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Sobre la violencia taurina

El matador de toros Iván Fandiño. Foto: traslosmuros.com

Ruth Toledano

La instrumentalización que el lobby taurino, sus medios y su afición están haciendo de la muerte del matador de toros Víctor Barrio resulta aún más escandalosa que ciertas reacciones públicas a esa muerte, sobre las que apoyan su indignación. Conviene, pues, dejar claro de antemano que son ellos quienes defienden la práctica de una violencia extrema, cuyas principales víctimas son los animales aunque, ocasionalmente, como sucedió en Teruel, se lleve por delante a uno de los suyos. La publicación en Twitter o en Facebook de comentarios de mal gusto no cambia en nada la esencia violenta de lo taurino. Más aún, esa violencia verbal se desata en el contexto de una violencia, la de la tauromaquia, que está institucionalizada.

La Fundación Toro de Lidia dice ahora que, a través del bufete de abogados Cremades&Calvo-Sotelo, ha iniciado una “ofensiva jurídica para defender la dignidad, el honor de los profesionales y del colectivo taurino”, pero su autodenominada ofensiva comenzó antes de que muriera el matador Barrio: “La Fundación nació en junio de 2015 por iniciativa de la Unión de Criadores de Toros de Lidia para dar una respuesta coordinada y eficaz al creciente número de ataques antitaurinos sufridos por el sector en los últimos años”. Es decir, llevan un año buscando (sin encontrar) la criminalización de un movimiento que trata, precisamente, de defender a los animales de los ataques que son consustanciales a las actividades de su “sector”, y unos cuantos tuits descerebrados les están sirviendo de miserable excusa. Ellos, que son los verdaderos violentos y se sienten amenazados por el inminente final de sus aberrantes prácticas, ya venían a por los abolicionistas.

La “ofensiva” taurina pretende desviar la atención sobre la única verdad indiscutible en todo este asunto: que el dolor por el que están pasando los familiares y amigos del matador Víctor Barrio no cambia en nada el hecho de que muriera matando. Ejecutaba un maltrato animal legalizado que comporta para el ejecutor un cierto, aunque muy escaso, riesgo: desde la muerte de El Yiyo, hacía 31 años que un matador no moría matando. Importa lo cuantitativo porque en los mismos 31 años han sido miles los toros que han matado los matadores, cifra que desmonta la falacia taurina de que en el ruedo se libra una lucha de fuerzas. El propio Lorenzo, toro que se defendió de Barrio, fue matado después, allí mismo, por otro matador. Y desde un punto de vista cualitativo, es de suma importancia tener en cuenta que Víctor quería estar allí haciendo aquello pero Lorenzo no.

El matador tuvo, pues, una muerte violenta de carácter netamente taurino. La tauromaquia es violencia extrema por antonomasia, y los matadores matan con alevosía, ensañamiento y por una recompensa, lo que la Real Academia Española define como asesinar, que es el verbo que indigna a los taurinos y la acción contra la que luchamos las personas que perseguimos la abolición. Cambiar el verbo asesinar por el verbo matar no despoja a la ejecución taurina de la alevosía, el ensañamiento y la búsqueda de una recompensa. El toro siente lo mismo si lo asesina o lo mata un asesino o un matador.

Les pido que observen con detenimiento la imagen que ilustra este artículo. Es una foto del matador de toros Iván Fandiño en el ruedo de la Plaza Monumental de Pamplona durante los hechos taurinos de los Sanfermines. Miren su cara, su gesto, la postura de su cuerpo. Como ven, va chorreando sangre. Pero no es suya. Es la sangre de los toros que torturan y matan los matadores como él. Violencia extrema que comienza en las fincas de los criadores, en las escuelas de tauromaquia, en los tentaderos donde niños muy pequeños torturan también a becerros que son cachorros como ellos. Busquen por la Red las imágenes de esos cachorros humanos a quienes los taurinos, que se indignan por frases indecorosas, adiestran en torturar, en matar y, acaso, en ser matados. Esa es la dignidad y el honor de la que habla el “sector” taurino. A quienes abominamos de verdad, no de boquilla, de la violencia nos indignan los cuerpecillos sangrantes de esos becerritos aterrados. A quienes abominamos de verdad, no de boquilla, de la violencia nos indignan los cuerpecillos achulescados de esos niños a quienes enseñan a practicarla. Esos niños aún son inocentes, igual que son inocentes los becerros que ponen en sus manos como si fueran objetos que no sienten, matando así su empatía. Inocentes como son todos los toros obligados a la lidia, también Lorenzo.

Los abolicionistas de la tauromaquia luchamos frente a ese crimen contra la infancia humana y contra los animales, a favor de una sociedad, de un país, que será mejor porque no tolerará más esa violencia. Y unos cuantos tuits no serán suficientes para desmentir que, a pesar de la rabia y el hartazgo por la injusticia taurina, nuestra lucha es pacífica. De hecho, las personas que somos abolicionistas de la tauromaquia estamos acostumbradas a los insultos, las descalificaciones y las amenazas de los taurinos. Son constantes en las redes sociales, en ciertos medios de comunicación e incluso desde ciertas instancias políticas. También sufrimos agresiones físicas. Quienes, por nuestra visibilidad, somos con frecuencia objeto de esa violencia no solemos darle importancia: sin que nos resulte agradable, asumimos que forma parte de nuestra lucha por una paz que va más allá de nuestra especie.

Es esperpéntico que la Fiscalía General del Estado, el Ministerio de Justicia y las unidades de delitos telemáticos de la Policía Nacional y de la Guardia Civil nunca hayan movido una tecla para investigar las agresiones que sufrimos los antitaurinos pero ahora envíen una comisión rogatoria a los Estados Unidos, país donde se encuentran las sedes de Twitter y Facebook, para poder acceder y rastrear cuentas relacionadas con comentarios a la muerte del matador. Esperpéntico en el país donde se destruyen los discos duros de los ordenadores con la tesorería del partido que gobierna. Esta reacción de las instituciones y de las fuerzas del presunto orden es también violencia: contra una libertad de expresión que, como bien sabemos, vienen persiguiendo en muchos ámbitos y a favor del “sector” que maltrata animales con alevosía, ensañamiento y por una recompensa.

Pero los pacifistas, abolicionistas, animalistas y antiespecistas seguiremos luchando por la verdadera justicia.

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