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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Para qué sirve un rey

Ruth Toledano

Si fuéramos un pueblo soberano, no estaríamos analizando si el discurso de Felipe de Borbón estuvo mejor o peor interpretado; si movió demasiado las manos o tenía la boca seca; si ciertas alusiones eran más o menos veladas; si el escenario fue el adecuado; si pronuncia bien el catalán. Si fuéramos un pueblo soberano, asumiríamos sin ambages que el discurso de Nochebuena del nuevo rey consistió en una mera actuación, trascenderíamos los detalles que distraen lo esencial e iríamos al verdadero quid de la cuestión: nos preguntaríamos para qué sirve Felipe VI. Para qué sirve un rey. Para qué sirve este rey, aquí y ahora.

Si fuéramos un pueblo soberano, reconoceríamos que en su discurso navideño la Casa Real no dijo, en realidad, nada. Por supuesto, Felipe VI mencionó la corrupción, la crisis, el paro: lo que más preocupa a quienes la institución considera sus súbditos. No le quedaba otra. Pero lo que importa es que el emisor, a fuerza de unas generalidades consustanciales a su cargo, hizo de ello palabras huecas, consabidas, puro humo. Resulta así un tanto patético, como pueblo soberano, que estemos todos cogiendo la lupa para descifrar entre líneas lo que quiso decir el rey. Asumimos, como si fuera natural, que el lenguaje de un rey ha de ser enigmático y requiere de posterior aclaración: interpretar una interpretación que solo significa autoafirmación.

Como era de esperar, Felipe VI vino a decir lo mismo que habría dicho Juan Carlos I. Puro continuismo: ni más ni menos que la esencia de su obsolescencia. Porque da igual si es mejor o peor actor (esas manos sobreactuaban). Da igual si incluye algún término que se adapte a la actualidad (solo faltaba). Da igual que lleve barba campechana y que el salón sea más rancio que suntuoso. Lo que importa es qué hacía ahí Felipe de Borbón, para qué estaba ahí.

Obviamente, Felipe de Borbón estaba ahí para perpetuar una institución contraria a los tiempos, para salvar los muebles de una casa que desahucia la época. Él dijo “tiempos nuevos”, “nueva época”, y solo se refería a él, a que ahora está él. Una falacia. Y como su hermana corrupta (presuntamente) sobrevolaba la escena como una mosca muy incómoda que trataba de apartar ese aleteo forzado de las manos, no tuvo más remedio que añadir que “debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción”. Lo proclamó, a todas luces nervioso, este rey (se le quiebra ligeramente la voz y se le traba sutilmente la lengua cuando pronuncia “Estado de derecho”).

Pues bien, majestad, cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción incluiría desmantelar la Corona, dado que su mera existencia corrompe los términos de democracia y de igualdad social de derechos y oportunidades. Eso por quedarnos solo en su mismo ámbito de indefinición lingüística, sin bajar a la concreción de, por ejemplo, las comisiones que (presuntamente, claro) han conformado la fortuna de papá y han dado el polvoriento ejemplo de impunidad familiar que ahora se convertirá en el lodo de un banquillo.

Si fuéramos un pueblo soberano, consideraríamos una gravísima falta de respeto que el jefe del Estado venga a hablarnos de “regeneración” cuando nos han impedido, como tal, elegir el modelo de Estado; cuando nos han impedido decidir, como pueblo soberano, qué hacemos con la abdicación del padre y la coronación del hijo. Consideraríamos una tomadura de pelo que el rey impuesto destacara la “seriedad y dignidad” con que vivimos ambas, abdicación y coronación, cuando no se nos permitió otra opción (ni la de mostrar una chapita tricolor en la solapa, sobre el corazón, justo ahí donde su majestad se llevó la mano hiperactiva para agradecernos un también presunto cariño).

La única “regeneración” que hemos visto es la suya, la de su cargo hereditario, de generación en generación. No se nos escapó que, llegado a este punto, Felipe de Borbón se cubriera las espaldas discursivas diciendo que “todo ello [se produjo] de acuerdo con nuestra Constitución”. Por si al pueblo soberano le da por pedir explicaciones.

Cuando Felipe de Borbón dice “desempleo inaceptable”, no puede referirse, por definición, al suyo, pues el actual modelo le asegura el cargo. Cuando dice que “debemos seguir garantizando nuestro Estado de bienestar”, solo puede referirse al suyo, garantizado por definición, porque el bienestar del resto hace tiempo que no tiene garantía alguna. Pero después, todos interpretando su interpretación. Una bufonada.

Lo que deberíamos preguntarnos es para qué sirve un rey. Y, aun si sirviera: si, como pueblo soberano, queremos un rey. Por qué, a finales del año 2014 del siglo XXI, un rey está ahí. Por más que hayan pretendido modernizar su presencia mostrando el Palacio de la Zarzuela en una simulación 3D (lo parecía el propio rey, su sonrisa, sus gestos, sus palabras). Lo único de la Casa Real que, en realidad, con la mano en el corazón, supone de verdad un nuevo tiempo, una nueva era: la simulación 3D.

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