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A por las terceras

Cristina Pardo

El debate de investidura ha servido para algo: cada vez estamos más cerca de las terceras elecciones. Es en lo único en lo que están de acuerdo representantes de todos los partidos. Los del PP, ante la contundencia de Sánchez, apenas ven ya espacio para que el 'no' termine siendo 'sí'; los del PSOE se han quedado anclados en el pasado, en aquello de que Podemos impidió un Gobierno para echar a Rajoy; los de Pablo Iglesias –fuera de las cámaras- admiten que la relación con los socialistas es difícil y que así no se puede avanzar; y Ciudadanos, aunque se mueva más que el Chiquilicuatre (uno, el ‘crusaíto’; dos, el ‘brikindance’), no tiene votos suficientes para dar a luz un gobierno y además, consideran que Sánchez ha roto ya todos los puentes.

Dicho esto, que no es cosa menor (o, como diría Rajoy, es cosa mayor), hay dos aspectos del debate que me han llamado mucho la atención. El primero es la pésima relación personal del candidato del PP y el Secretario General del PSOE. Todos los políticos con las que he hablado en estos días coinciden en que es incluso peor que la que tuvieron en su momento Felipe González y Aznar. Que ya es decir. Es verdad que eso no es determinante, pero es importantísimo para entender el desprecio con el que se tratan. A Rajoy nunca se le ha olvidado lo que ocurrió en aquel debate electoral en el que Sánchez le llamó “indecente” y él le respondió que era “ruiz…ruin”. A partir de ahí, vinieron otros muchos arañazos, como el de “mi reunión con Rajoy ha sido perfectamente prescindible”. Eso aleja más, si cabe, cualquier posibilidad de acuerdo. El líder del PP, para subrayar esas fobias, no duda en tratar con mucho más respeto a Pablo Iglesias. Y viceversa. No tienen nada en común, pero se caen bien. El uno cree que el otro es un bicho raro y, sin embargo, no se subestiman.

El segundo aspecto del debate que me ha sorprendido –y no es la primera vez- es la falta de reflejos de Rajoy para armar una buena respuesta ante la corrupción. Sabe que va a salir. Sabe que la oposición considera que no es la persona adecuada para regenerar la vida política. Y aun así, se limita una y otra vez a anunciar medidas para combatir a los corruptos; medidas que envía al limbo en cuanto pone un pie fuera del hemiciclo. Rajoy cree que ya lo dijo todo cuando admitió haberse equivocado nombrando tesorero a Bárcenas. No termina de ver lo que fuera de su círculo todos ven: que él siempre estuvo ahí. El error del PP es pensar que, como les siguen votando, el estigma no es para tanto. Que no hay blanqueamiento más eficaz que una noche electoral botando en el balcón, mientras hipnotizan al respetable a golpe de himno latino.

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