después ya estaban en la gris.

No hubo medidas que tomar contra ningún paraíso fiscal, porque todos cumplieron la condición de firmar acuerdos bilaterales con al menos una docena de países. Aparte de la poca efectividad de unos acuerdos que de por sí fueron rebajados en exigencias, hubo paraísos que firmaron acuerdos con otros paraísos. Y así fue como terminó la época del secreto bancario. Aplausos.

¿En serio alguien quiere acabar con los paraísos fiscales, el secreto bancario y la evasión a gran escala? O dicho de otra manera: ¿podría sobrevivir el capitalismo, en su actual fase financiera, sin paraísos y secretos?

Acabar con los paraísos fiscales es facilísimo, tan fácil que nunca lo harán. No hacen falta grandes cumbres ni tratados internacionales: si los gobiernos quieren perseguir la evasión fiscal, no tienen ni que salir de su territorio. Podemos empezar por preguntar a cualquier banco o gran empresa española, pues la mayoría tienen filiales en varios de estos territorios, pero nunca dan información de las operaciones que realizan en ellos, ni el Estado se la pide.

Pasa como con los otros paraísos del capitalismo, los paraísos “patronales”, esos países donde las empresas deslocalizan sus fábricas para producir barato y sin derechos laborales. Para acabar con esas formas de capitalismo salvaje no hace falta ir a Bangladesh, sino a la sede española de las empresas textiles que fabrican allí. Pues lo mismo con los paraísos fiscales: no vayan a Jersey, Bahamas o Suiza a rescatar el dinero. Empiecen por el IBEX-35, y acabamos antes.

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