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La ultraderecha en Rajoystán

Ultras tratando de cercar la asamblea de Unidos Podemos en Zaragoza. Foto: Eduardo Santos (Podemos)

Ruth Toledano

La ultraderecha volvió a hacerse visible en toda Europa cuando azotó, primero, la crisis del neoliberalismo y cuando los refugiados, después, empezaron a llamar a sus puertas pidiendo ayuda. Las fuerzas políticas fascistas ganaron incluso un preocupante terreno electoral. Aquí, en Rajoystán, a la extrema derecha apenas se la había vuelto a ver, en parte porque está integrada en las filas del PP (salvo el residuo Vox) y también, seguramente, porque el Gobierno ha incumplido casi en su totalidad sus compromisos de acogida y, por tanto, los xenófobos tenían poco por lo que protestar. Ha habido acciones violentas, como la incursión de falangistas, brazo en alto, en la librería Blanquerna de Madrid (ahora condenados a entrar en prisión), crecientes y numerosas agresiones homófobas y peleas de banda futbolera, pero aparentaba ser algo residual, sin espacio ni estructura. Salieron en Cataluña el 12-O y el Hogar Social, por su parte, supo infiltrarse en el tejido popular con su presunta solidaridad de nacionalismo españolista. Pero la calle en España ya no era de los fascistas y hasta sus siniestras marchas del 20-N al Valle de los Caídos no pasaban de ser un raquítico anacronismo.

Mirando a Europa, no obstante, crecía la preocupación ante su refortalecimiento. Y aquí los tenemos. Lo que no habían llegado a conseguir ni el castigo de la crisis ni el drama de los refugiados, lo ha conseguido la irresponsable cerrazón de Rajoy. Porque si montas destacamentos con miles de antidisturbios acuartelados en unos transatlánticos en el puerto de Barcelona, te acompañará una escuadrón de ultras. Si te llevas detenidos a cargos electos que no han cometido delito alguno, te aplaudirá un grupúsculo de ultras. Si impones medidas totalitarias a funcionarios, intervienes medios de comunicación, allanas sedes y despachos, registras documentación ajena, amenazas con multas, acusas de sedición, te jaleará un comando de ultras. Si declaras sin declarar un Estado de excepción, formará junto a ti una columna de ultras. Si tomas por la fuerza el control de las instituciones, te apoyará una hueste de ultras. Porque si eres el represor, los ultras serán tus esbirros. Si eres el dictador, los ultras serán la fuerza que te acompaña.

Tiene toda la lógica, por tanto, que hayan vuelto a las calles las banderas del escudo franquista y las banderas del yugo y las flechas falangistas. Yo estuve en la Puerta del Sol apoyando el derecho a decidir y la libertad de expresión del pueblo catalán, y allí estaban los fascistas. Eran cuatro gatos (no, los gatos no merecen ser relacionados con ellos) pero estaban allí. Como están en Cataluña –Generación Identitaria, Dolça Cataluña o Democracia Nacional–, protegidos por Vox y por Intereconomía. Como han ido, envalentonados, a intimidar, increpar y agredir a los asistentes a la asamblea de Unidos Podemos en Zaragoza. A la presidenta de las Cortes de Aragón le han dado un botellazo.

Cabe recordar la sangre que mancha las banderas que portan los ultras, mientras que ni señeras ni esteladas son responsables aún de violencia alguna. Quizás es lo que se busca. Quizá sea esa la finalidad que persiguen las órdenes de Rajoy: una violencia que legitime su autoritarismo. Lo que es un hecho, en cualquier caso, es que la ultraderecha está siguiendo la estela de la represión de Rajoy y se está dejando ver. Si la actuación con Cataluña del Gobierno central es la mejor representación del fracaso de la política, la mejor muestra del fallo estructural que conlleva la negativa al diálogo y a la negociación, la prueba patente de que rechazar el pacto es salirte del terreno de juego político y provocar el colapso democrático (como han lamentado, sensatas en sus diferencias, Ada Colau y Manuela Carmena), no es de extrañar que venga acompañada de banderas franquistas y falangistas.

Sobre Rajoy recae también, pues, la gravísima responsabilidad de dar alimento al monstruo del fascismo español. Será que no le repugna ni le es tan extraño. Más aún, le sirve de milicia en su estúpida cruzada. Y cuando de verdad haya venido para quedarse, el monstruo despertará a los peores fantasmas. Y será demasiado tarde. Y eso no tiene perdón.

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