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Por qué no nos sirve el PSOE

Víctor Alonso Rocafort

Han sido años de miedo a la derecha desde la derecha. Han sido demasiados años escuchando a los mayores recordando la disolución del golpismo, o lo que se hizo por la sanidad y la educación pública en este país hace ya tres décadas. Han sido años de esperanzas frustradas una y otra vez; han sido años de espejismos. Si de verdad se quiere dar paso a un nuevo tiempo político desde la izquierda, debemos ser claros respecto al PSOE.

Porque fue precisamente el Partido Socialista el que implantó el trabajo precario a fines de los ochenta; los tribunales condenaron a un Ministro del Interior del PSOE, así como a diversos altos cargos, por secuestro y malversación en relación a una banda armada que asesinó a cerca de 30 personas; hubo, y siguen dándose, mil y un escándalos de corrupción; se creó una fuerte y jerárquica burocracia partidista, donde todos se daban codazos de puertas adentro y se colocaban de puertas afuera. El PSOE incumplió pronto su palabra para meternos en la OTAN. Aceptó entusiasmado los tratados europeos que construían una Europa fortaleza y neoliberal. Se plegó a los banqueros desde tiempos de Miguel Boyer, Carlos Solchaga y la beautiful people, ¿recuerdan? Las privatizaciones las comenzó Felipe González, hoy en Gas Natural. El PSOE fue más duro incluso que el PP al abordar la inmigración, con redadas policiales xenófobas y el fortalecimiento ‘rubalcabiano’ de un régimen que atemorizaba a los sin papeles con las deportaciones y los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE).

Mientras, se mantenían los privilegios de la Iglesia Católica y, de manera vergonzante, no ha dejado de apoyarse a la Monarquía. Nunca se actuó para quebrar la estructura y la cultura institucional heredada del franquismo que se insertaba en la policía, y a día de hoy seguimos sufriendo las consecuencias. Zapatero falló a todo un país cuando dejó su tímido programa a un lado en mayo de 2010 para iniciar, con fuerza, el trágico camino de los recortes sociales. Como es sabido, este tránsito finalizó en una reforma de la Constitución hecha a espaldas de la ciudadanía.

Pero son amables, educados y tolerantes al hablar; se saben muy bien la teoría. No son cavernícolas con el tema del aborto, y han traído el matrimonio homosexual. Se opusieron a la Guerra de Irak —aunque enseguida nos metieran en Afganistán—, y crearon un Ministerio de Igualdad en una digna política contra la violencia machista. Aunque nunca han hecho ascos a utilizar la represión policial en diversas variantes, saben de su base social y seguramente nunca pondrían a personajes como Francisco Javier Ansuátegui o Cristina Cifuentes como Delegados del Gobierno en Madrid. El problema más gordo que tienen es que ahora mismo no recuerdo mucho más.

Porque bien pensado, todo lo anterior les sitúa si acaso como el menos malo de los dos partidos hegemónicos que se turnan en el poder desde 1982. Nunca han tocado las líneas principales de la economía neoliberal. Jamás se han atrevido a alterar una estructura fiscal injusta y regresiva. Su política medioambiental, cuando afrontamos una crisis climática monumental, ha sido más de lo mismo: desde medidas para la galería hasta políticas abiertamente antiecológicas. Sobre sus reformas universitarias no hay más que estudiar la puesta en marcha que hicieron de la llamada Estrategia Universidad 2015, que en breve rematará el PP siguiendo la misma línea. Rinden pleitesía a los bancos, como confesó Miguel Sebastián que le ordenaba Pepe Blanco, y son ya demasiados los que abiertamente tratan de colocarse en multinacionales privatizadas cuando se jubilan de la política. Suelen hablar de democracia en público y tirar de despotismo en los pasillos sin despeinarse; lástima produce cuando observas a algún/a joven aprendiz tomando nota.

Sin ser los únicos en esto, hay modos no democráticos de hacer política que se han incrustado demasiado en el ADN institucional de este partido. Pocos se atreverían a afirmar que se permite la transparencia, la libertad de expresión y la horizontalidad en sus estructuras. Mucho me temo que el concepto que más acude a la cabeza de la gente de izquierdas al pensar en ellos, tras tanta decepción, ya es sólo hipocresía. Comprobemos, si no, lo que está sucediendo con su periódico, perfecto reflejo del progresismo impostado de este país.

Ahora pretenden plasmar en su Conferencia Política un proceso de diálogo con ciudadanos y militantes. Por supuesto, nada de hablar de romper con el funcionamiento interno del partido, ni de cuestionar (siquiera por primarias) a la dirección. ¿Recuerdan a las dirigentes que luego fueron ministras del gobierno de Zapatero en las manifestaciones contra la LOU? Yo casi me lo creía. Es decir, ya sabemos que pueden marearnos, acercarse, dialogar, montar primarias “estratégicamente”…. para luego en el poder hacer lo de siempre. Han perdido todo derecho a la confianza.

La postura del PSOE durante los últimos años en el tema fundamental de los desahucios, a pesar de las contorsiones de última hora, es lo que ha causado las últimas deserciones de antiguos simpatizantes. ¿Se puede votar hasta 4 veces en el Congreso a favor de los bancos en este tema? ¿Cómo han sido capaces de sobrevolar indiferentes el profundo dolor de las clases populares de este país, cuando podían haberlo detenido? ¿Quién les va a creer ahora? Más de 500 desahucios al día, que se dice pronto. Familias arruinadas de por vida, suicidios evitables, 400.000 ejecuciones hipotecarias desde 2007, contrastan con los rescates bancarios y con la ya indeleble imagen de Alfredo Sáenz indultado por los socialistas.

Sumado al asunto de los desahucios, de la corrupción y al aire fresco que demanda ya tanta gente, la imagen negativa que desprende la actual dirección es otro gran hándicap para el PSOE, quizá el definitivo. Se trata de una dirección gris y sumisa, aún ahíta de poder, que mira mal cualquier intento de cambio interno empeñada en ganar tiempo no sé sabe para qué. Lo peor no es que ya no les creamos, es que han dejado de creerse a sí mismos hace mucho tiempo. Son además tantos y tan profundos los cambios que debiera afrontar una nueva dirección, que lo razonable para los regeneradores sería empezar desde otras coordenadas.

El PSOE no sirve por tanto a la izquierda, hoy menos que nunca. Porque si alguna vez estuvo allí, lo que es seguro es que hace tiempo que no sabe dónde está. La socialdemocracia no llegó a desarrollarse en nuestro país, a pesar de que un partido supuestamente socialista estuvo en el gobierno más de veinte años. Aun así, es dudoso que las propuestas socialdemócratas tengan espacio en un escenario donde el capitalismo, para sobrevivir, anda desbocado provocando crisis gigantescas en el primer mundo. En la dirección del PSOE tampoco hay ya en cualquier caso socialdemócratas que busquen siquiera domar al capitalismo mediante nuevos ingenios; sólo dirigentes temerosos de la jerarquía, sometidos a los dictados de los poderes financieros y sin libertad para cultivar unos vínculos democráticos con quienes supuestamente representan.

Se precisa coraje e imaginación para afrontar las grandes rupturas por venir, pues estamos ante un tiempo nuevo.

El 15M —no olvidemos que surgido un día de represión policial, ordenada por el gobierno socialista, contra quienes ejercían su derecho a manifestarse— lo dejó muy claro: se precisa un cambio radical contra el régimen del PPSOE. Muchos socialistas insatisfechos transitan desde hace tiempo por el propio 15M, en las asambleas de sus barrios, en sus sindicatos, luchando de otra manera en las diversas mareas en defensa de lo público; también los habrá aún paralizados, frustrados o pensativos en sus casas. Es así como la militancia de base, profundamente desengañada en su mayoría, busca otros cauces para seguir haciendo una política que les permita reconocerse con orgullo. Los hay también que desde dentro del partido, en sus agrupaciones, aún piensan que es posible el enésimo intento de regeneración. Es la gente que pidió perdón en aquel vídeo, en un gesto que les honraba pero que a todas luces resultaba insuficiente: no eran ellos quienes debían disculparse, los temas mencionados eran ínfimos respecto a la dimensión del problema, y aun siendo mínima la asunción manifestada de las culpas, lo justo hubiera sido apartarse de la política tras hacerla.

No quisiera resultar injusto con algunas personas de la dirección del PSOE que quizá lleven años luchando contra este estado de cosas. Sólo puedo decirles que, en mi opinión, no es el sitio más adecuado para hacerlo. Es más, el tiempo ha demostrado que nunca lo fue. Los imagino cansados de no conseguir nada. Por la puerta de atrás de nuestro régimen político se ha ido conformando una casta político-económica que se beneficia y se protege mutuamente de la crisis a costa de empobrecer al resto. Es la definición de oligarquía que conocemos desde los griegos, y el PSOE no resulta ajeno a ello. Lo más visible está en esos líderes que participan en las puertas giratorias de colocación que mencionaba antes. Pero su alcance es aún mayor a otros niveles. Por tanto, no sólo es que hayan cometido acciones políticas lamentables que recordaremos largo tiempo —aun de manera involuntaria, pues tal es su fuerza—. Es que representan mucho de lo que hoy por hoy nos aleja de la democracia. El peso del aparato, de la jerarquía, de la cultura política asumida en su seno, de nuestra propia memoria, es tal, que resulta imposible valerse de ese partido para ningún objetivo de la izquierda.

Así que gentes del PSOE, échense a un lado o aproxímense a título individual y sin dobleces, la izquierda real de este país quiere unirse y pide paso.

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