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La ultraderecha recorre Europa, ¿y España no?

El candidato ultra austríaco, Norbert Hofer, durante un mitin

Isaac Rosa

Huy. Balonazo al larguero en el último minuto, y toda Europa con la respiración contenida. Qué poquito ha faltado para que un ultraderechista se haga con la presidencia de Austria. Un puñado de votos por correo. Pues nada, podemos respirar aliviados, hasta el siguiente susto. Y Europa seguir como hasta ahora: a verlas venir.

Desde el otro lado del campo, el “huy” ha sonado de otra manera. La ultraderecha lo celebra como una victoria. Un pasito más, en su avance europeo, a la espera de que en la siguiente ocasión puedan cantar gol. Tal vez en Francia, con el Front National que lidera las encuestas para las presidenciales de 2017. Y mientras, a consolidar lo ya ganado: los gobiernos ultraconservadores de Polonia o Hungría, y los muchos representantes regionales y municipales, alcaldes incluidos.

El nuevo fascismo recorre Europa, pero tranquilos, que España no está incluida en la gira. Aquí salen unos pocos cientos de nazis a manifestarse, pegan palizas y meten miedo. Pero a la hora de las urnas, ni un concejal. Nos tranquilizamos mirando este cuadro del New York Times, donde solo hay dos países europeos que permanecen inmaculados, sin una pizca de ultraderecha en las instituciones: España y Portugal. Precisamente los dos únicos que siguieron gobernados por el fascismo tras la II Guerra Mundial.

En el caso de España, durante cuatro décadas hemos presumido de ser la excepción europea, sin partidos ultras de importancia, gracias al PP: allí se refugiaba el votante más extremo, lo que dejaba sin espacio a otras opciones. Ese era, nos decíamos, el gran servicio que el PP prestaba a la democracia española.

Sin embargo, el extremismo que coge fuerza en Europa no es nostálgico, sino desmemoriado. No mira a los nazis de antaño, con los que intenta marcar distancia (matando al padre incluso, como Marine Le Pen), sino que propone un rostro moderno, amable, joven, con lenguaje del siglo XXI. Aunque sus dirigentes suelen ocultar una juventud fascista, su discurso no se apoya en lo ideológico sino en lo identitario y en dar respuestas sencillas a una ciudadanía desamparada y miedosa, que se siente social y económicamente vulnerable, que teme al futuro, y a la que los partidos clásicos no tienen nada que ofrecer.

Entre esos partidos declinantes que no tienen nada que ofrecer, el PP. Puede seguir reteniendo los residuos de voto franquista, pero no es la opción natural de ese otro voto asustado y descontento, que es el que explica el subidón ultra en Europa. Gente que no saluda con el brazo en alto, pero quiere sentirse segura y recuperar el bienestar perdido.

Ah, pero es que aquí tenemos a Podemos. Esa es la otra parte de la explicación: la llegada de Podemos permitió neutralizar cualquier posibilidad de oferta populista de derecha, al dar cauce a ese descontento. Es decir, que teníamos sueltos millones de votantes muy descontentos y desideologizados, que podían haber acabado en las redes del primer salvapatrias que asomase, pero por suerte encontraron vía de escape por otro lado.

Yo mismo compré esa teoría, me convencí de que sí: gracias a que ya hay una papeleta “anti” (anticasta, anticorrupción, antidesigualdad…), no surgen otras papeletas “anti” (antiestablishment pero también antieuropea, xenófoba, islamófoba y homófoba…).

Últimamente no lo veo tan claro. El perfil del votante de Podemos (joven, con estudios superiores, clase media) no coincide con el perfil que está dando fuerza al nuevo fascismo europeo. Lo que significa que no estamos a salvo. Sigue habiendo una bolsa importante de población que, compartiendo el descontento y el miedo, está además dispuesta a comprar mensajes xenófobos, islamófobos o contra el nacionalismo catalán. Puede que hoy voten a otros partidos, o se abstengan. Pero si tras el 26J no se despejan las muchas incertidumbres, ya veremos.

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