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¿Qué viene ahora?

Puigdemont y Rajoy

Antón Losada

Ahíto el ardor guerrero español, confiemos en que al menos una parte de la media España que creía que esto se arreglaba metiendo a Carles Puigdemont en la cárcel se haya percatado de que no se pueden disolver barrios enteros a palos, ni se puede meter a media Catalunya en prisión. La demandas políticas no se pueden gestionar con el código penal.

La violencia policial le ha dado al Govern un argumento imbatible ante la opinión pública y la comunidad internacional que no entiende, simplemente porque es inexplicable, la lógica de antidisturbios frente a urnas. Una declaración unilateral de independencia sólo le crearía un problema que esa misma comunidad internacional se quitará de encima a la velocidad del rayo. Todo lo demás son incógnitas. Nadie sabe adónde irá el ardor independentista cuando se declare la independencia y pase nada apoque nadie la reconoce. Nadie sabe qué hará esa mitad de la población catalana que, según las encuestas, ni quería este referéndum, ni quiere esta independencia.

Aunque parezca imposible a Puigdemont y Rajoy le une algo: el mismo error de cálculo, creer que Europa se lo va a arreglar cuando son ellos quienes deben asumir la responsabilidad. Uno confía en que Europa haga de muro insalvable, otro espera que intervenga para mediar y nadie en la UE va a hacer ni una cosa ni la otra; optarán por confinar el problema a las fronteras estrictamente nacionales.

Una administración inteligente de todo lo sucedido el domingo debería llevar al Govern a la conclusión de que ninguna democracia del mundo va a legitimar un proceso unilateral. La línea que separa la simpatía de la aversión es muy fina y se cruza en un día, igual que las batallas de imagen se pierden en minutos. No basta con decir que se quiere hablar mañana mismo, hay que ponerse a hacerlo hoy. La gente que votó y salió a la calle espera resultados, no más símbolos y victorias morales y el mejor resultado que pueden ofrecer es que Catalunya puede reclamar y lograr sentarse a negociar en pie de igualdad. No para que le den nada, sino para que se le reconozca aquello que es suyo, empezando por su nación. Una administración inteligente de todo lo sucedido el domingo debería llevar a Mariano Rajoy y los principales partidos estatales a la conclusión de que la búsqueda de una solución y el inicio de cualquier dialogo necesitan que se cumpla una condición previa indispensable: diseñar una estrategia de Estado, no lo que hemos tenido hasta ahora: la estrategia del PP convertida en estrategia de Estado y el toque de corneta a la llamada de Moncloa por miedo a ser calificado de traidor. Poco se podrá hacer sin una estrategia de Estado que defina una posición negociadora común, sin prejuicios ni vetos, y un diseño de futuro que abra posibilidades en vez de cerrarlas. Empezar por retirar de la primera línea a los antidisturbios y asumir la responsabilidad por los excesos parece un gesto tan proporcionado como necesario.

Guste o no, cualquier solución dialogada, desde la reforma constitucional al referéndum pactado o incluso la independencia acordada, necesita del concurso del Partido Popular y la derecha española. La estrategia del PP de convertir a Catalunya en una arma para recuperar el poder y mantener unida a la derecha nos ha traído en buena medida hasta aquí. Puede que Rajoy sea el problema, pero sinceramente no veo a alguien más capacitado en esa derecha para llevar al PP y a sus votantes a cruzar ese puente.

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